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Entre los que daban este parecer, se hallaba don José María Villareal, abogado de mérito, pero cuyo carácter vengativo le impelió á la bajeza de hablar al presidente del hecho de aquellas reuniones, delatándole Ovalle como autor de las proposiciones las mas peligrosas contra la monarquía Española. Las órdenes que habia recibido Carrasco de proceder contra los llamados perturbadores del órden público eran demasiado rigorosas y terminantes para desentenderse de ellas, ó, por mejor decir, para no fundar en ellas la determinacion que iba á tomar contra aquel personaje, en despecho de su distincion y de su título de procurador de la ciudad; y tanto mas cuanto la revolucion hacia rápidos progresos. En aquel estado de cosas era de absoluta necesidad el obrar, para lo cual se presentaban dos medios, uno de conciliacion, y otro de violencia, y este último fué el que le aconsejaron la mayor parte de los afiliados, opinando por el arresto del procurador, opinion que Carrasco adoptó con su acostumbrada imprudencia. Sinembargo, para dar á su resolucion un semblante de legalidad, envió al escribano de cámara don Francisco Menesés á Rancagua para pedir informes á Valenzuela, que tambien habia oido las palabras sediciosas de que se trataba. Con el escribano de cámara iba el jóven Centeno, con órden de pasar por los baños mismos de Cauquenes, en caso necesario.

Bien que los informes que estos dos enviados tomaron fuesen de poca importancia, el gobernador los halló muy suficientes para llevar adelante su determinacion, y Ovalle fué arrestado, al mismo tiempo que algunos empleados de la policía iban á visitar los papeles de ciertos patriotas, de cuyos papeles resultó tambien el arresto

de don José Antonio Rojas (1) y de don Bernardo Vera.

Este monstruoso atentado se ejecutó el 25 de mayo de 1810, por la noche, y sus inocentes víctimas no tuvieron ni el tiempo necesario para arreglar sus asuntos, pues una órden á rajatabla prescribia al sarjento mayor don Juan de Dios Vial los condujese con sus doce dragones á Valparaiso, en cuyo puerto fueron entregados, tan pronto como llegaron, á bordo de la fragata Astrea. Al cabo de algunos dias, fué el oidor don Félix Basso á tomarles declaracion, y, desde luego, pudieron saltar en tierra é ir á alojarse en casas de amigos que tenian allí y que se presentaron al punto para salir por fiadores de ellos.

Bien que ya lo hayamos dicho, lo volvemos á decir: la suerte de las sociedades dependc, esencialmente, de una ley de necesidad, instituida por la providencia, y en virtud de la cual el espíritu humano hace progresos reales y verdaderos, constantes y universales. La fuerza que quiere oponerse á estos progresos, lejos de detenerlos, les da impulso; pero, desgraciadamente, los medios violentos y estremados, al producir este resultado, irritan la llaga de que jime la sociedad, y esto fué precisamente lo que le sucedió al partido realista, cuando se supo el arresto de aquellos tres honrados patriotas. Sumamente irritado de aquel acto de rigor,

(1) Don José Antonio Rojas no era un sujeto de mucha instruccion, pero sumamente curioso. Al tiempo de la revolucion de los Estados Unidos se hallaba en España, y, en las peripecias de aquella lucha, se habia imbuido de ideas de libertad, que queria introducir en Chile, à pesar de las amonestaciones del presidente, que tenia órdenes de la corte para vijilar su conducta y rejistrar los muchos libros, demasiado liberales, que tenia. Rojas comunicó sus ideas de libertad á muchos jóvenes, y, entre ellos, al doctor Vera, que le hacia frecuentes visitas. GASPAR MARIN.

el pueblo de Santiago se puso en un estado de efervescencia en que no se le habia visto nunca, y corrió en tumulto al ayuntamiento á pedirle su intercesion para que fuese revocada aquella irritante, injusta órden. Pero aun no habia llegado el caso de obrar de un modo decisivo; la prudencia aconsejaba el que no se intentase nada á la ventura y que se aguardase el momento en que la revolucion l'egase por sus pasos contados á sus fines. Este era, en efecto, el mejor medio de que no se derramase sangre, que podria no producir mas que sentimiento tardío y lágrimas, como sucede tan á menudo en combates políticos.

La ausencia de Ovalle dejaba un vacío en el ayuntamiento que causaba á la administracion cierto embarazo, al cual Carrasco quiso remediar pasando un oficio á sus miembros para rogarles se sirviesen elejir una persona de celo y probidad que llenase el puesto de procurador de la ciudad. Así se hizo y la eleccion recayó en don Gregorio Argomedo, con mucho descontento del gobernador, y de todos los realistas, que veian en dicho nombramiento una venganza de los liberales, y un formidable enemigo de mas; porqué Argomedo era uno de los Chileños patriotas mas fanáticos y exaltados. Era un hombre arrojado y de mucho talento, un verda deró tribuno capaz de vengar á la patria de la afrenta que acababa de recibir con el atropellamiento de sus tres defensores. Honrado, siendo aun muy jóven, con un puesto en el ayuntamiento; dotado de una grande elocuencia, que su aire grave y elevado y su voz sonora y flexible realzaban, mostró, desde un principio, mucha decision en llenar su papel, que se anunciaba esencialmente popular. Pero penetrado de sus deberes, y que

riendo dar á todas sus acciones un carácter uniforme de justicia, voluntad y firmeza, creyó conveniente el aguardar por una ocasion favorable para interpelar al presidente sobre las causas del hecho que habia conmovido las espíritus.

Mientras el poder real hacia inútiles esfuerzos en Chile para desasirse de otra potencia invisible, pero real y verdadera, qué lo arrastraba á su pérdida, el mismo poder sucumbia, en Buenos-Aires, á los tremendos golpes que le daban algunos bizarros patriotas, bastante resueltos para levantar el estandante de la insurreccion, y tan audaces, que quitaron toda esperanza de poder resistirles. Ya el virey Cisneros habia depositado su autoridad y el mando en una junta, reduciéndose al nombre sencillo de simple ciudadano, el dia 25 de mayo, el mismo dia, justamente, en que el hado de Carrasco le daba el último golpe.

Un mes despues, esta noticia salvaba las cumbres heladas de las Cordilleras, y penetraba en Chile con pasos atentados, temerosa y desconfiada, como una descubierta que se aventura demasiado. El encargado de llevarla allí fué don Gregorio Gomez, el cual, pare ciendo sospechoso al resguardo de la Cordillera, fué arrestado, y enviado con buena escolta á Santiago, en donde Carrasco lo mandó encerrar en la caserna de San Pablo. Sin embargo, pasados algunos dias, pudo ir á vivir en casa de un realista para el cual llevaba cartas de recomendacion; de suerte que noobstante estuviese privado de una entera libertad, aun pudo comunicar con algunos liberales, en el mayor secreto, declarándoles reservadamente que era portador de un escrito del jeneral Belgrano para don Juan Martinez Rosas. Aquel

escrito, que se habia escapado milagrosamente de manos de los del resguardo, fué inmediatamente remitido á don Juan Rosas, que se hallaba en Concepcion, afin de que sirviese, como en efecto sirvió, á preparar aquel la provincia para sostener la lucha. En cuanto á Gomez, se quedó en Santiago, instruyendo á los denodados patriotas de esta capital de los acontecimientos de Buenos-Aires al tiempo de la deposicion de Cisneros.

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