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El congreso, por su parte, no parecia tenerle mucha mas simpatía, porque presentia que el poder en manos de aquel jóven iba á tomar una tendencia esencialmente militar; que el ejército seria todo en su favor, y que por consiguiente iba el país á verse sumerjido en una espantosa anarquía. Lo que daba estas persuasiones al congreso era que en el oficio mismo en que habia pedido un cambio de gobierno, pedia tambien la construccion de tres grandes cuarteles, y órden de juntar á la mayor brevedad tres millones de pesos para subvenir á los gastos que meditaba.

Aquel pedido de fondos en el momento en que todas las tropas estaban sobre las armas, y aun mas la órden que él daba de no reparar en medio alguno para obtenerlos, produjo una sensacion penosa, y aparecia como un acto de tiranía y de espoliacion. Muy luego en efecto se esparció el ruido de que las tropas iban á saquear las casas, y fué preciso que el gobierno hiciese manifiestos desmintiendo aquel ruido; pero bien que estos manifiestos estuviesen firmados por los comandantes militares, el temor duró aun muchos dias. Unos huian de la ciudad al campo, otros ocultaban el poco dinero que tenian, alimentando así el descontento jeneral de donde surjió una contrarevolucion.

Mackenna fué el encargado de organizarla, ayudado por su cuñado Francisco Vicuña, por su tio Martin Larrain y algunas otras personas que veian en Carrera un enemigo perpetuo de la tranquilidad pública. Sinembargo, su ánimo no era asesinarlos como las piezas del proceso parecian darlo á entender, sino apoderarse de ellos, y enviarlos á paises estranjeros con empleos lucrativos y honrosos. Ya mas de una vez se les habian hecho

semejantes propuestas; pero siempre habian sido desechadas por Miguel Carrera, que aspiraba á mas alto honor, cual era rejenerar á su país. José Domingo Huici, capitan de una compañía de granaderos, y Francisco Formas, teniente de artillería, eran los principales instrumentos que debian servir para hacer aquella revolucion, y, por un estraño capricho de la suerte, fueron ellos mismos los que la descubrieron ó mas bien que la malograron; pues prevenidos los hermanos Carrera que el 27 de noviembre debia de tener lugar, tuvieron tiempo para tomar precauciones contra este acontecimiento, é hicieron arrestar la mayor parte de los conjurados, en el acto mismo de la tentativa (1).

Todo esto sucedia sobre las diez de la noche, y éra de temer que la conjuracion, mucho mejor organizada, se realizase en lo restante de ella, antes del dia. Para evitarlo, los hermanos Carrera dieron las providencias mas rigorosas.

El batallon de granaderos se mantuvo hasta el dia siguiente sobre las armas.

Miguel Carrera, que, pocos dias antes, habia pasado revista de inspeccion jeneral á la caballería, mandó reunir los dos rejimientos de milicias montadas de la capital, y el de Melipilla, sobre el cual contaba mucho.

Mandó poner cañones delante de los cuarteles, y que

(1) Fué cojido en aquel momento un criado de Juan José Cheverria, y lo fué tambien el teniente Francisco Formas, los cuales fueron tratados un poco inquisitorialmente, lo que les obligó á declarar mal que les pesase. Tambien se conocieron, por Muñoz Bezanilla y otros, los principales autores de aquella contrarevolucion, y Miguel Carrera, de su propia autoridad, mandó arrestar á Mackenna, Francisco Bienna, Martin y Gabriel Larrain, coronel Vial y José Gregorio Argómedo. José Ant. y José Domingo Huici pudieron escaparse. Despues de haber sido juzgados, fueron desterrados por algun tiempo á diferentes puntos de la República. Diario mss. de Carrera.

se hiciesen patrullas sin cesar en todos los barrios de la ciudad.

El dia siguiente, mandó á llamar sus dos colegas, que no se habian informado en manera alguna del resultado de la conspiracion. Su entrevista se verificó á las 9 de la mañana y fué tan seria como embarazosa, porque de ambas partes habia quejas. El uno se quejaba de la indiferencia de los otros dos acerca de un acontecimiento que habia comprometido su poder y su vida; y ellos se quejaban de no haber sido prevenidos de las disposiciones tomadas. Al cabo, despues de algunas salidas de amor propio, decidieron que Miguel Carrera fuese á presentar su parte á la asamblea, á la sazon reunida en la sala de sus sesiones.

Como ya lo hemos visto, la asamblea era poco favorable á aquella familia, y en la circunstancia se mostró, en cierto modo, hostil. Lejos de manifestar temor por el acontecimiento de la víspera, pareció sorprendida de que se hubiesen reunido tres rejimientos de milicianos montados, cuando ya el peligro habia pasado. Igualmente echó en cara á Miguel Carrera el tono de autoridad que tomaba en ciertos asuntos sin contar con sus colegas, ni con el congreso, de quien dependia.

Miguel, que tenia un carácter poco sufrido, y que sabia que algunos miembros habian tenido parte en la conspiracion, no dudó en quejarse de ellos, y lo hizo en términos vehementes, casi de amenaza, dando lugar á contestaciones acaloradas, y tal vez descorteses. Habiendo sido vuelto á llamar al congreso por la tarde de aquel mismo dia, estas contestaciones se hicieron mucho mas graves con respecto á la suerte de los prisioneros. El diputado de Buenos-Aires, don Bernardo

Vera, se presentó como defensor de sus intereses, y segun asentó la cuestion, dejaba creer que Miguel Carrera habia trasgresado las leyes del país, y usurpado un poder arbitrario, condenando los prisioneros á las mayores penas; acusacion indigna y vituperable que causó la disolucion del congreso.

En efecto, Miguel Carrera salió irritado del congreso y se fué á buscar á sus dos hermanos para concertar con ellos un plan contra sus enemigos, de los cuales sabia que tarde o temprano podrian ser víctimas. En esta persuasion, mas valia aniquilarlos de una vez para ponerlos en la imposibilidad de oponerse á sus ambiciosos proyectos. Teniendo siempre las tropas á su devocion, la empresa no presentaba grandes dificultades; no habia mas que ir á ofrecer la batalla á la sala misma del congreso, y fué justamente lo que hizo. A la verdad, antes de llegar á este estremo, pasaron al presidente un oficio en que los comandantes (1) le anunciaban que el pueblo pedia la disolucion de la cámara. La respuesta siendo la que se habia previsto, es decir, negativa, y fundada en que para disolverse el congreso necesitaba saber cual era la voluntad de los comitentes de sus miembros, los rebeldes recurrieron á la fuerza. Las tropas formaron en la plaza. Se pusieron cañones en batería contra la sala del congreso, y sus miembros salieron de tropel y atemorizados para no volver á entrar en ella (2). Así despedidos, los diputados se retiraron á sus res

(1) Juan José y Luis Carrera, Pedro Prado, Joaquin Aguirre, Manuel Barros y Joaquin Guzman.

(2) « Y en fuerza de aquella ley, otorgó el congreso, como era regular, cuanto se le ordenó, protestando secretamente la violacion, lo que se comunicó á Concepcion. »

Épocas y hechos memorables de la revol. de Chile; mss.

pectivas provincias, menos los de Concepcion, que fueron forzados á permanecer en Santiago.

Tres dias despues, el vocal Marin dió su dimision y se partió para Coquimbo. O'Higgins tuvo, por fuerza, que quedarse y tomó parte en el manifiesto del nuevo poder ejecutivo, que anunciaba la disolucion de un congreso, enteramente irregular, cuyo nombramiento fué efecto de la cabala, del resorte y del empeño (1), y mandaba que cada provincia nombrase su procurador para residir en Santiago como representante. Pero esto no se ejecutó.

(1) Diario de Miguel Carrera.

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