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faccion. En su respuesta al oficio de anuncio del nombramiento de O'Higgins, el intendente se espresaba del modo siguiente:

Ha sido tan jeneral, tan unánime, tan tierna y tan enérjica la espresion de la voluntad de todos los cuerpos, la tierna efusion de sus corazones y la viveza y sentimiento con que han derramado sus elojios y gracias hácia V. E., que siendo difícil esplicarlas, solo hubiera deseado el que V. E. las presenciase (1). »

El arranque entusiasta que tuvieron ó manifestaron tener en aquella circunstancia los partidarios de la junta, y aun mas los periódicos que esparcian por todos lugares, y hasta en medio del ejército las alabanzas de dicha junta, con grave detrimento de la reputacion de Carrera, no podian menos de quitarle muchísimos partidarios, especialmente todos aquellos que no tenian mas opinion que la que les inspiraba los acontecimientos y las circunstancias. Pero lo que causó mayor indignacion al jeneral en jefe fué el ver el espíritu de division, de desórden y desmoralizacion que se manifestó en el ejército en el mismo instante en que él se esmeraba en organizarlo para entregarlo á su sucesor bien disciplinado, fuerte y capaz de presentarse segunda vez, y con mas éxito, para sitiar á Chillan.

En lugar de poder contar con esta verdadera satisfaccion, Carrera recibia partes á cada instante de deserciones, hasta de los mismos oficiales, que todos se iban á Talca, como si pasasen al partido de un rival, en términos que un dia, todo un rejimiento de granaderos, llevando á la cabeza al capitan J. Miguel Cevallos,

(1) Monitor araucano estraordinario, 4 de diciembre 1819.

abandonó á José Carrera, su primer jefe, para ir á, ponerse á la disposicion de la junta.

El motor principal de este desórden y de la desercion era notoriamente Mackenna, como ya Luis Carrera se lo habia echado en cara en Talca, en donde continuaba detenido, amenazándole de sacar venganza de sus procederes, y en efecto le desafió; pero el gobierno que lo supo, hizo cuanto pudo para que este desafío no tuviese consecuencias (1). Su partido se hallaba en una posicion demasiado ventajosa para dejar creer que se servia de intrigas y de duelos. Lo que mas le convenia era aprovecharse sin violencias de los acontecimientos, que le eran favorables, de la provincia de Concepcion, para llegar á sus fines sin dar lugar ni motivo á recriminaciones. Siguiendo este plan de conducta, la junta resolvió enviar á dicha ciudad uno de sus miembros con plenos poderes para levantar todas las dificultades que pudiesen presentarse entre ella y Carrera. El miembro encargado de cumplir con aquella mision fué el cura Cienfuegos, el cual, con sus principios ríjidos y con el espíritu evanjélico de su ministerio, era una real y verdadera personificacion del buen órden y de la justicia, que los habitantes de Concepcion, entre los cuales era muy conocido y venerado, no podian menos de apreciar altamente. La presencia de este sacerdote representante allí era necesaria ademas para proveer á las necesidades del ejército, que se hallaba en una completa desnudez y sustentado por las principales familias, las cuales se habian ofrecido á ejercer este acto de patriotismo por quince dias. La salida del cura Cienfuegos se verificó á fines de di

(1) Este duelo tuvo lugar mas adelante en Buenos-Aires, y Mackenna perdió la vida en él.

V. HISTORIA.

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ciembre, en que se puso de camino en compañía de Luis Carrera, que ya muchas veces su hermano habia reclamado, y llevando un socorro de 30,000 p. Lo mas particular de este viaje fué que guerrillas enemigas infestaban el camino que tenia que seguir Cienfuegos y hacia poco tiempo habian atacado á las de Serano y de Estevan Manzano, cuando regresaban de Talca, ataque en que Manzano fué gravemente herido y prisionero con diez de sus soldados. Noobstante, el buen sacerdote, sin querer aprovecharse de una barca que habian puesto á su disposicion, hizo su viaje muy pacíficamente por tierra y llegó á su destino, endonde fué recibido con júbilo, fiestas y alegría por los enemigos de Carrera, el cual, sin embargo, le hizo su visita de bienvenida inmediatamente, con todas las demostraciones del respeto y de la veneracion que le eran debidos.

Es cierto que en el primer momento, Carrera habia titubeado en entregarle el mando; pero en el instante que Cienfuegos le mostró los plenos poderes que llevaba, Carrera no tuvo dificultad en hacerlo, bien que no supiese como el cura Cienfuegos podria ejercerlo, y en efecto este le rogó lo conservase hasta la llegada de O'Higgins. En consecuencia, escribieron á este llamándole con premura, y despacharon á Uribe con la carta.

En este intervalo de tiempo, se esperimentó en Concepcion una alarma que Carrera quiso atribuír á un nuevo movimiento revolucionario, pero que otros, que conocian su jenio emprendedor y travieso, le atribuyeron á él mismo, con el objeto de ridiculizar al cura plenipotenciario, y de causarle temor. De todos modos, lo que sucedió fué que una noche, so pretesto de que el enemigo estaba á las puertas de Concepcion, pretesto que el mismo

Carrera pone en su diario, mandó tocar la jenerala por las calles y tirar cañonazos, á cuyo estrépito todos los habitantes se pusieron en movimiento, y todos los oficiales se reunieron en la plaza, en la cual los adversarios del jeneral Carrera se vieron de repente aprendidos y encarcelados. El teniente coronel Cienfuegos, sobrino del plenipotenciario, pudo salvarse y fué á incorporarse á O'Higgins, que se hallaba en Quirihue con las tropas auxiliares que habia traido de la Vaquería, á la salida de Talca, en donde estaban acampadas bajo el mando de Balcarcel, enviado por el gobierno de Buenos-Aires en reemplazo de Santiago Carrera. Llamado con urjencia por Cienfuegos, y por el mismo Carrera, é informado de lo que habia sucedido, O'Higgins se puso incontinente en marcha escoltado por una colunna de cien hombres, que mandaba el capitan Astorga, y otra de la misma fuerza, que Carrera habia tenido la atencion de enviarle con el capitan Benavente. Habiendo llegado á Penco viejo, escribió á su desgraciado amigo, que las circunstancias y el espíritu de rivalidad iban á desunir para siempre. En respuesta, Carrera le mandó el oficio por el cual lo habia dado á reconocer como jeneral en jefe del ejército. Al dia siguiente, 2 de febrero de 1844, O'Higgins entró en Concepcion con todo el prestijio del poder que le daba su elevado ascenso. La fuerza del ejército era, á la sazon, de 2300 hombres, en jeneral mal equipados.

Sucumbiendo alfin, Miguel Carrera no sucumbió por malas cualidades, y aun ménos por falta de talento, sino que fué sacrificado á la desconfianza con que todos miraban los primeros mandos en manos de su familia. Esta desconfianza, á la verdad, podia tener el funda

mento aparente de que en tiempos de revolucion, la fuerza armada sin el contrapeso de una autoridad que la mantenga en sus límites, puede muy fácilmente disponer de la suerte de un país, y privarlo de todas sus libertades y derechos.

Sinembargo, el gobierno no habia tenido en ninguna manera la intencion de ajar la familia Carrera. Lo que queria era exonerarla de un poder tentador y no despojarla de sus derechos ni de sus grados. Si para conseguirlo tuvo que indisponer los espíritus contra ella, esto lo hizo por la necesidad forzosa en que se vió de quitarle su ascendiente y su influencia; pero muy ciertamente, habria sido de desear que no hubiese usado, en ciertas ocasiones, de medios que no eran enteramente conformes á una escrupulosa delicadeza.

Por ejemplo, Carrera ha sido acusado de tolerar, y por decirlo así de autorizar los escesos que se cometian en la provincia. Sin duda habria podido impedir algunos sino todos; pero las circunstancias no se lo permitian; sus tropas no estaban aun bien disciplinadas, y un gobierno inesperto y celoso de su prestijio dejaba su ejército desnudo y privado de los mas indispensables socorros, en una época en que el espíritu nacional no bastaba para que sufriesen tantas privaciones con resignacion por el amor de la patria. Ademas de esto, los desórdenes que se le atribuian no eran mas que consecuencias del estado de revolucion de la provincia, y parecian tanto mas odiosos cuanto los que los cometian eran conciudadanos, y, algunas veces, amigos en otro tiempo. Obligado á disimularlos, Carrera solo los disimulaba hasta cierto punto, y los castigaba con rigor, cuando salian de ciertos límites. Su espíritu justiciero se

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