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Ignacio Quesada, que se hallaban en las cercanías, fueron salvados; todos los demas fueron llevados como trofeo á Chillan, sufriendo en el tránsito las incomodidades de la lluvia continua, malos caminos y rigores del invierno.

Por su parte, los realistas tuvieron que padecer estas mismas incomodidades, pero hallaron la recompensa de ellas, y muy luego las olvidaron con el brillante recibimiento que se les hizo. Durante todo el dia, se tocaron las campanas á vuelo, hubo iluminacion por la noche, y mientras que toda la ciudad rebosaba de júbilo y alegría, los grandes patriotas Cruz, Victoriano y sus compañeros jemian en un calabozo.

Miguel Carrera acababa de salir de Talca para dirijirse con las tropas de Vial al campamento jeneral, cuando recibió esta fatal nueva. Su primer pensamiento, entonces, fué enviar á su edecan Juan Felipe Cárdenas á asegurarse de la verdad del hecho, que, desgraciadamente, era demasiado cierto. Habiendo llegado á Quella, halló allí á los doce heridos que los realistas no habian querido llevarse, y en Huillipatagua, á los treinta hombres de Quesada, que habian podido ir á refujiarse á Quirihue.

Bien que sintiese amargamente este acontecimiento, lo disimuló, achacándolo á la tardanza de Vial en ir al socorro de aquella division, y se quejó al gobierno, sin acritud, aunque lo creyese cómplice de dicha tardanza, pidiéndole con instancia las tropas recientemente llegadas de Buenos-Aires. Tambien se quejó por la misma via, de la indiferencia con que se dejaba sin castigo á los desertores que se iban á Santiago. En cuanto á él, temiendo con razon que esta relajacion de la disciplina

fuese un fatal ejemplo para el ejército, habia castigado con rigor á algunos desertores, y aun habia cumplido con la ley mandando afusilar á un soldado de la division de Cruz, que habia fomentado un motin contra los oficiales, medida ciertamente de sentir, pero necesaria en un momento en que se debia emplear todo rigor de la disciplina para mantener el moral del ejército, numéricamente débil, y habituar al soldado á una obediencia ciega en todos los asuntos y actos del servicio.

Durante su marcha, Carrera continuó dando sus órdenes al campamento de Chillan, pidiendo que se hiciesen reconocimientos con el mayor cuidado, y que se levantase un plano de las cercanías, que no podria menos de ser de la mayor utilidad para los campamentos ulteriores y las combinaciones estratéjicas. Al mismo tiempo, destacaba en diversas direcciones partidas de descubierta para la seguridad de la marcha; pues à medida que se acercaba del centro de la accion, era su principal deber, como jefe, el obrar con vijilancia y prudencia para no caer en una de las emboscadas que la actividad y la astucia de los enemigos hacian probables. Todo esto, reunido á la dificultad que ofrecia el transporte de la artillería, por caminos mas que difíciles y casi impracticables, habia retardado considerablemente su marcha, en términos que la division empleó quince dias en ir de Talca á las orillas del Nuble. El dia siguiente, 12 de junio, operó su juncion con el grueso del ejército, que estaba acampado sobre el pequeño Cerro de Cayanco, á una legua de la plaza, y con grande satisfaccion de las tropas y de los oficiales.

Miguel Carrera habia ido por delante protejido por el capitan Prieto, que habia marchado á su encuentro con

una partida de dragones, y por una division de O'Higgins, acampada al norte de la ciudad con el objeto de observar los movimientos del enemigo, y cubrir, en caso necesario, la division que se avanzaba.

Hallándose, en fin, todas las tropas reunidas, el jeneral en jefe ya no pensó mas que en ejecutar su plan de ataque. Así como lo hemos dicho, en su tránsito de Talca á Chillan, habia pedido un plano del terreno que debia ocupar el ejército, y Mackenna se había apresurado á enviárselo; pero ya sea que la mala intelijencia que existia entre ellos le diese poca confianza en su habilidad, ó que dicho plan fuese realmente defectuoso Carrera no quiso servirse de él y prefirió ir á observar por sí mismo, en compañía de su amigo Poinsett, el cual, mas que Mackenna, ejercia para el jeneral funciones de injeniero y aun de cuartel maestre.

Juntos, pues, recorrieron todas las cercanías de la plaza, y aun se acercaron algunas veces á una pequeña distancia de ella para poder observar la posicion de enemigo, y determinar en qué puntos se podrian construir algunas baterías á distancia de metralla, á fin de que protejiesen su punto de ataque.

Las piezas que habia enviado desde Talca acababan de llegar; pero los dos cañones de á 24, que habian salido, habia ya mas de un mes de Talcahuano, aun estaban en camino, y era preciso demasiada premura en venir á las manos para que fuese posible esperar que llegasen. Por lo mismo, á consecuencia de un consejo de guerra, en donde se combinó y arregló el movimiento, el jeneral mandó levantar las tiendas del campo de Callanco y trasladarlas á un cuarto de legua corto de la ciudad, al lado del molino de Gonzalez, situado al borde del esterillo de

Maypu, entre dos pantanos, y no lejos de una lomilla á donde Mackenna fué á construir la primera batería por órden del jeneral en jefe.

Esta posicion, por ventajosa que fuese para acampar, era sumamente desagradable para los tropas que se hallaban como en una especie de cenagal, tanto mas insoportable cuanto se estaba en el rigor del invierno. Las lluvias casi encesantes habian desleido el terreno por donde ya las carretas casi no podian adelantar un paso, circunstancia que multiplicaba las fatigas del servicio, y acababa de debilitar el cuerpo del soldado y las pocas fuerzas que le quedaban. Sinembargo, su moral se mantenia en buen estado, porque acostumbrado á las fatigas inseparables del oficio, y con la esperanza de arrojar al enemigo de las últimas trincheras que le quedaban, soportaba sin quejarse las mayores incomodidades, y solo anhelaba por los progresos del sitio para que se concluyese una guerra tan larga.

Sinembargo, á pesar de su buena voluntad, se notaba que ya nos habiamos alejado de la época de la invasion, época en la cual el entusiasmo se propagaba con maravillosa facilidad, y pocos ejemplares bastaban para inflamar corazones jenerosos, y llenarlos de patriotismo; al paso que ya en el dia solo habia calma y conformidad; la mayor parte de los milicianos solo se animaban por acaso, y se mantenian fieles mas bien por deber que por convencimiento.

Mientras que los patriotas procuraban así asegurarse una posicion ventajosa, los realistas no cesaban de molestarlos con sus infatigables guerrillas, y los forzaban á mantenerse constantemente alerta, lo que les causaba grande fatiga. Estas guerrillas no se contentaban con

atacar las partidas de descubierta y tenian la audacia de alejarse tan pronto para procurarse lo necesario, de que carecian, tan pronto para hacerse con reclutas que aumentasen el número de los defensores de la bandera real. Una de ellas, bastante fuerte numéricamente, ya se dirijia sobre los Anjeles con el objeto de apoderarse de esta plaza; pero O'Higgins hizo un movimiento rápido sobre el rio de la Lazuela y la obligó á retirarse.

Otra, aun mas audaz, tuvo la osadía de tomar la espalda del ejército contrario para emboscarse y apoderarse, al paso, de las dos piezas que se aguardaban de Concepcion; pero quedó frustrada de su intento por una coluna bastante fuerte que mandaba Luis Carrera, el cual, por su actividad, acertó á conservar al ejército dichas dos piezas, material indispensable para el sitio, y contribuyó, al mismo tiempo, á que llegasen á su destino antes de la que se esperaba.

El mismo dia que las fuerzas patriotas se habian puesto en movimiento, el jeneral en jefe habia enviado á Francisco Calderon de parlamentario á Chillan para tratar de composicion con el ayuntamiento, y terminar la guerra fratricida que iba á encenderse de nuevo y con nuevo encarnecimiento.

La respuesta no llegó hasta dos dias despues, es decir, el 28 de julio, y era tan disimulada y evasiva, que Carrera juzgó inútil insistir, renovando sus propuestas, y dió inmediatamente la órden de atacar. Así se ejecutó por la batería avanzada, que tuvo la iniciativa, y tiró dos cañonazos, de los cuales el uno se llevó la mano de un infeliz carretero, que trabajaba por el servicio; y el otro cortó por el medio el rollo levantado desde el principio de la conquista en medio de la plaza mayor.

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