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nencia, ó inclinándolas á la intriga y á la superchería aun en el nombramiento de un simple provincial.

En este estado de cosas, la nacion habia quedado en una especie de nulidad que habia estampado una fisonomía muy particular á la sociedad, y la habia dejado casi estancada, á pesar de su jenio y de sus riquezas territoriales. La civilizacion estaba en pañales; la instruccion estremadamente limitada; la industria y el comercio eran nulos, ó poco mas o menos; y los mandatarios, siempre imbuidos de su posicion y de sus prerogativas, habian tomado sobre el pueblo un prestijio que casi rayaba con los límites de un respeto relijioso. Aun hay memoria de la dificultad que habia y sumision que se necesitaba para hablar á un gobernador, á un rejente, y aun tambien á un oidor, y de la afectada gravedad con que dichas autoridades se presentaban en público, frecuentando apenas la sociedad, y tolerando, en ciertas partes de la América, que el pueblo se postrase delante de su coche, como si las instituciones civiles se hubiesen identificado con las de la relijion.

Este gran prestijio que habian adquirido los empleados superiores era un producto de la política española para someter, por un medio moral, al pueblo à una especie de servidumbre que lo constituia esclavo de sus propias preocupaciones. Sin duda alguna, por respeto á las leyes y á la conservacion del órden y de la tranquilidad pública, es preciso que todo miembro de la sociedad sca subordinado á sus superiores, y obedezca con respeto á las órdenes que dimanen de su justicia; mas los Americanos habian llevado esta sumision á tal estremo de envilecimiento, que habian caido en una especie de apatía, la cual comprimia com

pletamente sus facultades intelectuales y les impedia de aspirar á mejor suerte. Se habian hecho humildes, indolentes, resignados y tímidos como si hubiesen enajenado su libertad, y tan ciegamente apegados á sus principios, que, en las primeras guerras de la independencia, se alistaban bajo las banderas reales de preferencia á las de los defensores del país.

Por otro lado, las personas ricas y de distincion no estaban menos sometidas al influjo de sus hábitos. La mayor parte de ellos, reducida á una existencia frívola y de pura vanidad, no tomaban interés alguno en la política. Sin antecedentes ni ambicion, destituidos, en jeneral, de todo espíritu público, se hallaban satisfechos con sus títulos de nobleza, adquiridos, muchas veces, á fuerza de dinero; otros se contentaban con una condecoracion; otros no aspiraban mas que al grado puramente honorífico de capitan de una compañía de milicias, y si por casualidad alcanzaban el de coronel ó brigadier, se creian en el pináculo de la dignidad política.

Una condicion de esta naturaleza no podia ya prolongarse por mas tiempo, y tenia necesariamente que ceder al movimiento poderoso que habian dado al espíritu de aquel siglo los Montesquieu, Helvecio, Voltaire, Raynal, Rousseau y otros, y cuyas obras, traducidas, la mayor parte, al español, se habian introducido por contrabando en las mas pacíficas comarcas, y habian despertado los corazones de algunos atrevidos pensadores, los cuales se embibieron en ellas de un conocimiento íntimo de sus derechos y de sus deberes. Estos pensadores abrazaron algunas veces las cuestiones las mas arduas, bien que sin arriesgarse á proponerlas como dogmas al escrutinio de un libre exámen. Lejos de eso, como fieles y escrupu

losos católicos, desdeñaban todo alarde de incredulidad, pero penetrándose ellos mismos con ansia de las doctrinas sociales de dichos filósofos, con esperanza de aprovecharse de ellas á su tiempo para la felicidad de su nacion. Así se preparaba una grande revolucion en aquella vasta comarca y ya fermentaba con cierto susurro para desarrollarse, tarde ó temprano, y mostrarse triunfante de preocupaciones y hábitos arraigados, favorecida por grandes acontecimientos que le sirvieron de auxiliares, no de causa esencial.

El primero de estos acontecimientos tuvo lugar en la América Inglesa con ocasion de un impuesto con que el gobierno quiso agravar las transacciones comerciale sdel país. En el primer momento, el pueblo hizo las mas calorosas representaciones contra aquel acto de arbitrariedad y de injusticia, pero viéndolas desechadas, y su orgullo nacional humillado, se propasó á escesos que muy luego tomaron un carácter de verdadero alzamiento. Muy luego, los gritos de libertad y de independencia resonaron en todas aquellas colonias británicas, y estos gritos, importados á Francia por los representantes Deane y Franklin, encontraron la mas jenerosa simpatía en una juventud educada segun el espíritu filosófico del 18° siglo. Es verdad que en aquella época ya la Europa entera miraba con zelos y desconfianza la ambicion invasora de la Inglaterra, y no se hallaba muy distante de abrazar la causa de aquel pronunciamiento, bien que fuese opuesto á los principios jeneralmente seguidos. La Francia, sobretodo, tenia el mayor interes en debilitar la preponderancia de su rival, aun tan orgullosa de la posesion del Canada que le acababa de quitar, y por lo mismo fué de las primeras que se apresuraron á trazar

un plan de conducta enteramente favorable á los Americanos. En el principio, obrando con prudencia y sijilosamente, procuró fomentar aun mas el entusiasmo del pueblo, hizo entrar en su liga al rey de España (que tambien tenia algunos antiguos rencores contra Inglaterra), y luego echó á un lado la circunspeccion y manifestó abiertamente sus proyectos, armando de concierto con su poderoso aliado una flota suficiente para sostener y sacar triunfantes las justas pretensiones de aquellos audaces colonos. Los buques de aquella flota fueron justamente los que, de arrivada á algunos puertos de la América meridional, sembraron y dejaron en ella las ideas de libertad que no podian menos de estenderse tanto mas, cuanto los sucesos militares iban á fundar, á su puerta misma, una nacion viril, vigorosa y llena de recursos, y, por lo tanto, capaz de tener un rango entre las potencias que se habian elevado al mas alto grado de civilizacion.

El segundo acontecimiento, relativo á la revolucion francesa, fué aun mas decisivo, puesto que este aniquiló, de un golpe, todas las condiciones morales y materiales del estado y de la sociedad, y esparció su benéfica claridad por las clases inferiores, enseñando á cada miembro de esta sociedad el verdadero valor de sus derechos y de su dignidad. En suma, era una revolucion social que interesaba la jeneralidad del pueblo, y bajo este aspecto todos debian tomar una parte activa en ella, sobretodo aquellos para quienes los privilejios ha bian sido tan humillantes y tan onerosos.

En la época de aquellas dos violentas revoluciones, habia en España, y en otras partes de la Europa, una infinidad de jóvenes Americanos educados, por decirlo así,

en la escuela de aquellos atrevidos reformadores, ó imbuidos, por lo menos, de algunas de sus máximas, los cuales, poniendo el pensamiento en el porvenir de su país, y previendo la influencia que aquel gran trastorno político podria tener en su suerte, miraban con ansia los progresos de esta última revolucion, siguiendo su retaguardia, y felicitándose mutuamente al verla ganar terreno, bien que lastimándose de las violencias rencorosas de las pasiones. De aquel gran número de jóvenes, unos se apresuraban á volver á su patria para comunicar á algunos de sus compatriotas las ideas de que ellos mismos estaban inspirados; otros, mas osados, se trasportaron en persona al foco del movimiento, y aun se atrevieron á alistarse bajo las banderas de los revolucionarios, á impulsos del entusiasmo que les inspiraban sus principios y su profunda conviccion.

Entre estos últimos, los habitantes de Venezuela se distinguieron por el apresuramiento con que adoptaron aquellas nuevas ideas, y al primer grito de la revolucion francesa algunos jóvenes insensatos osaron tremolar el estandarte de la rebelion; pero muchos de ellos pagaron con la vida un pronunciamiento tan prematurado é intempestivo. De los que se salvaron de los efectos de este primer sacrificio á la libertad americana, fué uno Nariño, jóven audaz é imprudente que osó presentarse en España, de donde, á la verdad, se fué muy pronto para ir á interesar en su noble causa los gobiernos frances é ingles. A poco tiempo despues, su fogoso compatriota Miranda se presentaba en la misma lid con las mismas intenciones, y con antecedentes que le eran mucho mas favorables. Entusiasta de la revolucion francesa, en correlacion y trato con sus jefes, y, lo que es mas, habiendo

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