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CAPITULO XVI.

Descontento de Carréta.— Levà de nuevas tropas.—Preparativos de defensa contra todo ataque por parte del Perú. - Don Antonio Pinto plénipotenciario en Buenos-Aires.- Revolucion del 15 de noviembre, supuesta en favor del Rey. Engaño que padecieron los Realistas. Eleccion de un nuevo consejo ejecutivo. - Complot contra los hermanos Carrera. Otra revolucion del 2 de diciembre contra la asambleà, que queda disuelta.

Ilabiéndose elevado así al poder, la familia Larrain procuró mantenerse en él alejando del gobierno á todos cuantos por su carácter ambicioso y turbulento podian hacerle sombra (1); política que los hizo injustos con Carrera, cuyos servicios precedentemente hechos no fueron bastante apreciados.

Dos dias despues de la revolucion, el gobierno honró con felicitaciones á los oficiales Vial y Guzman, que no habian tenido mas que una parte secundaria en la accion, é igualmente á Luis y Juan José Carrera, dejando en olvido á Miguel. A lo menos, no cumplió con este deber hasta mucho tiempo despues y cuando habian llegado á sus oidos algunos rumores de queja de su parte. Esta especie de indiferencia hácia un hombre que debia ser considerado como creador del nuevo gobierno, no surjia solamente del seno de sus miembros sino tambien de ciertas sociedades. En la de Joaquin Larrain se ensalzaba con afectacion, y en presencia de Miguel,

(1) Era difícil que esta familia no tomase siempre mucha parte en los asuntos públicos, en atencion å su rango, y sobretodo à las ramificaciones de la familia, cuyos individuos eran tan numerosos que la llamaban la familia de los quinientos.

el alto mérito de Juan Rosas, que se pensaba siempre en nombrar de présidente.

Carrera era sínceramente afecto á este gran patrióta; pero no participaba de su politică, la cual, segun él décia, no era mas que un reflejo de lá de Buenos-Aires, y como Chileno, orgulloso de este nombre, hubiera querido que su país no siguiese ciegamente las huellas de aquella ré pública, y que al entrar en la éra de su verdadera exis tencia, probase que tenia suficientes medi. s y capacidad para ello. Desgraciadamente, el influjo que tenia Rosas ch su partido era inmenso, y todos estaban persuadidos de que obraba por convencimiento, y de ningun modo por predileccion de nacionalidad. Lo que hacia aun más directa la influencia de esta vecindad era la muchedumbre de arjentinos que se hallaban en Santiago, y entre los cuales habia sujetos que reunian á vastos conocimientos mucho amor á las nuevas instituciones y mucha aclividad. El antiguo poder, como los lectores recordarán, alarmado por la demasiada exaltacion del plenipoten→ ciario Alvarez Jontes, habia solicitado de su gobierno fuese llamado, y en efecto lo habia sido y lo habià remplazado don Bernardo Vera, jenio no menos emprendedor y capaz de sostener por la fuerza de su talentó las ideas del que era, á la vez, su maestro y su conciudadano.

Todo esto no podia menos de causar una fatal irritacion al alına soberbia de Miguel Carrera qué habia dejado España para venir á servir su país, y que sentia en lo íntimo de su conciencia la posibilidad de rejenerarlo y elevarlo á toda su dignidad, con tal que le ayudasen algunos patriotas dotados de capacidad. Desde entonces, entrando con todos sus sentidos y potencias

en la senda de reformas y progresos, no pensó en otra cosa mas que en hacerse cabeza de partido. Su jenio fogoso y arriesgado le daba mucha ventaja sobre sus adversarios, y ademas de esto podia contar con la adesion de la mayor parte de los oficiales que entonces estaban de guarnicion en Santiago. En efecto, los frecuentaba de preferencia, se mostraba jeneroso con ellos, y los divertia con sus bromas y gracejos, pasablemente bufones y muy vulgares algunas veces; pero que agradaban mucho á aquellos jóvenes ociosos y frívolos.

El poder ejecutivo sabia todo esto y lo veia con zozobra; pero por mas que sospechaba las intenciones de Carrera, no podia aun combatirlas abiertamente porque no estaba bastante seguro de las tropas y prefirió, por prudencia, hacer nuevas levas capaces de imponer respeto á los granaderos, que eran el batallon sagrado de los hermanos Carrera. Entonces, renovó la idea de Rosas que, en otro tiempo, habia propuesto la formacion de un cuerpo de patriotas, los cuales bajo el pretesto de protejer las nuevas instituciones contra el espíritu de reaccion, le servirian igualmente contra todo pretendiente al poder. Se levantó, en efecto, este cuerpo y se nombró por su coronel á don Juan Martinez de Rosas, bien que residiese entonces en Concepcion; por capellan, al presidente de la asamblea don Joaquin Larrain, y de oficiales, á muchos parientes y amigos de este último. Fué creado igualmente un batallon de pardos bajo el mando de Juan de Dios Vial.

Esta medida fué mas desventajosa que favorable para el poder. Muchos no vieron en ella mas que un acto que gritaba egoismo, y lo atacaron, como de costumbre, por medio de libelos injuriosos, de donde salieron chis

pas de descontento de que supieron aprovecharse los hermanos Carrera anticipando la ejecucion del plan de insurreccion que ya tenian preparado. Pero para asegurarse mas del buen éxito, esparcieron la voz entre los realistas de que aquella revolucion era absolutamente en favor del gobierno del Rey, y afin de dar mas peso á sus insinuaciones, pedian la presidencia para su padre don Ignacio, de ínterin llegaba el brigadier Bigodet que lo era en propiedad y residia entonces en Montevideo. Esta artería atrajo al partido de Carrera un gran número de personas pudientes en estado de ayudarle con hombres y dinero. El fastidio de verse abandonados y el deseo de recobrar su influjo hicieron á los realistas tan ciegamente crédulos que ya se reunian en conciliábulos, persuadidos de que la revolucion iba a ser enteramente en su favor. Ellos fueron los que escitaron á Miguel Carrera á apresurar la accion en atencion á que habian recibido noticias de Lima con el anuncio de que Abascal estaba resuelto á forzar la junta de Chile á descubrirse la cara, y á gobernar francamente sin suterfujios, en nombre y en favor de su rcy. Lo cierto era que el virey habia recibido pliegos de la junta suprema de España, la cual, noobstante haber reconocido los lejítimos derechos de la de Chile, y aun tambien de haber aprobado sus motivos y el acta de su instalacion, no por eso dejaba de ordenarle vijilase sus actos, y emplease la fuerza en caso que se mostrase desleal.

El presidente del congreso habia tambien recibido pliegos del virey que confirmaban los mismos inminentes ruidos en términos tan arrogantes que llenaron de irritacion al nuevo poder, tan intelijente, firme y decidido. Estos pliegos, leidos en la asamblea, fueron dis

cutidos de un modo conveniente. Don Manuel Salas fué nombrado para responder á ellos, y lo hizo con la sagacidad y el tino que le caracterizaban, procurando no comprometer los intereses ni las opiniones de los habitantes, y salvando la conciencia en lo indeterminado de la cuestion. Pero no sucedió lo mismo en un consejo secreto en el cual la discusion puso patentes las intenciones que tenia el virey de invadir el país.

Al dia siguiente, fueron convidados á asistir á esta misma reunion todos los jefes militares formando un consejo de guerra al cual, cometiendo un nuevo yerro, no fueron convocados los hermanos Carrera. En este consejo, se discutieron y yotaron las medidas mas eficaces para oponerse á toda invasion, y las costas, naturalmente, fueron consideradas como objeto principal de atencion.

El 12 de octubre, ya se ponian en marcha dos compañías del rejimiento de dragones, una para permanecer en Valparaiso, y la otra en Coquimbo. A este último punto fué destacada, ademas, una compañía de granaderos, y á Valparaiso una de artilleros. El teniente coronel Tomas O'Higgins, primo de don Bernardo, fué enviado à la Serena para tomar el mando militar de la provincia. En cuanto à la del sur, esta se hallaba bajo la salvaguardia de una junta que, como luego se verá, acababa de ser formada en Concepcion y no cesaba, por los ruidos contradictorios que le llegaban del Perú y de Buenos Aires, de manifestar la urjencia de fortificar el país.

A estas medidas de precaucion, el poder ejecutivo añadió luego otra que, en atencion á su aislamiento total, no podia menos de ser de la mayor importancia.

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