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desmentidos que dejaron el espíritu americano en una situacion de incertidumbre, le hicieron dudar de la verdad de todas aquellas relaciones, tan tercamente controvertidas, y sospechar la posicion crítica en que estaba la madre patria.

Esta posicion era, en efecto, de las mas lamentables. El país se hallaba invadido casi por todas partes; habia jenerales que habian faltado á su deber, y violado su juramento; la anarquía, jenio de la ambicion, parecia tambien querer conspirar contra la nacion, y la junta de Sevilla, forzada á abandonar dicha ciudad, se habia refujiado, apresuradamente, en Cádiz, en donde se vió muy luego acosada por el ejército frances. Sospechada de estar de intelijencia con Napoleon, la misma junta habia sido el objeto de una animosidad sorda, pero jeneral, que se manifestó muy pronto en gritos amenazadores de las poblaciones por donde pasaba. El recibimiento que tuvo en Cádiz no fué menos ruidoso, y no atreviéndose á hacerle frente, se apresuró á disolverse y dispersarse, humillada y llena de confusion. Solo, algunos diputados permanecieron en la ciudad y se creyeron bastante autorizados para elejir entre ellos mismos cinco miembros que revistieron del poder soberano, bajo el título de rejencia suprema del reino.

Este fué el gobierno que, así improvisado, reconocido solamente en Cádiz, y cuya autoridad á penas se estendia á algunos cantones de la Galicia, confesó tan injenuamente en una proclama á los Americanos que hasta entonces habian sido tiranizados por España y por sus vireyes, y que, en lo sucesivo, ya libertados de su codicia, serian considerados al igual de los Españoles, y tendrian sus representantes en las cortes. Sin duda, esta

confesion tan sencilla era, tal vez, síncera, pero escesi- . vamente tardía, puesto que llegaba en un momento en que la América, en su posicion embarazada, no podia ya confiar en mandatarios cuya legalidad habia sido contestada por la mayor parte de las provincias españolas, y aun tambien por el marques de la Romana. Por otrá parte, la admision de estos diputados en las cortes era completamente ilusoria, puesto que no era posible que llegasen inmediatamente de las diferentes comarcas de la América, y, por de pronto, fué preciso contentarse con escojerlos á la ventura, por decirlo así, entre los Americanos establecidos en Cádiz. El número de los que se nombraron era, ademas, tan limitado, que no podian tener influjo alguno en el resultado de los votos. Por esta razon, las memorias de aquella época están llenas de representaciones y protestas de dichos diputados, y ponen de manifiesto con que audacia eran diferidas sus mociones, esperando poder anonadarlas, al cabo, si sobrevenian buenos sucesos militares.

Esta falta de consideracion habia necesariamente de producir impresiones desfavorables en pueblos ajados despues de tanto tiempo en su amor propio, y los cuales, en razon de la invasion de la madre patria, se creian amenazados del golpe que les darian todas aquellas desgracias. Por mucha confianza que tuviesen en la valentía y en el patriotismo españoles, y en los auxilios de su recien aliada la Inglaterra, no se disimulaban sus propios riesgos, y resolvieron no permanecer por mas tiempo en la indecision, siempre fatal en tiempos. de trastornos políticos. El partido que les convenia abrazar les estaba indicado por la misma España creando un gobierno provisional compuesto de un cierto

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número de personas influyentes en el país, y capaces de obrar con encrjía á la primera señal de alarma.

Una mano guiada por la Providencia sobrevino para favorecer este plan tan nuevo para los Americanos. Los vireyes de Méjico y de Buenos-Aires, penetrados del poder de Napoleon y del estado crítico en que se hallaba España, habian convocado, casi en la misma época, algunos ciudadanos, con el objeto de participarles sus temores, y de persuadirles nombrasen legalmente una junta que tomase á su cargo el dar disposiciones las mas rigorosas y activas para la defensa del país, en caso de invasion. En cualesquiera otra época, habria sido conveniente y útil esta determinacion; mas, en aquel momento en el cual los espíritus estaban tan fuertemente ajitados, no solo por los peligros que amenazaban, sino tambien por las ideas del siglo, la misma determinacion daba pávulo á la ambicion, y favorecia las miras de los reformadores. Los Españoles dotados de perspicacia previeron de una ojeada sus consecuencias y se apresuraron á contrarrestarlas. En Méjico, en donde habia suficiente número de ellos, consiguieron deponer al virey poniendo en su lugar una junta compuesta de personas apegadas á sus intereses y á los de España; pero en Buenos-Aires el cabildo fué el que tuvo todo influjo en una creacion semejante, y, por esta razon, fué enteramente favorable al país. Cisneros quedó despojado de sus honores y títulos, y á poco tiempo despues le enviaron á las islas Canarias, acompañado de algunos oidores, y otras muchas personas contrarias al movimiento que acababa de ser ejecutado.

El 25 de mayo de 1810 fué el dia en que tuvo lugar aquella revolucion, la cual habia sido precedida de la de Caracas, que puede ser considerada como provocadora

y vanguardia de la lucha que iba á trabarse entre el despotismo y la libertad. Quito y la Paz se habian pronunciado ya en favor de estos gobiernos provisionales, y las demas capitanías jenerales procuraban seguir el mismo ejemplo, porque la fermentacion era tan jeneral como violenta, hallándose los espíritus alarmados con el temor de una iminente invasion, á la cual todos querian hacer frente á fin de conservarse para su amado rey Fernando VII. Fuera de algunos que habian soñado con una feliz suerte futura para el país, las intenciones de la jeneralidad eran puras y sínceras, y espresaban una fidelidad altamente probada por el empeño que ponian en sostener los esfuerzos que hacia la madre patria para resistir á la potencia estraordinaria de su ambicioso enemigo. En el espacio de tres ó cuatro años, salieron de la América para contribuir á los gastos de los ejércitos españoles mas de cien millones de pesos, producto de simples donativos patrióticos.

Entretanto, la rejencia y las cortes no se hicieron ilu sion sobre el resultado final de aquellos movimientos, ni sobre el fin que se proponian alcanzar algunos miembros de aquellas juntas; y conociendo el gran inconveniente que habia en dejar subsistir en aquellas colonias asambleas revestidas del poder soberano, procuraron paralizar la coalicion, cosa que ofrecia tanta mayor dificultad cuanto esta se estendia por un espacio de mas de dos mil leguas. A pesar de su penuria en hombres y dinero, y de la lucha que sostenian contra un enemigo tan peligroso, se atrevieron á enviar, en la plenitud de su impotencia, una espedicion á Venezuela para bloquear los puertos é impedir la entrada de los estranjeros, que con mucha razon temian; y para conseguir mejor este fin,

anularon la órden que hacia un mes habia dado la rejencia en favor del comercio libre de la América; rechazaron con desden la intervencion de la Inglaterra; hicieron vijilar las costas para ponerlas al abrigo de la introduccion de las ideas de los anglo-americanos, y procuraron congraciarse con los diputados del nuevo mundo, oyendo con menos indiferencia sus discursos y sus peticiones.

Mientras el gobierno de Cádiz multiplicaba así sus esfuerzos para contener al jenio invasor de la revolucion. americana, Napolcon se esmeraba en protejerla por su parte, enviando emisarios franceses y aun tambien españoles, con el encargo de impeler los Americanos á la independencia, en caso de que no consiguiesen someterlos á la autoridad del Rey José. La promesa que habian hecho estos emisarios de conservar á todos los empleados superiores sus derechos, honores y prerrogativas, les habian proporcionado la proteccion de algunos altos personajes; pero el pueblo, cada dia mas idólatra de su rey Fernando, que noobstante su cautiverio reinaba aun para ellos con el mayor esplendor, no quiso de ningun modo suscribir á un acto tan contrario á sus ideas de hábito, y, fuertemente irritado contra aquellos ajentes de la perfidia, tocó á rebato, sacrificó á algunos, ahuyentó á otros y quemó en un autodefe las proclamas infamantes para su honor y dignidad. Por otra parte, una nacion que habia abolido la relijion de Cristo, decretado la divinidad de la razon, encarcelado al papa, degollado á los sacerdotes y votado un ser supremo de la hechura de las ideas impías y desorganizadoras de la época, no podia, en aquel momento, ejercer la menor influencia con un pueblo imbuido de su relijion hasta el fanatismo, y

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