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indecisos y sobrecojidos de una pueril timidez, que solo el tiempo y la esperiencia podian quitarles. Por otra parte, tenian que temer á los ejércitos de Mendoza y de Cordova, cuya adesion al partido real era conocida, y Santiago se hallaba dominado por la impresion que le habia causado un bando que el presidente acababa de publicar con gran ruido de cajas, y á instigacion de José Manuel de Goyeneche, enviado por Cisneros y por el fiscal Sanchez, sobre la derrota y el arresto de la junta revolucionaria del alto Perú, y de su presidente don Pedro Murillo (1).

Tales fueron las causas que sobrevinieron y apagaron el ardor de O'Higgins, forzándolo á someterse á los consejos de la prudencia en aquel crítico momento en que se trataba de la suerte futura é irrevocable de la patria. Rosas mismo, que no era menos resuelto y decidido, fué de este parecer, y ambos, en su correspondencia, convinieron en que era forzoso seguir los consejos del jeneral Miranda, que eran el aguardar una ocasion propicia para lejitimar, si era posible, un levantamiento de tanta trascendencia. Mientras tanto, continuaron su trama, sembrando la discordia hasta entre los empleados mismos del gobierno, y reclutando partidarios, como siempre, en la clase de distincion. A ejemplo de BuenosAires, á cuya revolucion habia dado mucha realce la adesion de los miembros del Ayuntamiento, Rosas intentó atraerse la de los cabildantes de Santiago, cuyo influjo no podia menos de obrar directa é inmediatamente en los habitantes, haciéndolos favorables à la causa jeneral. Ya se sabe que aquel cabildo era una corporacion paternal, que habia gozado siempre de una confianza sin

(1) Archivos del gobierno.

límites, por parte de sus administrados, y se trataba de aumentar aun mas, si era posible, dicha confianza, con detrimento de la que inspiraba el gobierno.

Entre los miembros del cabildo habia algunos Españoles, como de razon, que eran conservadores, y cuyos votos, contrarios á las nuevas decisiones que se proponian en él, desconcertaban los proyectos de sus sospechosos colegas. Para obtener la mayoría, en despecho de estos votos, Rosas demostró á Carrasco cuan útil seria el aumentar los rejidores en circunstancias tan críticas, y, á pesar de la oposicion del fiscal, consiguió que se nombrasen otros doce, escojidos, casi todos, entre sus partidarios; de suerte que, desde aquel instante, aquel cabildo fué como un reflejo del de BuenosAires, con el cual llevaba ya una correspondencia tirada y secreta. Sus reuniones eran mucho mas frecuentes, se verificaban indistintamente de noche ó de dia y duraban eternidades. Los partidarios del Rey combatian con ánimo y teson los designios hostiles de los nuevos nombrados, y protestaban en medio de un verdadero tumulto, hasta que, ya apurados, mostraron tal obstinacion, que las sesiones semejaban á tempestades y que Carrasco se vió obligado á anular la impolítica órden que habia dado.

A pesar de este buen éxito, los realistas no podían disimularse que la revolucion avanzaba á pasos apresu→ rados, y que no tardaria en envolver en sus redes enmarañadas á todos los que, hasta entonces, se habian mantenido fieles á las máximas y doctrinas de sus antepasados. Aflijidos de estos justos temores, y probablemente, tambien, de su propio desaliento, empezaron á tener conferencias para tratar de los medios

mas eficaces de hacer frente à aquel inminente peligro. Estos medios no podian menos de ser violentos y decisivos, tales como la fuerza contra la impotencia, argumentos materiales contra argumentos morales, arbitrariedad é injusticia contra derecho y razon. Lo que querian era dar armas á todos los Españoles y á todos los partidarios de su causa, nombrar un consejo de vijilanciá y fortificar el carro de Santa Lucia, estableciendo en él una batería que, dominando á la ciudad, mantuviese en respeto á sus habitantes.

Desgraciadamente para ellos, el solo hombre en posicion de dar ejecucion á este proyecto era completamente nulo, impotente, sin enerjía ni actividad, y veià con apática indolencia los consejos que aquellos conservadores le daban continuamente; en vista de lo cual acudieron, con sijilo, al virey de Buenos-Aires, manifestándole la conducta ridícula de Carrasco, y su incapacidad para calmar la ajitacion progresiva del partido liberal. Pero la posicion de Cisneros no era tampocode las mejores; tambien él esperimentaba los efectos de una ajitacion análoga que le daba grandes temores por la tranquilidad del país, y le tenia consternado. Las cosas de España lo llenaban de zozobra, no veia salvacion mas que en el éxito de sus ejércitos, y, entre el temor y la esperanza, hacia cuanto podia para prolongar por algunos meses mas la agonía del poder español, que estaba ya á los últimos, acosado por tantas causas de disolucion que lo roian.

Noobstante, escribió incontinenti á Carrasco, empeñándole á que obrase con mas enerjía con respecto á aquellos novadores, sirviéndose de un medio que él mismo habia empleado para conservar la tranquilidad,

á saber, de nombrar una junta de vijilancia pública compuesta de las personas mas influyentes, y, sobretodo, mas afectas á la monarquía.

Un poco ántes que recibiese esta carta, Carrasco habia recibido de la junta central de Cádiz pliegos en que se le prescribia el màs inflexible rigor contra todos cuantos trabajasen en romper la unidad del poder español, y aun tambien que desterrase á los que, por su influjo ó por sus acciones, pudiesen cooperar al triunfo de ideas contrarias á los intereses de la monarquía. En aquellos mismos pliegos, se le daban esperanzas de obtener en propiedad el alto puesto que solo llenaba interinamente.

Por lijera que fuese esta promesa, colmó, no obstante, de satisfaccion al ambicioso gobernador, le tendió su fibra muelle y floja, y le llenó de un entusiasmo capaz de cambiar enteramente su moral. Si hasta entonces su política se habia reducido á temporizar y á mostrarse débil, se proponia, en lo sucesivo, seguir los consejos de la junta, que se anunciaba como protectora suya, y obrar con rigor contra todo novador; como si fuese posible que un carácter naturalmente flojo se hiciese súbitamente sereno, firme y justo, sin cometer yerros fatales, en la violencia de arrebatos. facticios.

Así sucedió. Carrasco empezó su propósito de la enmienda espulsando del país á algunos estranjeros, comerciantes ú obreros; mandó se retirasen á lo interior del territorio muchos que ejercian profesiones útiles en el litoral y exijió que los pocos franceses que habia jurasen obediencia al rey y odio eterno á Napoleon y á sus emisarios, que en los pliegos, arriba dichos, se anun

ciaba debian llegar, si no habian llegado ya. Para corroborar estos actos tan hostiles, se rodeó de personas de confianza, y nombró de asesor público al hombre fatal, que fué Campos, el mismo autor de los desórdenes de la Universidad de que hemos hablado.

Don Pedro Diaz Valdes, que llenaba aquel puesto, bien que fuese un sujeto de distincion, de mucha probidad, y perteneciese á una numerosa familia de grande influjo, tenia pocos medios, si le hemos de juzgar por documentos escritos por él, y que tenemos á la vista : pero, enfin, tenia nombramiento real, y, por consiguiente, en aquella circunstancia, siendo víctima de una pura arbitrariedad, recurrió á la real audiencia. para obtener justicia. Aquel supremo tribunal, tal vez movido por un espíritu de pasion, vió, en aquel asunto, una ocasion oportuna para vengarse del que se habia tan completamente burlado de él, y convencido, por otra parte, de la justicia de la demanda, envió una exortacion al presidente, haciéndole ver claramente la ilegalidad del acto de haber depuesto al asesor con nombramiento real, y su incompetencia para nombrar á otro en su lugar. Ya poco satisfecho de los procederes de la real audiencia, Carrasco le respondió con altanería, y resultó una correspondencia llena de acritud y de piques, y aun, algunas veces, trivial, circunstancia que solo sirvió á enconar á las dos primeras autoridades una contra otra, sin efecto alguno para la causa, la cual fué remitida á España y sometida al real consejo.

Muy luego se presentó otro motivo de discordia para Carrasco, cual fué el nombramiento de un vicario capitular, puesto vacante, hacia algun tiempo, en la catedral

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