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noticia que recibió el presidente de la toma de Cartagena, noticia noticia que llenó de alegría á los realistas, y se festejó un dia entero con regocijos públicos y ceremonias relijiosas.

El tribunal de vijilancia no era menos activo ni severo en las provincias, pero debe decirse en elojio de su jefe, que alcanzaba lo mismo al ladron que al patriota, y hasta al soldado, á quien se le castigaba con el mayor rigor por el mas pequeño delito. Un soldado fué fusilado en Santiago por robo á un oficial, y otro en la Serena por haber robado en una tienda. A la misma pena fueron sentenciados seis soldados del batallon de Chillan por sospechas de un robo, tres de ellos, y los otros tres por insubordinacion cometida de resultas de las pesquisas hechas para averiguarlo; pero esta vez la piedad chilena se conmovió altamente, y pidió gracia en nombre de los servicios prestados por aquellos militares à la causa real. La misma gracia solicitaron con instancia los dos obispos de Chile que á la sazon se hallaban en Santiago, y habiéndoles sido fácilmente concedida, fueron ellos mismos anunciarla á los seis condenados, que estaban ya en capilla en el cuartel de dragones. Cuando se repasan las gacetas del gobierno de esta época, admira la solicitud con que todos se interesaron en la suerte de aquellos militares Y el número de cartas de gracias que recibió el presidente en esta ocasion, tanto de Santiago como de las provincias, no faltando ni aun de Sanchez, el cual se creyó comprometido á dar este paso, porque aquellos soldados habian sido en algun modo formados por él y pertenecian, eran sus espresiones, á una ciudad que habia dado tan grandes pruebas de fidelidad á la buena causa.

Si San Bruno hubiese estado encargado únicamente

de la policía municipal y de la persecucion de los ladrones y salteadores de caminos, es probable que sus servicios le hubieran valido en el país no solo un nombre intachable, sino el título de escelente alcalde é intendente de policía, porque era muy activo y escesivamente celoso en el desempeño de su destino, cuidaba muy particularmente de la limpieza de la ciudad, ramo entonces descuidadísimo, y era el azote de los criminales y el terror de la clase sospechosa y temible de la sociedad (1). Pero desgraciadamente para él, encargado de la alta policía política, y teniendo que habérselas con una multitud de personas, á quienes el espíritu revolucionario ponia en continuo movimiento, se vió en la necesidad de prescindir de toda consideracion y obrar con rigor y firmeza, lo mismo contra los sospechosos, que contra los que contravenian á las disposiciones del presidente. Mas tarde, cuando la ajitacion fué mas apasionada, exajerándose el peligro, exajeró tambien los medios de espionaje y por consecuencia los de persecucion, siguiéndose de aquí chismes diarios, persecuciones rencorosas que alcanzaron á todas los edades y á todos los rangos, sin perdonar los empleados chilenos reputados por grandes realistas (2), las mujeres y los niños, á quienes no les valia ni su debilidad ni su impotencia. Por todas estas persecuciones, por dos estos atropellos, tan injustos como arbitrarios y humillantes (3), San Bruno se hizo odioso á la jeneralidad

(1) Conversacion con don José Ruedas, secretario de Ossorio.

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(2) De este número fué don José Antonio Rodriguez, á quien hemos visto de auditor de guerra y consejero de Gainza cuando el famoso tratado, y fiscal á la sazon de la real audiencia de Santiago. A pesar de todos sus antecedentes, no inspiraba á Marco la menor confianza, y escribió al ministerio de Indias para que le destituyesen por insurjente.

(3) Sucedió muchas veces que cuando sus satélites prendian á uno, le hacian bajar hasta abajo los pantalones para que les sirviesen de grillos. Precaucion que tomaban, segun decian, para evitar la evasion, de la que habia varios ejemplares.

de los habitantes de Santiago, y especialmente á las familias que tenian algun tormento ó alguna iniquidad que echarle en cara; y sin embargo, & en medio de tanta agitacion, de tanto complot, puede un jefe de policía marchar tranquilo por las vias legales y cumplir con calma los inflexibles deberes que su cargo le impone? San Bruno tenia una fe viva en su causa; todo el que no pensaba como él, era un enemigo de la relijion, cuyas fiestas observaba con fervor casi fanático, de su rey, y de la sociedad era necesario colocarle en la imposibilidad de obrar y de hacer daño, y para conseguirlo se valia de los medios mas prontos y rigorosos, lo que no hubiera hecho sin duda á estar el país algo mas tranquilo, y su partido menos rodeado de enemigos. ¿En qué historia civil no se hallan numerosos ejemplos de esos perniciosos caracteres, que la debilidad humana renueva y probablemente continuará renovando, á despecho de los progresos de la moral y de la severidad de la historia, que no cesa de ligar sus nombres à la picota de la infamia?

Otro motivo muy fundado de queja contra Marco fué su resistencia á cumplir la órden del rey, que mandaba poner en libertad á los patriotas desterrados en Juan Fernandez y devolverles sus bienes hacia mucho tiempo secuestrados.

Hemos visto que cuando Ossorio tomó medidas de precaucion con las personas influyentes de la capital que podian comprometer los intereses del Trono, enviando los menos sospechosos á sus haciendas y á la isla de Juan Fernandez, suplicó al mismo tiempo al rey perdonase á estas víctimas de un compromiso irreflexivo. El monarca escuchó esta súplica, y una real cédula de indulto jeneral firmada el 12 de febrero de 1816, llegó á principios

de setiembre á manos del presidente, quien la mandó inmediatamente publicar. Era de creer que tantas familias desoladas no tardarian en volver á ver en su seno estas nobles víctimas, que jemian hacia cerca de un año en las playas borrascosas de la isla de Juan Fernandez. La cédula real era tan esplícita, tan clara, que no habia lugar á temer que Marco encontrase medios de eludirla; y sin embargo los encontró en el pretesto de que las circunstancias eran demasiado críticas para poner en libertad á tantos patriotas. No obstante, permitió volver á todos aquellos que atendida su escasa influencia habian sido desterrados al interior de Chile, y á seis de los que se hallaban en Juan Fernandez, mandando que los demas continuasen hasta nueva órden en aquel lugar de angustia y privaciones, sobre todo desde que un incendio horroroso consumió la mayor parte de sus cabañas y algunas de sus provisiones. Los bienes se devolvieron á sus familias, pero en tal estado de decadencia y abandono que muchas, en la imposibilidad de pagar los impuestos con que estaban gravados, prefirieron venderlos á precios escesivamente bajos (1).

La conducta de Marco era efecto del riesgo que corria Chile, amenazado no solo por los enemigos de dentro, sino por los de fuera. Muchos de los emigrados chilenos llegados á Buenos-Aires, instigados por un miembro de la Junta, el clérigo don Julian Uribe, resolvieron armar buques en corso con el doble objeto de ir á dar libertad á los prisioneros chilenos de la isla de Juan Fernandez,

(1) Para formar idea de lo que sufrieron los prisioneros en la isla de Juan Fernandez véase la obra de don Juan Egaña, titulada El Chileno consolado en el presidio. Esta narracion, como todo lo que es fruto de un recuerdo penoso se resiente un poco de la irritacion que aqueja al alma despues de grandes padecimientos.

é inquietar al comercio español en el mar del sur. Armaron, pues, cuatro buques, gracias á algunos armadores y á la jenerosidad del gobierno, que no tardaron en hacerse á la vela para su destino, bajo la direccion del intrépido Brown. Desgraciadamente fueron tan fuertes las tempestades al doblar el cabo Horn y tan constantes, que el que montaba don Julian Uribe zozobró, y perecieron todos sus tripulantes, que eran la mayor parte chilenos.

De resultas de este funesto accidente, la flotilla quedó reducida á tres barcos pequeños, que se reunieron en la isla de la Mocha. Sin desesperar del buen resultado, rcsolvió Brown marchar directamente al Callao, y á su llegada atacó de noche con sus botes á los buques dél surjidero y cañoneó la poblacion con gran sorpresa de la marina peruana, que no teniendo preparadas las lanchas cañoneras, no pudo salvar las embarcaciones que allí habia, y que cayeron en poder de los patriotas. Desde entonces la flotilla arjentino-chilena, aumentada con otros barcos, recorrió toda la estension de la costa del Pacífico, sin que le arredrase la que el comercio de Lima armó contra ella, la cual no bastó á impedir que tuviese en alarma á los comerciantes y armadores del Perú y Chile. De los chilenos que tomaron parte en estas correrías, sobresalió entre todos el jóven capitan Freire, cuya conducta y denuedo merecieron repetidas veces los elojios de su intrépido comandante.

Tanta audacia llenó de espanto á Marco del Pont y le colocó en la necesidad de multiplicar los medios de hacer frente al nuevo peligro que le amenazaba. Ocupado á la sazon de la policía municipal, para la que queria hacer un nuevo reglamento, encomendó este trabajo á un oidor, y se dedicó esclusivamente á vijilar con ahinco los enemigos de su causa y hacer mejoras en el ejército,

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