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Hasta entonces, Chile no habia tenido representante alguno en país estranjero; las noticias de América y de Europa le llegaban tarde, mal y algunas veces nunca. Cuando las recibia, era por Buenos-Aires, y se hacia incontestablemente útil tener allí un ajente que siguiese todos los asuntos y acontecimientos interesantes para el gobierno. Esta mision era, ademas, tanto mas necesaria cuanto la política de aquel país influia mucho en la suya, y cuanto en aquel mismo momento sostenia una guerra de la cual dependia su propia existencia. Don Antonio Pinto fué nombrado para ir á desempeñar este cargo tan importante. De edad, entonces, de veinte y seis años, reunia ya á un carácter apacible y seductor mucho juicio y escelentes conocimientos, pues habia sido destinado por sus padres á seguir la carrera de las letras,

Por aquí se ve que el nuevo gobierno procuraba por cuantos medios estaban á su alcance consolidar los principios establecidos, y darles un impulso hasta entonces desconocido. Si los hermanos Carrera, menos ambiciosos, hubiesen podido ponerse de acuerdo con él, es probable que mediante el talento militar de Miguel y su influjo sobre las tropas, Chile habria adelantado por mejores vias, y que el congreso se habria, podido entregar á la revision de las instituciones que todas las personas sensatas pedian, Desgraciadamente, la política obrą menos por simpatía que por interes, y su amor propio habia sido tan herido que en su resentimento debia necesariamente procurar deshacer lo que su espada habia hecho.

En efecto, ya habia dias tenian formado el plan de derribar el poder ejecutivo. La salida de tropas para

Valparaiso y Coquimbo, la formacion de nuevos cuerpos y sobretodo las medidas de precaucion que se empezaban á tomar, los indujeron á apresurar el momento de ejecutarlo. El gobierno, aunque muchas veces prevenido, vivia tranquilo, persuadido de que por entonces solo alimentaban esperanzas, y de que el ejército del sur reprimiria la audacia de los conspiradores (1). ¿Cual no debió de ser su sorpresa cuando el 15 de noviembre por la mañana muy temprano le trajeron parte de que la brigada de artillería y el batallon de granaderos se habian sublevado y de que Luis y Juan José Carrera, que se hallaban á su cabeza, habian fortificado los cuarteles con las piezas del parque resueltos á derribar el gobierno?

En aquel mismo instante el poder ejecutivo recibia de Juan José un oficio por el cual le prevenia mandase publicar un bando cuya copia le enviaba, y el presidente del congreso recibia otro para que convocase todos los diputados afin de tratar de las reformas necesarias.

La posicion del gobierno en aquellas circunstancias era sumamente crítica. Casi todas las tropas estaban contra él, y las solas con las que habria podido contar se hallaban en la imposibilidad de obrar. En tan triste coyuntura, el secretario Ag. Vial fué despachado inmediatamente para tratar con los sublevados, procurando temporizar con ellos; pero la única respuesta que recibió fué que mandase publicar á la mayor brevedad el bando pedido.

Manuel Salas y Juan Egaña, enviados por la asamblea con el mismo objeto, recibieron una respuesta análoga.

(1) Informe de Makenna.

Vistas estas respuestas y no pudiendo resistir á la fuerza, se publicó el bando, y al instante se vió la plaza llena de Españoles y de realistas del país que, contra su costumbre, acudian para participar del movimiento.

En aquella época, el primer patio de la cárcel, llamado patio del cabildo, era público y mas de trescientos realistas se reunieron en él, en cabildo abierto. Tranquilizados acerca de los resultados que iban á obtener, usaban de un lenguaje tan libre que ofendieron el patriotismo de algunos chilenos, los cuales se mostraron irritados, bien que sin malas consecuencias. Como su objeto era el presentarse en la asamblea, resolvieron nombrar una diputacion (1), que salió inmediatamente, y llegó rodeada de un numeroso jentío.

Su entrada en la sala fué triunfante; pero á penas hubo espresado su demanda en favor de la monarquía española, los miembros de la asamblea se levantaron casi todos en un arranque de indignacion, y respondieron con palabras no menos arrogantes, ordenando que se fuese á buscar Juan José Carrera para saber de su propia boca si realmente pensaba imponerles el antiguo yugo.

El capitan José Santiago Muñoz, comandante de la guardia del congreso, se hallaba presente, y no pudiendo contenerse con su acendrado patriotismo á semejante proposicion, bajó corriendo á su puesto, y al ver el gran número de realistas que componian la concurrencia, levantó la voz y les dijo: «En vano pretende el Sarracenismo levantar bandera. Solo podrá conseguirlo cuando no quede un solo granadero. » Y diciendo esto,

(1) Compuesta de: Manuel Rodriguez, Juan Ant. Carrera, Manuel Araoz y José María Guzman. Martinez, Hist. mss. 16

V. HISTORIA.

formó la compañía en batalla amenazando con las armas (1). »

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Bien que fuese ya bastante tarde, Juan José Carrera creyó oportuno acudir á la llamada del congreso, pero fué allá á la cabeza de su batallon. Luego que llegó á la plaza, dejó la tropa en formacion, y subió á la sala en donde protestó con enerjía contra las insinuaciones de la acusacion, declarando altamente que sus fines y los de las tropas, así como tambien, los del pueblo, eran el mantener en toda su pureza y sostener el gobierno que habian proclamado el 18 de setiembre. A esta declaracion se siguieron discusiones de derecho y de principios, que prolongaron la sesion hasta muy tarde, sin haber podido obtener la dimision del poder ejecutivo..

La noche se pasó con mucha ajitacion. Todas las tropas estaban sobre las armas, y guardaban, las principales calles con patrullas, vijilando especialmente para que el comandante Juan de Dios Vial no pudiese intentar una contrarevolucion por medio de los patriotas, los pardos y los de la asamblea, que estaban enteramente á su devocion.

El 16, por la mañana, se publicó otro bando convocando al pueblo á nuevo cabildo abierto, que tuvo lugar en el mismo sitio,, es decir, en el primer patio de la cárcel, y al cual muchas personas se abstuvieron de asistir. Mientras estaban deliberando, el secretario Agustin Vial quiso arengarles desde una ventana contigua á la sala del congreso; pero no pudiendo conseguir que le oyesen, se contentó con preguntar si estaban descontentos del poder ejecutivo y cuales eran las quejas que tenian de él (2). La respuesta que recibió fué satisfacto

(1) Historia mss. del Padre Martinez.

(2) Convers. con don Ag, Vial.

ria; pero la multitud, unos por intereses particulares, otros por seguir el partido de los Carrera, no dejó por eso de pedir la dimision de los miembros del poder ejecutivo, y proclamó otro nuevo, con gran sentimiento de los realistas, que en un momento de credulidad habian consentido en un feliz retorno de fortuna, al paso que ahora iban á verse de nuevo proscritos (1).

Este nuevo gobierno sé compuso tambien de tres personas que debian representar las tres grandes provincias, á saber: Juan Martinez de Rosas, la del sur; Miguel Carrera, la del centro, y Gaspar Marin, la del norte. Por ausencia del primero se nombró, en su lugar, á Bernardo O'Higgins, que se escusó al principio, así como tambien Marin, pero que al fin aceptaron, por las instancias que les hizo Pablo Fretes, á la sazon, presidente de la asamblea. Los secretarios fueron: Agustin Vial v José Chevarria.

Esta formacion no llenó los deseos de la familia Carrera, bien que todos hubiesen tenido ascenso, habiendo sido nombrados; Juan José brigadier, y los otros dos tenientes coroneles; porque veian al partido de Rosas triunfante y asociado á hombres que no cesaban de trabajar por él. Este pensamiento no podia menos de hacerlos disimulados y desconfiados para con sus compañeros, y fué oríjen de un sentimiento mutuo de observacion que era muy propio á paralizar los negocios y asuntos administrativos.

(1) Segun Mackenna y otros, las intenciones de los Carrera, padre é hijos, habian sido, verdaderamente, proclamar el gobierno del Rey, y Juan José fué quien se opuso á ello, hecho que el mismo Juan José le habia contado á Mackenna, á Gaspar Marin y á Agustin Vial.

Véase el Duende, no 15, p. 9.

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