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PROLOGO.

La revolucion de Chile es, sin disputa, la parte la mas noble, la mas importante y la mas gloriosa de su historia, presentándose como emblema del gran movimiento social que ha sacado al país de sus pañales, y le ha hecho crecer de repente, comunicándole bastante fuerza para conquistar su nacionalidad, que el egoismo le habia negado hasta entonces.

Hija del espíritu y de las ideas del siglo, y envuelta, desde su nacimiento, en un torbellino de temores y dudas, esta revolucion se manifestó, al principio, humilde, débil é indecisa, y no adelantaba mas que á tirones, por decirlo así, bamboleándose bajo el enorme peso de su empresa; pero despues, fortificada por la sensacion moral que tenia de su causa,. seducida por las verdades de sus principios, y confiada no menos en sus derechos que en los designios de la Providencia, desplegó con denuedo su estandarte, alistó bajo de él algunos espíritus adelantados, y, en un arranque, levantó la cabeza proclamando su independencia, título potente y orgulloso que rejeneró á la nacion, y derramó por todas las clases de la sociedad la benéfica claridad que pone de mani

fiesto los derechos del hombre, vivifica su jenio y le prepara gloria y prosperidad.

No contenta con destruir la política absurda que avasallaba los Chilenos á un gobierno situado en sus antipodas, introdujo su suave influencia en todos los repliegues de la sociedad, no solo atrasada sino tambien paralizada por su sistema de aislamiento y por la privacion, casi absoluta, de todo principio de civilizacion. Sin colejios, sin industría y casi sin comercio, el pueblo se hallaba doblegado á una obediencia pasiva bajo el doble yugo de la preocupacion y del despotismo; seguia ciegamente el impulso que le daba un gobierno indiferente, y jemia al ver su nulidad política, que le sometia á los caprichos de sus jefes, y á la insolente altanería de casi cuantos tenian nombre de Español, hasta que, perdiendo el sufrimiento, salió de su letargo, y, en su desesperacion, algunos jenerosos Chilenos se arrojaron á ideas de revolucion, abrazándolas como un principio de deber y de necesidad.

La empresa de esta revolucion era tan delicada como difícil, puesto que tenía que desarraigar hábitos de tres siglos; que vencer preocupaciones alimentadas por principios de la fe mal interpretada, y que aclimatar en el país ideas enteramente estrañas y, en verdad, bastante temerarias para comprometer los intereses y la existencia de muchos. Pero la Provídencia, que tiene bajo su amparo á toda la humanidad, conduce por la mano las naciones á sus altos fines por medio de la sabiduría y de la prevision de

algunas cabezas privilejiadas, y por la fuerza material de la nacion misma.

Los primeros síntomas de esta revolucion se manifestaron al principio del siglo 19°, época en la cual el espíritu de libertad ejercia una poderosa accion en las diferentes clases de la sociedad, introduciéndose, por todas partes, en las costumbres, en las artes y hasta en la relijion misma, y tendiendo à ponerse de acuerdo con la ley de progresos y de reformas que animaba á la mayor parte de la Európa. A la verdad, los Americanos se hallaban débiles, sin esperiencia, sin conocimientos estratéjicos, y, por la mayor parte, aun súbyugados de un sentimiento arraigado de respeto y de fidelidad á su monarca, circunstancia que no podia menos de complicar mucho la cuestion, suscitando necesariamente ideas de guerra sin embargo, habia la esperanza de que España no podria, sin grandes dificultades, hacer frente á una vasta insurreccion, hallándose exhausta por la depravacion de la corte, llena de disensiones; còn su tesoro agotado y amenazada de una formidable invasion. Además, la grande distancia de la metrópoli, y la enorme estension que podia tomar el movimiento insurreccional presentaban ventajas aun mas ciertas que era muy fácil apreciar.

Por su lado, España no podia quedarse indiferente á las osadas ideas americanas, aun cuándo su real erario se hallase agotado, y la nacion en una situacion casi desesperada. Acostumbrada á considerar las Américas como una de las mas ricas joyas de su corona,

no temió arriesgarse á los mas duros sacrificios para impedir un divorcio que arruinaba sus derechos y comprometia, en tan alto grado, su honor y su interes. Cadiz, sobretodo, como la mas interesada, por su monopolio comercial, puso en movimiento toda su actividad y su influjo para forzar la junta gobernadora á mostrarse imperiosa, amenazadora, y aun la obligó á armar muchas espediciones, cuyos gastos fueron costeados por la ciudad misma, en parte, y en parte cubiertos con el dinero que los mismos Americanos enviaban para sostener la guerra defensiva de la nacion española contra la Francia. Todos saben qué resultados tuvieron estas espediciones, y las reacciones violentas, monstruosas que ocasionaron, reacciones que duraron muchos años y no cesaron hasta que los Americanos, enteramente dueños del terreno, acabaron de destruir las insignias reales que quedaban, y escribieron en sus restos ensangrentados el acto solenne de su libertad y soberanía.

Los grandes acontecimientos políticos se hallan, lo mismo que los de la naturaleza, sujetos á crisis que el hombre egoista y nimio mira con espanto, al paso que un verdadero filósofo las desdeña, considerándolas como males naturales y pasajeros de un parto cuyo fruto los hará echar muy pronto en olvido. Tales son los signos que caracterizan las épocas de nuestros progresos, así como la superposicion admirable de diferentes terrenos indica la fecha relativa de los espantosos cataclismos que ha padecido nuestro planeta. Pero estas crisis y estos trastornos han debido

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