Imágenes de páginas
PDF
EPUB

alcanzado el grado de jeneral en sus ejércitos, Miranda ofrecia las mejores garantías de éxito á una espedicion que ya muchas veces habia emprendido, aunque sin resultados importantes. La Inglaterra, como muy interesada en aquella arriesgada tentativa, no se mostró sorda á sus solicitudes y le dió armas y dinero, con lo cual aquel ilustre Americano se vió muy luego á la cabeza de una nueva espedicion, que salió de los Estados Unidos y se dirijió sobre Caracas, en donde, si no consiguió sus principales fines, alcanzó, por lo menos, el de propagar las ideas de libertad, y de ajitar y llenar los corazones de los habitantes de pasiones que los comprometieron lo bastante para proseguir en tiempo oportuno su gran pensamiento.

Ademas de los auxilios que daba á los apóstoles de la emancipacion americana, la Inglaterra procuraba dislocar directamente y por sí misma al gobierno español, sembrando el jérmen de la discordia en sus colonias, á las cuales inspiraba el amor de la independencia. En los resultados de esta importante cuestion, el gobierno británico hallaba, en primer lugar, una satisfaccion nacional; y, en segundo, una inmensa salida para los productos de su creadora industria, productos que en aquella época la América no tenia por causa del bloqueo continental.

Por consiguiente, todos los pensamientos de la Inglaterra se dirijian naturalmente á fomentar aquella revolucion, y ya, en 1797, el ministerio, por el órgano del célebre Pitt, habia mandado distribuir en la mayor parte de las colonias gran número de proclamas, asegurando socorros en dinero, armas y municiones á cuantos quisiesen intentar revolucionarlas. Todo esto no era mas que una consecuencia inevitable de la conducta que ha

bia tenido el gobierno español en la insurreccion de los Anglo Americanos.

En cuanto á la Francia, es fácil concebir que teniendo el mayor interes en abatir el orgullo y el poder de su rival, hubiese entrado abiertamente en aquella liga, y procurase contribuir por todos sus medios al desarrollo de un acontecimiento que lisonjeaba su amor propio, y aumentaba su preponderancia política; pero no se comprende que España hubiese podido tomar cartas y protejer una revolucion, cuyo objeto era la emancipacion de una colonia tan vecina de las suyas, con el símbolo de libertad y de igualdad, en toda la acepcion de estas palabras. Los hombres esperimentados y de prevision vieron al punto la grande trascendencia de este yerro, y el mismo Carlos III lo confesaba francamente, refujiándose á la sombra de su malhadado pacto de familia. El ilustre conde de Aranda, despues de haber firmado en Paris el tratado de paz que obligaba á la Inglaterra á sancionar la independencia de los Estados Unidos, no pudo menos de manifestar á S. M. los temores que le asaltaban por la suerte futura de sus posesiones en América, y para precaver semejante acontecimiento opinaba cuan útil seria el llevar á ejecucion el plan presentado par Vauban á Felipe V, plan que consistia en ceder aquellas posesiones á tres infantes de su familia, los cuales reinarian en ellas con los títulos de rey de Méjico, del Perú y de Costa firme, y bajo su propia dependencia con el de emperador.

A todos estos elementos de fermentacion, que solos habrian bastado para dislocar el poder español en todo el Nuevo Mundo, se juntó muy pronto otro, aun mucho mas grave, y el cual provenia de la triste situacion de

la madre patria, á consecuencia de la corrupción de la corte, de los desarreglos de la administracion, de la conducta política y privada de un grande de fortuna y de las miserables desavenencias del rey y del príncipe su hijo, desavenencias que dieron lugar á la revolucion de Aranjuez. Solicitado como mediador én la querella, Napoleon vió de una ojeada, y con su tino astucioso y sutil, una ocasion de espulsar á los Borbones de España, para su propio provecho, y por un maquiavelismo que la historia no le perdonará nunca consiguió la abdicacion de la corona, objeto del conflicto entre los dos monarcas, y la puso en la cabeza de su hermano José. Ademas, anteriormente á esta pérfida tramoya de estado, ya habia obtenido, en conformidad al tratado de Fontainebleau el enviar al norte de la Europa las tropas españolas que mandaba el marques de la Romana, y ocupar con las francesas las principales plazas de la Península, por manera que la invasion de aquel vasto y jeneroso país no fué, en realidad, para su ejército mas que un paseo recreativo y de ovacion.

El prestijio de Napoleon, y, tal vez, algunos intereses particulares, atrajeron á aquel hombre estraordinario un partido bastante fuerte de Españoles de distincion y de influjo; pero el pueblo, penetrado de la máxima de considerar á los reyes como imájenes de la Divinidad, y como intérpretes de la voluntad del cielo, no pudo sufrir con paciencia y sangre fria un acto tan violento de vergüenza y de injusticia; el grito de alarma resonó como un trueno en toda España, y su eco produjo una insurreccion jeneral, pronta á sacrificarse para defender la dignidad y la independencia de aquella antigua monarquía, embriagada aun de vanagloria con la me

moria de sus héroes y de sus valientes defensores.

Uno de los primeros deberes de los insurjentes fué atacar los arsenales para hacerse con armas y municiones, y su celo y valentía estaban sostenidos por la poderosa proteccion del clero, que, en aquel momento, gozaba de un doble influjo, á saber, el que le daba su carácter sacerdotal, y el de su ardoroso patriotismo. En seguida se formaron pequeños cuerpos de ejército; se organizaron montoneros, y se esparcieron hábiles ajitadores por todas partes para fomentar la conspiracion, dando pávulo á la pasion de los espíritus, y predicando guerra esterminadora contra los serviles instrumentos de la ambicion de un guerrero insensato. Los primeros encuentros fueron impetuosos y sostenidos, y llenaron de sorpresa á los Franceses, que, hasta entonces, habian desconocido enteramente el carácter denodado y enérjico del Español, y se vieron obligados á defender paso á paso el terreno tan vergonzosa y pérfidamente invadido y que el orgullo nacional se aprestaba á disputarles con tanta enerjía.

Durante aquellas guerras de esterminio, en las cuales el espíritu de patriotismo se elevó á lo mas alto y sublime de cuanto nos presenta la historia de la humanidad, la España se hallaba sin jefes, sin apoyo, desprovista de todo y enteramente dividida en su organizacion política. Cada provincia, reducida á su propia suerte é impelida, al mismo tiempo, por el sentimiento íntimo y aclarado de sus derechos, procuró formarse un gobierno provisional, cuyos fines fuesen vijilar por su propia conservacion. Las que se hallaban aun libres crearon juntas compuestas de ciudadanos los mas influyentes y animados todos del mismo espíritu patriótico. Todas aquellas juntas eran

iguales en poder y autoridad y no tenian mas que un objeto comun, que era la defensa de la patria, y se gobernaban independientes las unas de las otras; lo cual habia dado lugar, sin pensar en ello, á una especie de administracion federativa. Pero aquellos pequeños estados eran demasiado débiles para obrar por sí solos, y se hallaban en la necesidad de ayudarse mutuamente, multiplicando, de esta manera, sus fuerzas y sus recursos. Para conseguirlo, creyeron que lo mejor seria centralizar las operaciones en una sola junta, sin dejar de conservar la direccion política de su provincia.

Por desgracia, se abrigan en el corazon humano, así como tambien en el de la sociedad, pasiones que sofocan en él todos los sentimientos del deber, y los inclinan á escesos de amor propio ó de orgullo que, muchas veces, les hace obrar contra su propio interes; y esto fué lo que sucedió en España, cuando se trató de elejir aquella junta, en la que se debian centralizar todos los poderes. En aquella ocasion, muchos elevaron demasiado alto sus pretensiones, obraron con imprudencia, y, en su obstinacion, hubieran comprometido gravemente el país, sembrando en él la guerra y la anarquía, si los peligros de la patria no hubiesen atraido en su favor todos los partidos militantes.

Mas no sucedió lo mismo en América, en donde cada una de las provincias que se hallaban en desacuerdo habia enviado emisarios con el solo objeto de dar á reconocer su supremacia, con esclusion de las demas. Claro estaba que la animosidad que existia entre los enviados habia de perjudicar necesariamente á su mision, pues todos se decian representantes de la sola junta reconocida por España, y de allí se seguian contradicciones y

V. HISTORIA.

3

« AnteriorContinuar »