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ó menos enconadas. Un gobernador hábil hubiera podido, por todas estas razones, sujerir una transaccion entre los dos partidos y constituirse vínculo para unirlos entre sí; pero el hado feliz de aquel noble país no quiso diferir la realizacion de la suerte que le preparaba, y, en la plenitud de su poderío, llenó de confusion la cabeza de aquel gobernador, y le hizo cometer yerros los mas chocantes y los mas impolíticos.

Para esto, un personaje, hombre de mérito, don Juan José Campos, sobrevino para cooperar, en estraña manera, á su malhadada suerte. A las calidades de rector de la Universidad y de sujeto de mucha distincion, reunia Campos mucho saber, y una ambicion desmesurada, turbulenta, capaz de hacerle caer en injusticias por satisfacerla. La amistad que le tenia Rosas, y la no menos afectuosa que le profesaba Carrasco, le llenaban de confianza y de temeridad, y se atrevió á pedir le fuese prorogada la direccion de la Universidad, que tenia que ceder á otro miembro de ella, al concluir sus dos años. Los estatutos, aprobados por el rey, prohibian del modo el mas terminante semejante abuso, y no concedian, á lo sumo, mas que un año de proroga, en casos estraordinarios; pero no obstante esta prohibicion el presidente no tuvo el menor escrúpulo en violar dichos estatutos, y, motu propio, prorogó su nombramiento por cuatro años, es decir, dos años mas de los que se hubieran debido conceder á un nuevo rector. Este acto, tan arbitrario como imprudente, hirió el amor propio de todos los miembros de aquel claustro, los cuales protestaron de un modo tan ruidoso, que hubo que enviar tropas para comprimir el desórden, al cual ya el pueblo empezaba á tomar parte, y todos aquellos doctores de

la Universidad chilena fueron espulsados por la fuerza armada. Sinembargo, lejos de desanimarse, enviaron al doctor don I. G. Tocornal al presidente para que obtuviese de su justicia la revocacion de un decreto tan contrario á lo que prescribian los estatutos, y aquel majistrado oyó con favor su solicitud, presentada en términos muy respetuosos, y despojó á Campos del título que habia obtenido injustamente (1).

Este conflicto, de poca importancia en sí mismo, tenia una muy grande en circunstancias en que los espíritus empezaban á exaltarse, y no solo descontentó á los miembros de una corporacion la mas ilustre y la mas considerada, como lo era la Universidad, sino que tambien favoreció los planes de los conjurados, que estaban siempre á la mira para aprovecharse de los menores pretestos de criticar los actos de las autoridades, y acabó de arruinar la del presidente, ya bastante poco afianzada. Hubo, ademas, en dicho conflicto la fatalidad de que sucedió casi al mismo tiempo que llegaron pliegos de la infanta de España doña Carlota-Joaquina de Borbon, princesa del Brasil, en la fragata inglesa Higginson. Entre estos pliegos, se hallaban muchas proclamas del embajador de España en Rio-Janeiro, y una de la misma infanta, que protestaba altamente en ella contra la inicua usurpacion del emperador de los Franceses, y contra la abdicacion forzada de su padre y otros parientes suyos; aconsejando con ahinco la conservacion del buen órden y la tranquilidad del país, endonde pedia ser reconocida como señora de todas las Américas, afin de conservarlas integralmente para su amado padre. Carrasco se apresuró á comunicar á todo su gobierno (1) Archivos de la Universidad.

V. HISTORIA.

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dicha proclama, considerándola muy propia á tranquilizar los ánimos sobre la suerte de la madre patria; pero, en lugar de eso, produjo un efecto enteramente contrario. Lejos de creer en la sinceridad de los sentimientos que manifestaba la princesa, todo el mundo pensó que sus verdaderas intenciones eran el apropiarse aquellos dominios, tal vez, con perjuicio de sus augustos padres; y en despecho de la junta central, de cuyo poder se desentendia, bien que reconocido por todas las autoridades chilenas. Los patriotas, con esta persuasion, esparcieron la voz de que Carrasco tramaba un complot, de concierto con algunos realistas que iban todas las noches á su tertulia, y para dar mas fuerza á esta insinuacion se sirvieron del arma del ridículo, dando á estos realistas el apodo de Carlotinos, título que no justificaron haber merecido; pero sabido es que en grandes comociones políticas se emplean todos los medios imajinables de éxito, y era ya mucha fortuna que aquel fuese tan moderado y tan inocente.

Es cierto, á la verdad, que ya la revolucion empezaba á tomar en Santiago un carácter desenvuelto y aun tambien audaz. Despues de haberse mostrado tímida, disimulada é irresoluta, por falta de suficiente apoyo, parecia, entonces, querer salir de sus pañales, y manifestar su virilidad y su denuedo. Sinembargo, aun no habia plan bien concertado, y los conjurados no habian reconocido jefe alguno; pero se notaba bastante á las claras que la fermentacion crecia y se propagaba cada dia mas, comunicándose ya á hombres de capacidad y de influjo. Ya los motores no tenian reparo en hablar públicamente de las cosas de España, considerándolas como perdidas sin recurso, y del disgusto que ocasio

naban los actos del gobierno de Carrasco, cuyo carácter criticaban, hasta en las cosas mas privadas é interiores de familia, tachándole de tener inclinaciones ridículas, tales como las peleas de gallos á que era muy aficionado. El talento satírico y mordaz de Manuel Salas y de Bernardo de Vera, discípulo y amigo de don Ramon Martinez de Rosas, daba á todas estas relaciones un chiste y una sal que seducian á todos sus auditores, ridiculizando sobre manera la conducta de Carrasco y de sus satélites. Los golpes que daban aquellos ilustres Chilenos al presidente y á su gobierno eran inevitables, y se hacian mortales, con ayuda de los pasquines que amanecian en las principales calles de la ciudad, y la mayor de los cuales llegaban de Buenos-Aires por el conducto de Alvarez y, principalmente, del canónigo Fretes, último anillo de la cadena revolucionaria de la Plata, para atar y atraer á este pueblo á su santa causa.

En efecto, en aquella hermosa capital, considerada entonces como la Atenas del Nuevo Mundo, fué en donde se habia organizado con deliberado teson el movimiento que tendia á los grandes fines sociales. Algunos bizarros patriotas habian formado allí un club cuyas ideas fraternizaban con las de muchos miembros del ayuntamiento. Las deliberaciones de aquella reunion patriótica respiraban firmeza y convencimiento, y no podian tardar en mostrarse á las claras en actos manifiestos, tales como proclamas incendiarias que se esparcian por todo el territorio de aquella vasta comarca, y pasaban, muchas veces, por encima de las jigantescas Cordilleras para llevar ánimos y esperanza á los iniciados de Santiago, y, al mismo tiempo, á los de Concepcion. Algunas veces, aquellos patriotas no se contentaban con

escritos y despachaban ajentes de tino y de actividad, con el encargo de avivar el espíritu de insurreccion, y atraer á ella los que, por demasiado irresolutos, se mantenian arredrados.

Entre estos ajentes, don Manuel Barañao, desgraciadamente tan célebre, despues, en el partido realista, se encargó de ir á tratar de la época en que Chile habia de levantar su estandarte, y marchó á Santiago con este objeto. Al cabo de algunas semanas de mansion en esta capital, en donde tuvo frecuentes conferencias con sus compatriotas, pasó á los Anjeles, desde donde fué á verse con O'Higgins, que se hallaba, á la sazon, en su hacienda de las Canteras (1), y al cual presentó las credenciales que llevaba del jeneral Florencio Terrada para iniciarlo en todos los detalles de la conjuracion de Buenos-Aires; añadiendo que los conjurados, de unánime acuerdo, no esperaban mas que la primera señal de Chile para seguir desde luego su ejemplo. Pero, desafortunadamente, el país no se hallaba aun en disposicion de tomar iniciativa alguna. A pesar de la grande actividad con que los patriotas procuraban esparcer sus ideas afin de ponerlas en ejecucion, aun no habian podido hallar una persona que gozase de bastante poder popular, y el número de los verdaderos conjurados de convencimiento, capaces de sostener con las armas una causa tan estraña y tan contraria á las preocupaciones de los habitantes del país, no era suficiente para hacer frente á todos los elementos de destruccion que poseia el gobierno. Las luces de la razon y de la justicia no habian disipado aun enteramente las tinieblas en que los tenia envueltos, y los mas de los afiliados estaban (1) Conversaciones con O'Higgins.

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