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pendencia, tan vivamente deseada por los buenos patriotas del país.

La República chilena existia de hecho, pero no habia sido sancionada por una de esas declaraciones solemnes que se dirijen como testimonio de fidelidad á todas las potencias del globo, y que dan derecho á un reconocimiento público, ó por lo menos á relaciones políticas, sobre todo de parte de aquellos paises que han estado ligados por algun tiempo con relaciones comerciales, garantidas por una neutralidad públicamente reconocida. Ya Buenos-Aires habia llenado este deber y proclamado en una acta legal su separacion completa y absoluta de España, acta que O'Higgins mandó publicar en el ejército acampado á la sazon cerca de Mendoza, en medio de fiestas de toda especie, fiestas que se repitieron el dia del aniversario en todos los pueblos de la república.

Chile no podia ser indiferente à un ejemplo dado por Buenos-Aires que habia sido acojido con tanto jú bilo. Aunque su posicion no era igual á la de esta repú blica, la cual desde el principio de la revolucion no vió mas á los realistas sino es en sus fronteras, podia sin embargo en medio de sus triunfos militares aspirar á esta manifestacion. Una revolucion no es mas que un movimiento político que tiene sus leyes con las cuales se aprecia al cabo de algun tiempo su causa final, y no era difícil predecir en vista de los progresos que hacia la libertad en el espíritu de los chilenos, el momento en que todos los realistas serian espulsados de Chile. Esto permitia adelantar la época de la proclamacion de la independencia, por mas que el estado de guerra que aun duraba, presentase dudosos los resultados de la lucha y fuese por consiguiente una razon mayor para retraer á los gobier

nos de su reconocimiento. Sin embargo, como grandes atenciones habian impedido hasta entonces la reunion de un congreso, no obstante que muchos patriotas la reclamaban sin cesar, el gobierno quiso que el pueblo entero legalizase la declaracion, ó que al menos manifestase su voluntad; y los rejistros que se abrieron en todas las municipalidades dieron á conocer bien pronto su gloriosa aprobacion por el gran número de firmas con que se cubrieron. Ya entonces no encontró O'Higgins impedimento para la declaracion y el 1° de enero de 1818 la firmó con todos sus ministros. El dia de la proclamacion debia ser un dia demasiado memorable para no honrarlo con algun gran recuerdo, y se elijió el 12 de febrero, aniversario de la victoria de Chacabuco. En este dia se promulgó el acta de la independencia en todos los pueblos de la república, y se celebró con fuegos, iluminaciones y otros festejos dignos de tan glorioso suceso.

Esto se hacia en el sur: en el norte, es decir en Santiago, las administraciones no eran menos exijentes, porque se necesitaba rehacerlo todo, crearlo todo, y por desgracia el hombre que se hallaba interinamente á la cabeza del gobierno no podia satisfacer el carácter chileno, demasiado nacional para no considerarse humillado de que gobernase el país un hijo de Buenos-Aires.

Por una reunion de circunstancias independientes de la voluntad de la nacion, Chile, como ya hemos visto, no tenia influencia ninguna en Buenos-Aires, ni en las ideas ni en el jiro de los negocios. Y no porque no hubiese contribuido en cuanto pudo á la libertad de su vecina y á su ilustracion, puesto que en aquel momento mismo el mejor periódico que se publicaba en la república, el Censor, lo redactaba el célebre don Camilo Enriquez, y el

ejército de Tucuman contaba una multitud de soldados chilenos, que por cierto estaban diseminados en todos sus batallones, cuando por consideracion á un aliado tan intimo debian haberse reunido en un solo cuerpo con el título de tropas auxiliares. No se hizo así sea por indiferencia ó por motivos políticos, y sus servicios pasaban desapercibidos, mientras que en Chile desde que empezó la revolucion, una multitud de naturales de BuenosAires, de mucho mérito es verdad, ocuparon siempre empleos superiores y con mas razon en aquel momento, en que su título de libertadores les daba un ascendiente mucho mayor, aunque susceptible al propio tiempo de despertar mas que nunca los antiguos zelos. Así don Hilarion de la Quintana, apoyado solamente por muy corto número de personas, tuvo desde el principio enemigos muy tenaces, entre ellos todos los que no veian bastante liberal al gobierno, y especialmente los partidarios de Carrera, de quien era entonces representante el jóven Rodriguez. El espíritu de oposicion que manifestaban estas personas hirió la susceptibilidad del delegado, y por un decreto fechado el 7 de agosto de 1817, mandó prender á muchas so pretesto de que conspiraban (1).

Lo que tambien perjudicaba mucho á la administracion de Quintana era que tenia que proveer á las necesidades del momento. Las rentas continuaban en la mayor decadencia; ni el comercio, ni la agricultura, ni las minas hacian progresos sensibles; y en tales circunstancias era muy difícil no recurrir á empréstitos forzosos, requisiciones arbitrarias y exacciones de todo jénero. Resta

(1) Cuando fué separado del gobierno don Hilarion de la Quintana, la junta que le reemplazó, no encontrando otro motivo para el arresto de estos celo-os liberales que una medida de precaucion, los mandó poner en libertad.

bleció los impuestos de 13 de mayo de 1815, 5 de febrero y 2 de noviembre de 1816 establecidos por Ossorio y Marco, y tras el empréstito de 400,000 pesos vinieron las contribuciones mensuales, los secuestros á los emigrados y la órden de que todo el que tuviese dinero ó efectos pertenecientes á estos, lo declarase. Habiendo llegado á Coquimbo uno de los buques de don Miguel Carrera cargado de fusiles y otras armas, se abrió una suscripcion para comprarlas, y como siempre sucedia, todos los tachados de realismo, ya por prudencia ya por fuerza se presentaron los primeros, maldiciendo por supuesto al autor de la suscripcion. Quintana no perdonaba medio para proporcionarse recursos, empleando como acontece siempre en circunstancias semejantes la arbitrariedad, la pasion, la violencia y se le acusó entonces de que parte del dinero lo enviaba al gobierno de BuenosAires, acusacion que produjo gran efecto, porque nada hay mas crédulo que el descontento halagado (1).

Pues á pesar de todas estas recriminaciones, y de la justa irritacion que produjo la recepcion del enviado estraordinario de Buenos-Aires, el teniente coronel don Tomas Guido, que fué presentado á Quintana por San Martin y sus oficiales superiores, de manera que esta gran representacion nacional no se pasaba casi mas que con arjentinos, Quintana seguia tenaz en su puesto haciéndose sordo á todas estas murmuraciones, y no cedió á las exijencias de la opinion pública sino instado por los consejos de San Martin, que hacia poco estaba de vuelta de Buenos-Aires. Pocos dias antes, queriendo desemba

(1) En todos los casos procuraba dar al comercio chileno una direccion que favoreciese al de Buenos-Aires, como se ve en los decretos de 9 de mayo de 1817, 14 de junio y 6 de setiembre. Muchas veces procedia contra lo prevenido en los reglamentos del comercio del país.

razar la capitanía jeneral de los asuntos relativos á robos (1) y asesinatos que hasta entonces habian sido del resorte de la policía militar, nombró un intendente mayor de la alta policía y seguridad pública, al cual subordinó todos los funcionarios de la república: medida alguna vez arbitraria, pero siempre útil en momentos de gran perturbacion social. Don Mateo Arnaldo Hoevel, uno de los prisioneros de Juan Fernandez, fué el agraciado con este empleo, que desempeñó con todo el celo que exijia su importancia. Habia visto mucho en Europa y en los Estados-Unidos y creia que su mision estaba limitada á procurar el bienestar jeneral, cuidar de la salubridad de la ciudad y protejer los intereses del individuo desde su cuna hasta el sepulcro. Pero no era esta la mira única de sus severos jefes. Al concentrar en una sola persona todas las atribuciones de la vijilancia, quisieron que ejerciese una policía mas bien política que municipal y que no solamente fuese guardian del órden, sino tambien centinela avanzado contra los ataques incesantes de los enemigos del Estado. Se necesitaba pues para este empleo una persona mas severa y mas decidida por el partido dominante, y á los tres meses fué reemplazado Hoevel por don Francisco de Borja Fontecilla.

Por la renuncia que hizo don Hilarion de la Quintana del cargo de director interino, nombró O'Higgins una junta para que le representase durante su ausencia. Esta junta se componia de tres escelentes patriotas, don José Manuel Astorga, don Francisco Antonio Perez y don Luis

(1) Los robos en aquellos momentos de perturbacion eran tan frecuentes y tan atrevidos que don Hilarion de la Quintana publicó un bando, en que se castigaba con pena de muerte el que robase por valor de mas de 4 pesos, y con doscientos azotes y seis años de carcel al que robase menos. Formulario de policía número 2.

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