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recursos, por mas que lo nieguen sus enemigos, cualidad debida tambien á una voluntad de hierro, que era una de sus principales virtudes. En esta circunstancia unos cuantos dias le bastaron para poner la administracion de la guerra en estado de hacer frente á todo lo que pudiera ocurrir.

Por desgracia no era muy escrupuloso en los medios de procurarse dinero, sobre todo, tratándose de personas reputadas de enemigas de la causa americana. No se habia olvidado todavía lo que hizo con el mismo objeto en otro tiempo, y se hablaba en alta voz de todas las exacciones realizadas cuando fué comandante en la provincia de Concepcion, diciendo que si no las hubiera autorizado, hubiera castigado á los culpables. De todo esto y de haber lastimado algunos intereses nacieron elementos de oposicion que tomaron muy luego un jiro pretencioso y amenazador.

Los primeros síntomas de esta oposicion partieron de la municipalidad de Santiago, compuesta de personas adictas al gobierno de Lastra y temerosas de perder su influencia, que querian conservar. Pero no era esto lo que realmente inquietaba á Carrera. A pesar de la importancia de aquella corporacion, que gozaba desde época muy remota un prestijio paternal, y que desde el principio de la revolucion habia representado un papel en los principales acontecimientos, sabia muy bien que fluctuando aun sus individuos entre el estupor y el miedo, no se atreverian á atacarle abiertamente, bastando un poco de enerjía para paralizar sus manejos. Pero no sucedia lo mismo con el ejército, á cuya cabeza estaba un jeneral de mucha reputacion, que disfrutaba á la vez la confianza del país y del soldado. El gobernador de Valparaiso don

Francisco Formas habia rehusado abiertamente ceder su puesto al coronel don Javier Videla, nombrado en su reemplazo, y fué necesario un motin popular para que se marchara (1). En Santiago algunos oficiales permanecieron fieles á su partido, y valiéndose de oscuras intrigas procuraron atizar la discordia en el corazon de los soldados que acababan de abandonarles; pero el peligro principal estaba en Talca, en el centro del ejército y en la persona de O'Higgins.

Dos dias despues de la revolucion, envió Carrera al teniente coronel don Diego Benavente, iniciado en los mas secretos pensamientos, con pliegos para aquel jeneral y para Gainza. En los dirijidos al primero le exortaba á que mandase reconocer al nuevo gobierno por el ejército, suplicándole se sometiese y uniera sus esfuerzos para combatir al enemigo comun; y en los enviados al segundo exijia de Gainza que cumpliese el tratado, embarcándose lo mas pronto posible con sus tropas para Lima, ó bien que lo rompiese y comenzara de nuevo la guerra, para lo cual estaba muy dispuesto.

O'Higgins recibió estos despachos con una calma mas aparente que real. Convocó al punto el cuerpo de oficiales para discutir la respuesta que habia de dar á Carrera. A escepcion de alguno que otro, todos estuvieron por la negativa, lo cual convenia perfectamente con las intenciones de O'Higgins, poco satisfecho de esta revolucion, y decidido ya á organizar una resistencia, que en cartas apremiantes le aconsejaban algunos amigos de Santiago. Todavía en este consejo se decid ó, casi contra la voluntad de su jefe, que se exijieran de Benavente los despa

(1) La junta lo supo en los momentos en que iba á enviar un cuerpo de novecientos hombres al mando de don Luis Carrera.

chos para Gainza, lo que no pudieron conseguir sino por la fuerza y amenazándole con arrestarle hasta nueva órden, á pesar de la inviolabilidad que su mision le daba. Pero ¿qué circunstancias podian ser mas propicias á la pasion humana para dejarse arrastrar en su pendiente de injusticia y deslealtad?

El cabildo de Talca quiso tambien tomar parte en esta resistencia, con tanto mas empeño cuanto que la mayor parte de sus miembros pertenecian al partido de Cruz, es decir al partido realista, y se ofrecieron á facilitar los fondos necesarios para marchar inmediatamente sobre Santiago. Esta proposicion fué sostenida con mas calor aun en una segunda reunion, á que asistió O'Higgins; y bajo la promesa que este hizo de conformarse con un deseo que estaba en perfecto acuerdo con sus miras, se dió la órden de los preparativos. Antes puso á todos los oficiales partidarios de Carrera en la imposibilidad de hacerle daño, y al efecto á unos los arrestó en sus casas y envió á los otros al campo, siendo del número de los últimos el comandante de húsares don José María Benavente, á quien suplicó O'Higgins escribiese á Carrera para ver el modo de terminar de una manera pacífica este principio de guerra civil.

Por justas que fuesen las proposiciones hechas por O'Higgins á Carrera, pues dejaba al pueblo de Santiago que decidiese de su eleccion para el poder supremo, sin embargo, tenia casi seguridad de que no las aceptaria; y en este convencimiento puso en movimiento la vanguardia de su pequeño ejército, con ánimo de obtener por las armas, lo que no creia poder conseguir por la persuasion.

Mientras pasaba todo esto, Carrera hacia tambien sus preparativos para conjurar la tempestad. Rodeado de per

sonas activas y enérjicas, eficazmente segundado por sus colegas no menos que él comprometidos, tomaba medidas hábiles y enérjicas, y se desembarazaba á toda prisa de todos esos nobles chilenos considerados la víspera como verdaderos atletas de las libertades chilenas, y convertidos al dia siguiente en facciosos, enemigos de la tranquilidad pública; porque tal es la suerte de los grandes patriotas cuando ideas opuestas, miras diferentes, y á veces la ambicion y el interés los dominan, arrastrándolos á las facciones, siempre funestas al país y á la causa que defienden. Así don Joaquin Larrain, don Francisco Vicuña, don José Santiago Perez, don Antonio y don Juan de Dios Urrutia fueron confinados á unas haciendas al norte de Santiago, mientras que el brigadier Mackenna, don Antonio José Irisarri, don Pablo Vargas, don José Antonio y don Domingo Huici, don Fernando Urizar y don Francisco Formas eran enviados á Mendoza, recomendados al gobernador don José de San Martin, quien los recibió con los mas urbanos y jenerosos miramientos (1). Mas adelante alcanzó el decreto de proscripcion al teniente coronel arjentino don Santiago Carrera, que estaba mezclado en todo lo favorable á los enemigos de los Carreras, y hasta se disolvió el cabildo y el tribunal de apelacion, y se nombraron personas adictas al nuevo gobierno.

Pero lo que sobre todo llamó la atencion de la Junta una vez desembarazada de estos temibles enemigos, fué el ejército y su material. Para subvenir á sus numerosas necesidades, se revolvió establecer un departamento militar, independiente de la secretaría de guerra, que bajo

(1) Lastra habia procedido de la misma manera cuando desterró á don Juan José Carrera á Mendoza, y mandó darle un pasaporte muy honorifico y una carta muy fina para San Martin, que acogió con distincion su noble recomendado. Diario manuscrito de don Manuel Salas.

la inspeccion de la Junta se ocupase esclusivamente de todos los detalles relativos á los diferentes cuerpos y al material de almacenaje, fábrica y armas. Se renovaron los bandos contra desertores y contra los detentadores de armas del Estado, y se dió nuevo impulso al reclutamiento, publicando proclamas en que se halagaba á los militares, y se les presentaba un porvenir de gloria y de bienestar. O'Higgins por su parte ofrecia veinte y cinco pesos de recompensa á cada soldado y ademas una medalla de plata: la medalla para los oficiales era de oro. Tal era el estado de los dos ejércitos cuando se pusieron en marcha para batirse. No puede decirse que se trataba de una disputa personal en que las pretensiones de los dos jefes fuesen una doble usurpacion, porque si pudiera hacerse este cargo á Carrera, á pesar de la pretendida legalizacion de un voto público, no así á O'Higgins que obraba impelido, no por interés particular, sino por instigaciones de las municipalidades de Concepcion y Talca, y pedia con arreglo al principio constitucional, una eleccion no armada, sino enteramente libre y sin influencia alguna, que era precisamente lo que resistia Carrera, temiendo con razon al partido poderoso de los Larraines. De todos modos, este habia hecho cuanto estaba de su parte para establecer entre ellos una armonía honrosa y conforme con su interés, asegurándole que continuaria de jeneral en jefe del ejército, y que estaba pronto á enviarle tropas para que estuviese preparado en todo evento contra el virey. Viendo que estas proposiciones no eran aceptadas, juzgó conveniente, para evitar si era posible la efusion de sangre, convocar al pueblo de Santiago á fin de nombrar dos diputados que le llevasen palabras de paz y de persuasion. Des

VI. HISTORIA.

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