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Esta revolucion ocurrió el mismo año en que la Península se sublevó contra la usurpacion del trono de España por Napoleon, y uno de los primeros deberes de San Martin fué abrazar la bandera de la resistencia. Se encontró en las primeras batallas, asistió á la de Bailen, en que tomó una parte muy activa como ayuda de campo del jeneral Coupigny, acompañó en el mismo concepto al marqués de la Romana, de quien se separó para ir á formar parte de un cuerpo agregado al ejército inglés, y á la edad de treinta y tres años llegó al grado de teniente coronel, grado que recibió en los campos de batalla, cuando los primeros gritos de la independencia americana vinieron á despertar en él los sentimientos de libertad, que la naturaleza mas que la educacion le habia inspirado. Entonces se separó del ejército español, pasó á Inglaterra con un pasaporte que le proporcionó un jeneral inglés, sir Charles Stuart, y á fines de 1811 se embarcó para Buenos-Aires, merced á la recomendacion de lord Mac-Duff que le facilitó pasaje en la fragata Jorge Canning.

A su llegada encontró el país en guerra, y tal como sus instintos militares podian desear. Gracias á sus talentos, á su reputacion y algo tambien á la recomendacion de don Carlos de Alvear, pudo entrar muy luego en el servicio del ejército, y poco despues en el sitio de Montevideo, se comportó con una admirable serenidad en una bajada que los sitiados hicieron á la isla de San Lorenzo, que estaba encargado de defender. Pero para aprovechar preferentemente su esperiencia y sobre todo sus grandes conocimientos, se le destinó á la organizacion de los cuerpos regulares entonces poco conocidos de aquellos soldados errantes é indisciplinados, trabajo para el cual tenia un

talento admirable. En esta época creó el rejimiento de granaderos de caballería, célebre y fiel compañero de sus victorias y conquistas.

Estaba de gobernador de la provincia de Cuyo, de que era capital Mendoza, cuando el triunfo de los realistas en Chile hizo refluir por aquella parte los millares de familias que por sus grandes compromisos no se consideraban seguras si quedaban á merced del vencedor. San Martin, como autoridad previsora, reunió cuantiosos víveres y gran número de mulas y caballos con destino á aquellos nobles emigrados, entre los que habia muchas mujeres, ancianos y niños, todos estenuados de la fatiga consiguiente á haber atravesado, la mayor parte á pié, las inmensas cordilleras cubiertas entonces con su capa de invierno y surcadas de los caminos mas horrorosos, en que á cada paso, á cada momento encontraban un precipicio, un peligro. Para atender á sus primeras necesidades fué él mismo á su encuentro, volviendo en seguida con algunos jefes para entusiasmar la benevolencia de los habitantes encargados de albergarlos.

Desgraciadamente los padecimientos lejos de estinguir los odios de partido, los aumentan las mas veces, y esto fué lo que sucedió á los dos jefes chilenos, demasiado irritados uno contra otro para que no se despertasen en sus corazones los sentimientos de rencor, en que muy pronto tomaron parte los emigrados, tanto civiles como militares. Desde entonces los dos partidos, carrerista y o'higginista, que estallaron en Chile, revivieron con todos los resentimientos propios de su posicion. Cada uno de ellos quiso dar el mando del ejército al que personificaba sus opiniones, y faltó poco para que antes de llegar á Mendoza disputasen la eleccion con las armas. En

medio de sus acaloradas discusiones no era difícil sin embargo, preveer cual de los dos seria el preferido. O'Higgins llegaba con la aureola de gloria que habia conquistado con su admirable defensa en el sitio de Rancagua: Carrera, por el contrario, iba cargado con todo el peso de sus desastres, y ademas le eran contrarios la mayor parte de los oficiales superiores y casi todos los arjentinos, que tan activa parte habian tomado desde el principio en la revolucion chilena.

Pero el enemigo mas temible que tuvo que combatir Carrera fué el gobernador de Mendoza, el jeneral San Martin. Muy prevenido de antemano contra él, primero por informes de Mackenna é Irrisarri, á quienes Carrera habia desterrado á aquel punto de resultas de la última revolucion, y despues por los mismos arjentinos, San Martin trabajó cuanto pudo para humillar á este ilustre chileno, y hacerle perder el poco crédito que le quedaba en una parte del ejército. Verdad es que Carrera, que no podia vivir sino moviéndose y mezclándose en todo, tenia la pretension de que á la Junta gubernativa de que era presidente, se le tratase como á un gobierno reconocido por el de Buenos-Aires, y en su consecuencia exijia la consideracion y los honores debidos á su rango. Como si un gobierno nacido de una revolucion local y por lo tanto desprovisto de la fuerza moral, única que da derecho al respeto, pudiera en momentos de angustia y aislamiento, solicitar que se le trate de igual á igual por un gobierno amigo, sobre todo cuando los partidos están muy divididos y les falta mayoría. Porque á pesar de la alianza íntima que existia entre Chile y Buenos-Aires, y precisamente por consecuencia de esta alianza, fundada en intereses de alta trascendencia, era justo que el go

bierno de Buenos-Aires, que iba á pagar todos los gastos de entretenimiento y manutencion del nuevo ejército, interviniese en su organizacion y obrase por convicciones propias. Ademas, Carrera, muy querido de los jóvenes, tenia muy escaso partido entre las personas sensatas que le echaban en cara su carácter turbulento, sin conocer la importancia de los caracteres de esta especie en momentos de gran sacudimiento social. La relacion que hicieron á San Martin de todo lo que habian hecho los hermanos Carrera, aumentó su prevencion contra ellos y le decidió á perseguirlos mas que nunca.

Y sin embargo en aquellos momentos soñaba Carrera con la reconquista de Chile, atacando el país por el norte. Persuadido de que podria poner en ajitacion la provincia de Coquimbo, capaz, decia, de pasion y de entusiasmo por el principio de la revolucion, pretendia continuar á la cabeza de su ejército y reclamaba Solo algunos cortos auxilios para poner por obra su gran proyecto de invasion. Era la suya una idea feliz que hubiera podido producir buenos resultados, porque gozando aun mucho prestijio, hubiera servido de centro á todos los descontentos, llevado la alarma al ejército realista y protejido algun gran golpe de mano. Pero San Martin, que veia en él un rival, se opuso á este plan de campaña, procurando por todos los medios posibles sacrificarlo á O'Higgins, cuya bizarría empezaba á conocer, y á quien consideraba mas susceptible de someterse á sus proyectos futuros. Su conducta respecto á Carrera fué públicamente hostil, lo que dió márjen á fuertes discusiones, y de sus resultas, á un descontento que se manifestó bien pronto por actos de amenaza é insubordinacion. Los oficiales del partido de Carrera no quisieron en efecto so

meterse á las órdenes de San Martin; los mismos soldados á quienes se propuso si querian formar parte del ejército arjentino-chileno, permanecieron firmes en su adhesion á Carrera, y se negaron á abandonar la bandera de su jeneral. Estas señales de oposicion disgustaron sensiblemente á San Martin, hombre firme y de resolucion, y le decidieron á separar del ejército los oficiales mas obstinados y enviarlos á Buenos-Aires en compañía de don José Miguel y don Juan José Carrera, del teniente coronel Benavente y del capitan Jordan. Fueron estos escoltados por una compañía de treinta dragones á las órdenes del teniente coronel don Agustin Lopez, los cuales iban á espensas de don José Miguel Carrera, porque se le suponía poseedor de una parte del tesoro llevado de Chile, á pesar de que antes de entrar en Mendoza las severas visitas de aduana que se hicieron con un fin que casillegó á confesarse, demostraron que semejante tesoro no existia mas que en la imajinacion de los enemigos de aquel patriota. Los demas emigrados, unos entraron á servir en el ejército arjentino, otros quedaron en Mendoza ó se establecieron en sus cercanías, y otros fueron á fijarse á Buenos-Aires, donde tuvieron que dedicarse á trabajos mecánicos para ganar la subsistencia. Uno de ellos, don Manuel Gandarilla, tan conocido por la fogosidad y el mérito de sus escritos, estableció una imprenta, yá él debió el país la publicacion de la historia de esta comarca por el doctor Funes, cuya impresion continuó su amigo Benavente. Muchos, cansados de una vida á que no estaban acostumbrados, y escitados por la necesidad que sentian de batirse por la libertad, armaron algunos buques en corso y fueron á recorrer el mar del Sur á las órdenes del intrépido Brown, cuyas proezas hemos referido ya.

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