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Martin considerase el triunfo conseguido como uno de los resultados mas satisfactorios por el momento, sea que no quisiese arriesgar nada á la casualidad, prefirió ir á tomar posesion de la capital, en la que entró el 13 de febrero á la cabeza de su ejército. Desde la salida de Marco del Pont mandaba en Santiago don Manuel Ruiz Tagle, quien se encargó de esta penosa comision para tener á raya á los mal intencionados é impedir el pillaje. Pero luego que llegó la vanguardia patriota, su jefe Soler tomó el mando y con la severidad militar que le distinguia publicó al dia siguiente una proclama para calmar la inquietud de los habitantes, asegurándoles que la guerra era solo contra los enemigos de la patria, amenazando á estos con la pena de muerte que se ejecutaria sin dilacion, á poco que trabajasen en favor del rey, y con penas muy severas á los curas que predicasen contra la independencia, y ofreciendo recompensas á los delatores. Dispuso ademas que por la noche despues del cañonazo de Santa Lucia nadie saliese á la calle y mucho menos los soldados, á quienes se les prohibió severamente que se permitiesen el menor insulto.

San Martin no dejó mucho tiempo á Soler en Santiago, pues al dia siguiente le mandó marchar contra los fujitivos, mientras él se ocupaba de las tropas y convocaba las personas influyentes de la ciudad para nombrar un director. En el estado en que se encontraba el país, era imposible imitar enteramente á las provincias de BuenosAires, que aunque en completa anarquía y separadas por actos de insubordinacion unas de otras, habian reunido un congreso en Tucuman para legalizar tan importante eleccion. Tampoco podia exijirse que los vencedores de Chacabuco se abstuvieran de influir en el nombra14

VI. HISTORIA.

miento, especialmente cuando una parte del país estaba bajo la dominacion española y cuando todo hacia creer que el virey, mas desembarazado con los triunfos de sus jenerales en el alto Perú, no dejaria de enviar contra ellos otra division. Todo lo tenia previsto el gobierno de Buenos-Aires, y sobre ello habia dado instrucciones particulares á San Martin; así es que cuando este fué nombrado por unanimidad y espontáneamente jefe de la república por los habitantes de Santiago reunidos bajo la presidencia de don Manuel Ruiz Tagle, hizo ver con una negativa dos veces reiterada, que su gobierno no queria de ninguna manera tomar una parte tan eficaz en la organizacion y en los destinos de la república. Pero contribuyó á que en su lugar se nombrase á O'Higgins, no precisamente porque así se hubiese decidido en el consejo de Buenos-Aires, sino porque veia en él un militar valiente, de probidad, de firmeza y muy conocido por sus buenos antecedentes (1). Inmediatamente despues, se nombró un ministerio compuesto de tres personas, que fueron don José Ignacio Zenteno para el departamento de la guerra, don Miguel Zañartu para el del interior y negocios estranjeros y don Hipólito Villegas para el de ha-, cienda. El nombramiento de este último se hizo algun tiempo despues que los otros, y en el entretanto le sustituyó interinamente Zañartu. En cuanto al mando de las armas, San Martin tuvo cuidado de reservarlo para sí.

Al tomar O'Higgins las riendas del gobierno no desconocia la gravedad de su mision. Veia que la fortuna desbarataba hacia algun tiempo todos los cálculos de los Americanos y contrariaba sus jenerosos esfuerzos. Méjico, con la actividad y severidad del virey Apodaca efi

(1) Véase la carta de don Juan Florencio Terrada en los documentos de Asensio.

cazmente apoyado por el arzobispo don Pedro Fonte y el rejente de la Real Audiencia don Miguel Bataller, se encontraba casi todo sometido á España. El inexorable Morillo se habia apoderado de Caracas, Santa Fe y otros paises. Montevideo estaba en poder de los Portugueses y el alto Perú enteramente dominado por Laserna, quien á la cabeza de cinco mil soldados bien instruidos, habia avanzado hasta Juipuz con intencion de ir á atacar á Mendoza de acuerdo con Marco del Pont, lo cual no se verificó felizmente, gracias á los sucesos de Chile.

Si á estos elementos de zozobra y desaliento se añade por una parte la pacificacion de España y el regreso de Fernando VII que permitia enviar numerosas tropas aguerridas á todos los puntos de América, y por otra el estado miserable del país, sin comercio, sin industria, casi sin brazos con que cultivar la tierra y esplotar las minas, medio arruinadas las fortunas con tantas exacciones como alternativamente hacian los jefes patriotas y los jefes realistas, se conocerá cuan difícil era en medio de tantos peligros y tamaño desórden que un director se contuviese estrictamente dentro de los límites de sus deberes y no sobrepusiese alguna vez su voluntad á las prescripciones de la ley ó de las costumbres. Esto habian he cho Carrera, Ossorio, Marco del Pont, y esto harán siempre los encargados de reparar los graves desórdenes de las revoluciones, especialmente en paises que no estén bien constituidos.

Lo primero que O'Higgins hizo al subir al poder fué pagar los cantidades tomadas á préstamo en Mendoza para la espedicion, decretar una recompensa á las viudas y madres de los soldados muertos en Chacabuco y enviar á la república de Buenos-Aires á Marco del Pont y á los

oficiales hechos prisioneros tanto en la batalla como en el camino de Valparaiso. Solo dos perecieron ignominiosamente en el suplicio por los asesinatos que cometieron en la cárcel de Santiago en presos políticos seducidos por Moyano y Concha. Fueron el sarjento Villalobos y el mayor San Bruno, el primero por haber tomado la iniciativa en esta mortandad y el otro por haber aceptado la responsabilidad de ella. Habian sido ademas los autores principales de todas las persecuciones injustas y crueles con que el gobierno real aflijia al pueblo; por lo cual no es estraño que su muerte no escitase la menor compasion. Algunas otras venganzas se cometieron tambien, no muy conformes á los principios de justicia, y que solo eran efecto del sentimiento patriótico que se exalta con la victoria y se inflama con el recuerdo de las desgracias pasadas.

Pero lo que mas que todo preocupaba á O'Higgins era la suerte de los infelices patriotas que estaban en las prisiones de Juan Fernandez, aun prescindiendo de los incesantes clamores de tantas familias como le instaban para que fuese á poner en libertad aquellos nobles presos; pero desgraciadamente no habia ningun barco en el puerto de Valparaiso, y para que entrase alguno mandó poner la bandera española. Con este ardid no tardó el bric Aguila en aproximarse á la costa y echar el ancla en el puerto, verificado lo cual, se apoderaron de él los soldados ocultos en el fondo de la lancha preparada para ir á hacerle la visita.

Con este barco armado en guerra y tripulado por noventa marineros de todas naciones al mando del jóven oficial irlandés don Raimundo Morris, entonces al servicio del ejército de los Andes, pudo la patria ir á libertar los

presos de Juan Fernandez, antes que los buques de guerra españoles que estaban á los órdenes del virey, fuesen á buscarlos para llevarlos al Callao. Temiendo encontrar resistencia en la guarnicion, compuesta de ciento cincuenta hombres, O'Higgins embarcó un prisionero de distincion, el coronel Cacho, para que arreglase este asunto con el gobernador de la isla, ofreciéndole toda clase de garantías para su libertad y la de sus soldados. Cacho bajó á tierra solo y no le costó gran trabajo convencer al gobernador de lo que debia hacer á fines de marzo todos aquellos ilustres personajes estaban de vuelta en su patria y al lado de sus familias.

La dificultad que habia encontrado O'Higgins pará llenar un deber tan sagrado y el temor de una próxima espedicion del virey, le dió á conocer que Chile no seria verdaderamente libre mientras no fuese dueño del mar del Sur. Esta conviccion, de que participaba San Martin, le sujirió la idea de formar una escuadra; y al efecto convocó las personas influyentes de Santiago para darles parte de sus proyectos, demostrarles la necesidad de su realizacion y apelar á su jenerosidad con objeto de obtener un préstamo, empeñando su palabra de que seria reintegrado en cuanto el tesoro se hallase en mejor posicion. Desgraciadamente las numerosas espoliaciones de que habian sido víctimas enfriaron esta vez su patriotismo, tanto mas cuanto que creian imposible que la escuadra pudiera equiparse, puesto que en tiempo del rey jamas pudo Chile sostener un solo buque de guerra. Se negaron, pues, á todo préstamo (1).

Esta negativa no detuvo á O'Higgins. Convencido de la necesidad de tener marina y firme con la perseverancia (1) Conversacion con don Bernardo O'Higgins.

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