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intereses ni le quitaba prerrogativa alguna. Una pequeña fraccion del clero chileno no poseia mas que algunos módicos beneficios. Solo los jesuitas habian sabido y podido hacer buenas adquisiciones; y si algunos conventos poseian enfonces haciendas no eran mas que las suficientes para sus existencias. Fuera de estos, todos los demas sacerdotes y relijiosos vivian de obenciones, las cuales, en razon del corto número de vecinos de cada parroquia, eran tan cortas que el rey, como patron de todas las iglesias de las Indias, se veia obligado á auxiliarlas costeando su fábrica, manteniendo la lámpara del santísimo sacramento, y ha ciendo otros muchos suministros. Por consiguiente, en nada eran perjudicados los intereses del clero por dicho decreto.

Mas sinembargo, no por eso dejaron sus miembros de oponer mucha resistencia á su ejecucion, porque no querian ser dependientes de ninguna administracion, ni que su existencia se hallase espuesta á los azares de la política, ni á caprichos de los empleados de la tesorería. Pero lo que mas les animaba á resistir, es preciso confesarlo, era la perspectiva de un sistema de gobierno que alarmaba su conciencia, porque lo creian contrario á la relijion, y no podian prestarle juramento, sin abjurar, á su parecer, el santo carácter de que estaban revestidos. Tal era el principal motivo de su resistencia, motivo grave que se fundaba en escrúpulos de una muy remota fecha para que no tuviese mucho poderío sobre ellos.

To os estos conflictos entre las primeras clases de la sociedad paralizaban el arranque revolucionario, enfriaban su entusiasmo y alteraban el reposo de la sociedad

con no poco perjuicio del interés jeneral; á lo cual se juntaba la fatalidad del antagonismo que existia entre los dos primeros poderes del estado. Estos, en efecto, se hallaban casi siempre encontrados, no en punto á principios fundamentales ni á ideas mas ó menos liberales, sino sobre intereses de poco momento, y muchas veces por nimias personalidades. De suerte que si el bien de la nacion, ó un peligro que les era comun, los reunia en un parecer y en actos unánimes, su acuerdo era puramente de oficio y de cortísima duracion.

Ya hemos visto, al tiempo de la salida de los hermanos Carrera para ir á oponerse á la invasion de Pareja, que el partido del ayuntamiento habia levantado la cabeza, y se habia apoderado de la autoridad suprema, despojando de ella á los dos miembros Prado y Portales, los cuales, á la verdad, solo la habian aceptado por condescender con los deseos de José Miguel. Este nombramiento, hecho en el senado mismo, se presentaba, por esta razon, con mas realce y un carácter de lejitimidad inatacable; pero por eso mismo habia disgustado en alto grado á Carrera, el cual consideraba aquella junta como una reunion de todos los elementos mas hostiles á su persona. Sinembargo, habia disimulado su pesar, y el nuevo gobierno, por su parte, habia hecho lo posible para favorecer sus proyectos militares Y planes de campaña, sin pensar en otra cosa mas que el interés del país, por entonces bastante comprometido. Esta union de las dos autoridades, militar y política, era sin duda forzosa, y duró todo el tiempo que Carrera conservó la ofensiva, porque no habia motivo alguno de descontento recíproco; pero se rompió tan pronto como el jeneral en jefe levantó el sitio de Chillan, y se supo el

alzamiento de la mayor parte de la provincia de Concepcion en favor de la invasion, á consecuencia de los graves escesos, de que hemos hablado ya, cometidos por patriotas.

En vista de estos acontecimientos, el gobierno, de acuerdo con la opinion jeneral, hubiera querido quitar los mandos del ejército á una familia que comprometia su suerte y que habia sometido el poder político á la autoridad militar, y desde aquel instante, todo Santiago estaba contra los hermanos Carrera. Nadie temia criticar su conducta, ni contestar sus conocimientos militares, y jeneralmente se les atribuia la causa de los males que aflijian en aquel momento á la provincia de la Concepcion. Todo esto se decia á las claras no solo en sociedades particulares, sino que hasta los mismos miembros del gobierno atacaban abiertamente al jeneral en jefe y á sus hermanos. El 18 de setiembre en que tuvo lugar la grande funcion del aniversario de la independencia, el cura Arce predicó un sermon fulminante contra ellos, queriendo persuadir á sus oyentes que no habia salvacion para el país mientras que tuviesen un mando en el ejér cito nacional.

Despues de este sermon, que respiraba patriotismo, la junta gobernadora pasó á palacio con todas las autoridades para la ceremonia del Besamanos, cuya costumbre aun era guardada en el país y en el ceremonial del gobierno. Luis Carrera, que, como se ha dicho, habia venido á la capital con su amigo Poinsett para sostener el nombre y fomentar el influjo de la familia, principalmente de su hermano Miguel, se presentó tambien al Besamanos, y pidió, en el tono mas arrogante, que el cura Arce fuese castigado por el atrevimiento que

habia tenido predicando contra sus hermanos; añadiendo con amenaza, que si no se le daba esta satisfaccion, ellos mismos sabrian tomarla.

El presidente de la junta, que era Miguel Infante, le manifestó la estrañeza que no podia menos de causar semejante pretension en una solennidad patriótica, celebrada en honra de la concordia de todos los ciudadanos; é impuso aun silencio, con sorpresa jeneral, á don Luis Carrera, á pesar de que conociese el influjo de sus hermanos no solo en el ejército, sino tambien para con la jeneralidad de los patriotas. Pero una vez abiertas las hostilidades, ya se sabe que los miramientos desaparecen, y que si tal vez se observan, solo se hace mientras que dura el ceremonial del momento.

La junta gobernadora habia formado, en efecto, el proyecto de quitar los mandos á Miguel Carrera y á sus hermanos; pero para dar semejante golpe, necesitaba mucho tino, y emplear todas las precauciones que pedia, en atencion al alto rango que ocupaba aquella familia. Tal fué la reflexion que hicieron los miembros de la junta, los cuales se hallaban muy poco dispuestos á tomar bajo su responsabilidad una resolucion que les parecia, como lo era en efecto, sumamente grave.

Bien que se hubiese tratado de todo esto con mucho misterio, no obstante, llegó á oidos de don Luis Carrera, el cual ofreció la dimision en nombre de su hermano; pero no fué admitida por la junta; al paso que don Luis Carrera se habia negado á dar la que le habian pedido á él. De aquí, surjió un pensamiento en el partido de la municipalidad, pensamiento que era nada ménos que hacer disolver la junta gobernadora para nombrar otra en reunion de las corporaciones, y atacar

al mismo tiempo la constitucion, considerada en aquella circunstancia como parto de la arbitrariedad y de la violencia aunque formada por influjo de la familia Larrain.

Camilo Henriquez en el Monitor araucano, y Antonio Irrizarri en el Semanario, criticaban abiertamente dicha constitucion, considerándola como causa principal del estado precario de la revolucion y del país. Irrizari sobretodo la atacó con una valentía que causó una sorpresa jeneral en los lectores, y les inspiró una relijiosa confianza. Superior á todo sentimiento de pusilanimidad y de temeroso disimulo, y animado, por otra parte, al ver la fermentacion que reinaba en los opiniones, y la tendencia á un cambio de gobierno, Irrizari tuvo la osadía de insultar el nombre del rey, que se leia aun en la constitucion y en los decretos de la junta, y de proclamar de su propia autoridad la independencia absoluta de la República. En seguida, demostró la necesidad urjente de nombrar un congreso para revisar la constitucion y reformarla en todo su tenor, en atencion á que, en su dictámen, era no solo ilejítima sino tambien insuficiente, y lo que mas era, desnaturalizada con el nombre de Fernando VII. Por donde se ve claramente que el objeto principal del Semanario era impeler los ánimos, preparándolos á grandes reformas por la enerjía y la persuasion de sus razonamientos, en cuyo intento se hallaba apoyado por los sujetos mas influyentes de Santiago, y en particular por Camilo Henriquez, fervoroso apóstol de la nacionalidad chilena, y pronto, como lo estaba su cooperario, á sacrificar su vida para conducir la revolucion á los altos fines que la Providencia le habia señalado.

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