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En las demas ciudades, el espíritu republicano habia hecho desaparecer estos instrumentos permanentes de vergüenza y de infamia; pero aquí, la Providencia fué la que tomó á su cargo la destruccion del que aun existia, como enemiga de todas estas leyes humillantes que degradaban al jénero humano, y le privaban enteramente de toda especie de sentimientos.

Al dia siguiente, el fuego empezó de nuevo y con mucha mas viveza, pero sin grandes resultados por falta de instruccion en los soldados, la mayor parte de los cuales entraban en accion por la primera vez. Sinembargo, José Miguel Carrera, notando que el fuerte de San Bartolomné habia sufrido en ciertas partes, pensó en tomarlo por asalto, resolucion tal vez oportuna, pero arriesgada por falta de tropas capaces de ejecutarla eficazmente. Por lo mismo se apresuró á detener el movimiento, y se limitó á estrechar la ciudad con ataques simultáneos por los frentes del norte y del sur.

La primera coluna, que constaba solo de ochenta infantes, estaba mandada por el capitan José María Benavente; la otra, que era de trescientos, y tenia dos piezas de campaña, la mandaba el coronel O'Higgins. Su intento no era otro mas que el ejecutar las amenazas que el jeneral habia hecho á la municipalidad, de incendiar la ciudad, en caso que hiciese resistencia. En efecto, los cumplieron incendiando las casas que estaban á la entrada; pero O'Higgins, poco satisfecho de un acto que no le parecia propio de su franca valentía, prefirió combatir al enemigo frente á frente, y se avanzó á atacarlo en sus mismas trincheras, de cuyo ataque se siguió un empeño bastante tenaz, pero que no tuvo mas resultado que el de demostrar claramente al jeneral en jefe

las dificultades que tendria el apoderarse de la plaza. Pocos dias antes, habia anunciado al gobierno una pronta conclusion de la guerra; pero, en vista de la resistencia que esperimentaba, ya se sentia menos confiado y descubria temores por las consecuencias de una campaña que empezaba con malos é inquietantes agüeros. La estacion se ponia cada dia mas mala con lluvias incesantes, acompañadas algunas veces de tempestades que se llevaban las tiendas, y dejaban los soldados en campo raso y á las intemperies. Los víveres empezaban á disminuir, y ya habia habido que disminuir las raciones. Los caballos carecian casi enteramente de forraje; estaban ya en huesos, sin fuerzas, y morian muchos. En las espediciones que era forzoso emprender, habia que servirse, muchas veces, de los que pertenecian á los oficiales, bien que empezasen ya á resentirse tambien de la imprevision de los proveedores. Con todo eso, el moral del soldado se mantenia, y aun tambien habia algunos arranques de entusiasmo en su corazon á pesar de las duras pruebas á las que el tiempo y la necesidad lo sometian. En efecto, los soldados soportaban sin quejarse el rigor de los elementos desencadenados del cielo contra ellos; hacian con paciencia admirable el penoso servicio á que estaban sujetos y anhelaban por el momento de atacar el fuerte de San Bartolomé, al que habian puesto el sobrenombre de Brujo, por causa de su situacion oculta.

Estas buenas disposiciones del ejército tranquilizaban algun tanto al jeneral en jefe y dispertaban en él aquella actividad, de que habia dado tantas pruebas, y el espíritu resuelto que le decidió á atacar con el mayor vigor la plaza, despues de haberla estrechado al estremo.

Para este fin, mandó á Mackenna ir á establecer otra batería sobre una alturita distante solo dos cuadras de la plaza, órden que Mackenna ejecutó en la noche del 2 al 3 de agosto, compuesta de seis piezas, y sostenida por quinientos hombres mandados por O'Higgins, Spano y Oller.

Sanchez no tuvo hasta por la mañana el mas mínimo conocimiento ni del movimiento operado por los patriotas, ni del establecimiento de la nueva batería, que acababan de construir casi á la entrada de la ciudad, en una posicion que podia causarle mucho daño. En vista de esto, pensó que era de su deber el tomarla, y dió órden para que así lo ejecutase al intrépido Elorriaga, poniendo á su mando dos escelentes batallones, que fueron el de Valdivia, mandado por Lucas Molina, y el de Chiloe, á las órdenes de Pinuel, con muchos tiradores que avanzaron con el fusil á la espalda y gritando viva la patria, esperando, con esta treta, apoderarse mas fácilmente de la posicion; pero se les conoció la intencion que llevaban, y los patriotas respondieron á sus gritos astutos con una buena descarga que tuvo una pronta y vigorosa riposta, con lo cual se halló la accion empeñada de una parte y de otra, batiéndose unos y otros con el mayor denuedo, unos para tomar la batería, y otros para defenderla á todo trance.

Duraba la accion ya habia mas de una hora, cuando el jeneral en jefe destacó un trozo de caballería sobre el Tejar, para cojer al enemigo por la espalda, mientras que Luis Carrera y Mackenna lo atacaban de flanco, el primero por la izquierda, y el segundo por la derecha. Con esta maniobra, tan bien combinada como perfectamente ejecutada, el enemigo habria sido envuelto y hu

biera sido infaliblemente batido, si no se hubiese replegado con prontitud sobre la plaza, á donde fué perseguido hasta sus trincheras. En esta operacion, O'Higgins se mostró digno de mandar á los valientes que estaban á sus órdenes. Habiendo hallado el rio Maypue crecido con las incesantes lluvias que habian caido, lo mandó, noobstante, vadear, y llegó casi al mismo tiempo que el enemigo á la trinchera principal de la calle de Santo Domingo, que intentó tomar por asalto. Ya muchos soldados que habian subido á las casas vecinas facilitaban esta empresa molestando escesivamente á los sitiados, cuando llegó el edecan Miguel Serrano con órden del jeneral en jefe para que aquel destacamento se replegase.

O'Higgins halló un pretesto para no obedecer á dicha órden, y resuelto á apoderarse de aquella batería que dominaba muy ventajosamente á la plaza, y cuya toma era de suma importancia, continuó el ataque, estrechando mas y mas al enemigo, cuando llegó segunda órden perentoria para que se retirase. De suerte que se vió obligado á obedecer abandonando aquel campo de batalla, en donde esperaba cojer nuevos laureles, y, tal vez, decidir la suerte de la campaña. Al retirarse, se encontró con el escuadron de Fernando Urizar, el cual tambien habia recibido órden de replegarse, y este encuentro le sujirió á O'Higgins la idea de ir á intimar la rendicion al comandante del fuerte San Bartolomé ; pero al acercarse fué recibido con un cañonazo que sin tocarle le dejó momentáneamente un brazo paralizado, y resultó de la amenaza otro empeño que no sirvió mas que para aumentar las pérdidas que la patria habia tenido en aquella jornada. El número de muertos era ya conside

rable y, entre ellos, se contaban algunos bizarros oficiales, tales como el comandante de artillería don Hipólito Oller, el valiente capitan Joaquin Alonso Gomero, el de igual clase en las milicias Juan José Urreta y otros. Por parte de los realistas, la perdida fué, probablemente, aun mayor, puesto que estaban en la necesidad de batirse á cuerpo descubierto y casi á quema ropa.

Tal fué el resultado de aquella jornada, totalmente insignificante, y que hubiera podido, sinembargo, ser muy favorable á las armas de los patriotas, si el ataque de la plaza se hubiese ejecutado con mas union y mas firmeza, y si el jeneral, menos aprensivo por la bisoñería de sus soldados, hubiese seguido el impulso de su ardor y de su audacia, pues, á pesar de su poca disciplina, iban como hombres determinados, con ánimo de vencer, y parecia no necesitar mas para conseguirlo que el concurso de un jefe atrevido y resuelto.

Al dia siguiente, el ataque tuvo aun lugar por parte de los sitiados, y fué dirijido, al principio, contra la reserva, situada sobre el Maypue, entre el tejar y la batería. Sanchez destacó allí una buena coluna de infantería y de caballería que obligó á los patriotas á refujiarse bajo el reducto, abandonando una porcion de bagajes, y las cuatro piezas que estaban destinadas á su defensa. Ya dichas piezas estaban en poder del enemigo, cuando O'Higgins tuvo conocimiento de que se habian perdido, en el momento en que se hallaba á la cabeza de los pocos soldados que guardaban la batería. Tan pronto como lo supo, su primer pensamiento fué dejarla al cuidado y defensa del consul Poinset, y de correr á rehacer los que huian, bien que no tuviese mas que veinte dragones; pero habiéndose visto luego reforzado con los lanceros

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