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de cosa indudable. La junta gubernativa parecia estar en la misma creencia, y so pretexto de prudencia procuraba organizar una resistencia armada, que los vocales de buena fe pensaban emplear contra los enemigos de España, pero que las opiniones adelantadas consideraban, al contrario, como verdadero auxiliar y defensor de los derechos que acababan de conquistar.

y

El país, en aquel tiempo, se hallaba sumamente atrasado en todos los ramos de la industria, sin maestranzas sin fábricas de armas, y solo se veian algunos armeros pertenecientes á los rejimientos para componer las que no estaban en buen estado de servicio. En tal estado de penuria, don José Antonio Rosas fué encargado de pedir de afuera armeros intelijentes y hábiles para fabricar fusiles y sables, de que habia suma falta; pero esto pedia tiempo, y no se podia esperar, por lo que se hubo de recurrir á un Ingles, llamado Diego Wintiguen, con el cual se pasó una contrata para encargarlos á Inglaterra; y como este país ardia en guerra y podia negarlos, por esta razon se tomó la precaucion de pedirlos directamente al marques de Welesley, y tambien se escribió á la junta de Buenos-Aires, suplicándole se sirviese tratar con un Ingles ó Americano del Norte para conseguir aquellas armas, destinadas al armamento de los cuerpos que se iban á formar (1).

Con este fin, se habia apelado á los sentimientos patrióticos de los Chilenos. Se despacharon oficiales á las provincias para instruir y disciplinar á los milicianos. En Santiago, se organizaron un rejimiento de grana

(1) Archivos del gobierno. Las armas que se pedian eran 6,000 fusiles, 1,000 pares de pistolas, 3,000 sables y 62,000 piedras de chispa, y, posteriormente, á Valdivia, seis cañones de á 24, dos de á 16, cuatro de 8 y dos de á 6, todos de bronce y con suficiente cantidad de valerios.

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deros de setecientas plazas, dándole por coronel á don Santiago Lucos, y por sarjento mayor á don Juan José de la Carrera; dos escuadrones de trescientas plazas cada

uno,

al mando de don José Joaquin Toro, con don Joaquin Guzman de sarjento mayor, y una brigada de artillería compuesta de piezas pedidas posteriormente á Valdivia. La mayor parte de estas tropas fueron acuarteladas en el edificio de los espósitos, dispuesto como cuartel, traspasando las doce ó catorce criaturas que habia en él á la casa de recojidas.

En vista de esta actividad, la revolucion podia contar con una fuerza numérica ofensiva, á la vez, y defensiva, y condicion precisa de existencia en medio de enemigos humillados y activos. Los dos grandes p deres (la junta suprema y el cabildo) parecian rivalizar d celo y de ambicion para el sustento de tan bella causa; pero bien que sus principios fuesen absolutamente los mismos, muchas veces no estaban de acuerdo, porque cada uno queria el bien segun lo entendia, sin miramiento al amor propio y á las pretensiones individuales. Por lo mismo, hubo algunas veces zelos de supuestas usurpaciones de derecho y de autoridad. Afortunadamente, estas pequeñas desavenencias duraron poco, y las dos ilustres corporaciones pudieron continuar, en la parte respectiva de cada una, llenando sus deberes con grande satisfaccion de la nacion, orgullosa de verse gobernada por sus propios hijos.

Pero en medio de esta grande dilatacion de una actividad belicosa, los ilustres mandatarios no descuidaban los negocios administrativos. A pesar de que su posicion precaria y su título provisional no les permitiesen emprender grandes reformas, suprimieron, noobstante, las

sudelegaciones, como fuentes de abusos, de arbitrariedad y de injusticias, y pasaron su poder al alcalde de primer voto, que despues fué remplazado por los gobernadores de los partidos. En seguida, estendieron reglamentos para su conducta y gobierno en el manejo de los negocios, y el lugar que debian ocupar en las ceremonias y funciones públicas, resabio que habia quedado de la vana ostentacion, tan profundamente arraigada en las costumbres españolas; y, enfin, procuraron dar á sus acciones el espíritu de utilidad y de entusiasmo que conduce á la organizacion de las voluntades, como principal ajente del buen éxito en conseguir los fines sociales.

Mientras que la junta gubernativa procuraba, de este modo, dejar tras sí honrosas huellas de su paso por el poder, los ilustres desterrados, Rojas y Ovalle, llegaban del Perú al seno de sus familias y de sus amigos. Su recibimiento fué tan brillante como cordial, espresion simple y sencilla del sentimiento del público, en jeneral, por los males morales y físicos que habian debido padecer aquellas primeras víctimas de la libertad chilena.

Diez dias despues, la llegada de don Juan Rosas dió lugar á otro recibimiento aun mucho mas brillante. El gobernador le envió al conventillo, á donde fué á apcarse, una guardia de honor de veinte y cinco dragones, y, al dia siguiente por la mañana, hizo su entrada acompañado de otros miembros de la junta, de la real Audiencia, del cabildo y de todas las corporaciones. El acompañamiento pasó entre dos filas de soldados, formados allí para que la ceremonia fuese de las mas solennes, al son de música, salvas de artillería, repique de campanas y aplauso universal del pueblo. El mismo dia prestó su

juramento de costumbre, y hubo por la noche iluminacion y fuegos.

Esta marca de distincion en honra de este miembro de la junta era una prueba elocuente del espíritu revolucionario que reinaba, en aquella época, en la capital de la República, y de la importancia que se daba á los servicios del que, en resumidas cuentas, habia dado el primer impulso al movimiento y lo dirijia aun. Rosas era, en efecto, para todos los patriotas el hombre de intelijencia y de accion, que sacaba su fuerza de un sentimiento casi fanático de patriotismo, y sabia comunicar sus pensamientos y su entusiasmo á los que tenian la felicidad de ponerse en contacto con él.

Con todo eso, no ejercia un poder ilimitado sobre la multitud, porque una cierta mezcla de temor y de prudencia lo contenia casi involuntariamente, y se servia de él como de un movimiento de táctica para llegar mejor á sus fines. Sabia que el pueblo era aun idólatra de su rey, y querer chocar este respeto y pretender dirijir su opinion habria sido obrar con poca maña y querer una cosa imposible. Por lo mismo, preferia disimular, aun con algunos de sus colegas, y obrar como si sus pretensiones políticas no hubiesen nunca de esceder la profesion de fe contenida en el acta de instalacion, pues tenia que emplear estos leves medios de astucia para no dispertar la peligrosa susceptibilidad de algunos de sus compatriotas y ponerse al abrigo de persecuciones ocultas de sus enemigos, que al cabo de algunos meses le echaban ya en cara su orgullosa ambicion, y se propasaban á poner pasquines á su puerta denunciándolo como aspirante al poder absoluto (1).

(1) En uno de estos pasquines habia pintado un baston atravesado por una

Afortunadamente, su conciencia y su carácter austero le hacian muy superior á todas estas calumnias, que despreciaba como producto de intereses heridos, y apoyándose en sus antecedentes continuaba sirviendo con teson á su segunda patria, como le habria hecho por una verdadera madre. Toda su actividad y todo su saber se empleaban en esto. Él fué quien tuvo la primera idea de una leva de soldados pertenecientes á la revolucion, y que habian de ser, por consiguiente, su apoyo y sus defensores; pero para subvenir á sus gastos era preciso disponer de un dinero que la tesorería estaba lejos de poder suministrar. Levantar un impuesto habria sido impolítico y se guardaron bien de proponerlo, prefiriendo hacer una llamada á los sentimientos jenerosos de personas pudientes, dejando á su libre voluntad la suma de los donativos, de manera que no pudiesen causar perjuicio al nuevo poder, ni á su prestijio de administrador prudente y sin tacha. Igualmente, se pensó en hacer un descuento á los empleados y aumentar el precio del tabaco, lo cual producia un rédito de 80,000 pesos de aumento, y como estas medidas no eran suficientes, se juzgó oportuno el aprovecharse, en calidad de empréstito, de las existencias en las cajas de ciertas administraciones. Todas estas medidas, exijidas por los acontecimientos y las circunstancias, d sagradaron á algunas personas. Los miembros del cabildo pensaron oponerse á ellas, ó, á lo menos, se les figuró que constituian un atentado contra su autoridad y se quejaron de él; pero en vano, pues pesando la responsabilidad enteramente sobre la junta suprema, debia de ser esta señora de todas

espada ensangrentada y superado de una corona real; por inscripcion tenia: Chilenos, abrid los ojos, cuidado con Juan I. Martinez, Hist. mss'

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