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con el ardor de quien está convencido de sus resultados. Persuadido, como decia el gran Federico, de que el jeneral debe cubrirse con la piel del leon ó con la piel de la zorra segun su posicion respecto al enemigo, y viendo que á las dificultades que tenia que vencer se agregaba la inferioridad del número, se decidió á emplear la astucia en su plan de campaña, y á valerse de ella para atacar por varios puntos el ejército de Marco y burlar en lo posible sus cálculos y su vijilancia. Maravillosamente organizado para este jénero de guerra, puso en ejecucion toda suerte de estratajemas que su talento inventor le sujeria, haciendo entrar en sus combinaciones una multitud de realistas establecidos en Mendoza, que sin conocerlo, esparcian las mas falsas noticias entre sus parientes y las comunicaban á las autoridades (1). Desconcertados por este medio los proyectos de Marco, hizo correr la voz por todas partes y entre los oficiales mismos, de que iba á atravesar las cordilleras por el paso del Planchon situado casi en frente de Currico; y para dar mas visos de certeza á esta resolucion en la que fundaba todo su porvenir, convocó en el fuerte de San Carlos una gran junta de indios con objeto de pedirles permiso para pasar por su territorio, conociendo que estas poblaciones de carácter tan novelero, no dejarian de divulgar el proyecto, sobre todo si se les encargaba el secreto. Los indios se avinieron á celebrar la junta, y San Martin envió mucho vino, aguardiente y otras cosas como vestidos, sombreros, bridas, espuelas, cuentas de vidrio, etc., y marchó allá de gran ceremonia á tratar

(1) He oido contar muchas veces al jeneral San Martin las mil estratajemas de que se valió en estas circunstancias. Las referia con gusto, porque eran en efecto muy entretenidas.

del paso con los caciques ya reunidos. Las conferencias ni fueron largas hi ofrecieron dificultades al segundo dia obtuvo San Martin el consentimiento por la casi unanimidad de los caciques; y dejándolos entregados á sus orjías habituales, se fué á Córdova á ponerse de acuerdo con el coronel don Juan Martin de Pueyrredon, que del ejército del norte pasaba á Buenos-Aires llamado á desempeñar el cargo de director supremo de la república (1).

Mientras este viaje, O'Higgins, como segundo jeneral, quedó en el campamento ocupado en introducir en su ejército ese espíritu de órden y disciplina que le inspiraba San Martin, y que miraba con razon como la primera virtud del soldado. Gracias á su vijilancia y al celo de los oficiales superiores, tales como don Joaquin Prieto, don Juan de Dios Vial Santelices, Pereira, etc., y gracias sobre todo al tacto y grande habilidad del jeneral en jefe, el ejército admiró muy pronto por su continente, siendo muy superior á cuantos se habian visto hasta entonces y digno por todos conceptos de arrostrar los peligros y dificultades á que estaba destinado. Por lo demas, la esperanza de ver pronto su país, sus familias y parientes llenaba de entusiasmo el corazon de estos soldados chilenos, que componian casi la mitad de los diferentes cuerpos del ejército, y les hubiera hecho correr todos los riesgos y soportar toda especie de privaciones para conseguir lo que tanto anhelaban hacia mas de dos años. Así es que aguardaban con impaciencia el momento

(1) Por esta época, dice un documento impreso en Buenos-Aires, San Martin hizo entrar á Pueyrredon en la sociedad secreta conocida con el nombre de Gran logia, que se componia de personas influyentes y de rango, cuyo objeto era que los destinos se diesen á personas de su partido y consolidar su poder.

de la partida, volviendo sin cesar é involuntariamente la vista al sur, persuadidos de que allí estaba la ruta que habia de restituirlos á su país.

San Martin, en efecto, habia guardado un completo secreto sobre su plan de campaña. Al principio nadie mas que O'Higgins tuvo de él conocimiento y mas tarde algunos oficiales superiores y especialmente el injeniero Alvarez Condarco, encargado de reconocer el estado de los caminos y de llegar hasta Santiago, protejido con el carácter de parlamentario para poder desempeñar mejor su cometido (1). En fin, en el mes de diciembre de 1816 se verificaron los primeros movimientos, poniéndose en marcha don Manuel Rodriguez para ir á sublevar las provincias del sur y llamar hácia aquel punto las tropas de Marco. Don Manuel Rodriguez, de profesion abogado, á quien ya hemos visto capitan de ejército agregado al estado mayor de la plaza en 1812 y despues secretario de la última junta, era un jóven de grande actividad y de muchos recursos. Con una fisonomía agradable, un modo de producirse persuasivo, lleno de atractivo y agudeza, con conocimientos militares poco comunes, llamó desde el principio la atencion de San Martin, quien lo llevó á su ejército á pesar de la estrecha amistad que lo unia con los hermanos Carrera, y de que poco tiempo antes lo habia enviado desterrado á la punta de San Luis. No eran en verdad aquellos momentos críticos á propósito para que San Martin pensase en rencores; ni un político hábil como él, deja de aprovechar cuanto la casualidad pone en sus manos proceda de donde quiera. Convencido de las escelentes cualidades de don Manuel Rodriguez, lo envió á Chile para que sirviese de inter

(1) Conversacion con el capitan jeneral San Martin.

mediario entre él y los pocos patriotas que podian dar noticias exactas del estado moral y físico del ejército realista, y para ajitar el país levantando montoneras y poniéndose á la cabeza de hombres que solo podian perseverar y ser dirijidos á fuerza de un gran prestijio de valor personal.

A poco de haber partido Rodriguez, envió San Martin otras muchas personas, como el comandante de las milicias don Antonio Merino de Quirihue, hombre que proporcionaba grande influencia á su partido por sus virtudes y su gran jenerosidad (1), y dos valientes oficiales encargados de contribuir á distraer el ejército realista, el comandante Cabot, que se dirijió á Coquimbo con una division de ciento cincuenta hombres, y el intrépido Freire, que con igual número de soldados poco mas ó menos fué por el Planchon á la provincia de Talca, donde en combinacion con los montoneros de Rodriguez debia introducir la perturbacion en los diferentes cuerpos de los realistas, y preparar á San Martin una conquista menos problemática y mas fácil.

Por este tiempo el congreso arjentino reunido en Santiago de Tucuman proclamó la independencia, separándose para siempre de España, su antigua madrastra. Comunicada el acta de este suceso á Mendoza y al campamento, se celebró con grandes funciones civiles y militares, en que todo el mundo tomó parte con alegría y entusiasmo. A los dos dias envió San Martin una copia del acta á Marco, intimándole la órden de evacuar el país si no queria ser arrojado por la fuerza. Por el propio

(1) En todo el tiempo que sirvió no quiso jamas recibir el sueldo, y en campaña nunca pidió ni un pedazo de pan á los hacendados, pues tenia siempre cuidado de llevar víveres consigo. Los pobres del país le contaban entre sus mejores amigos, y mucho tiempo despues de morir le lloraban y sentian.

tiempo remitió á los realistas de Santiago unas cartas que mal su grado escribieron sus parientes y amigos residentes en Mendoza y que les fueron dictadas, dándoles noticias muy aproximadas á la verdad de sus proyectos. Hizo esto San Martin persuadido de que las mismas personas se apresurarian á enviar otras cartas para decir que habian sido violentados á escribir los anteriores, y que el plan era todo lo contrario; lo cual indudablemente se creeria. Con estos repetidos ardides tan hábiles y tan variados que el talento de San Martin sabia encontrar, la invasion del ejército patriota estaba envuelta en una infinidad de dudas, que descarriaron la razon de Marco y le indujeron á cometer las mas graves faltas, pues dividió su ejército y lo desparramó en una grande estension de territorio, lo que le dejaba con una fuerza parcial solamente.

Instruido San Martin por sus espías y por el mismo Rodriguez, que atravesó muchas veces las cordilleras para enterarse mejor del estado del país, de las buenas proporciones que tenia para emprender la invasion, se decidió á ponerse en movimiento haciendo de su ejército tres divisiones. La primera marchó de vanguardia á las órdenes del brigadier Soler, pues aunque se habia decidido conceder este honor á O'Higgins, se le dió el mando del centro que era el cuerpo principal del ejército. San Martin con la tercera division ó cuerpo de reserva quedó para acudir al punto que necesitase auxilio. Los bagajes iban confiados á quinientos milicianos mandados por Beltran, hombre valiente y activo, á quien la naturaleza habia hecho guerrero y las circunstancias relijioso (1).

(1) Hizo las guerras de Chile y el Perú y llegó á teniente coronel, pero uego que terminaron volvió á su profesion primera.

VI. HISTORIA.

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