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con unos cuantos tiros bien dirijidos, alejaron para no volver á aparecer estos elementos de inquietud. Quedó, pues, el ejército dueño del campo, y ya no se pensó mas que en disponer un ataque bien ordenado. Con objeto de engañar al enemigo iba todas las noches una compañía de cazadores á causar alarmas falsos, lo cual duró hasta el 6 de diciembre, dia señalado para el asalto, y muy á propósito, porque el viento norte que soplaba no permitia la salida de la Venganza y el Potrillo, únicos buques de que los realistas podian disponer en caso de fuga.

Con arreglo al plan adoptado, una parte del ejército al mando de Las Heras, debia ir por la derecha á atacar el Moro, que era el punto mejor fortificado y el mas importante; otra parte, mandada por Conde, debia dirijir el ataque por el lado de la bahía de San Vicente, y ademas por el del campo santo: por último la caballería, á los órdenes de Freire, debia esperar la toma del puente levadizo para echar abajo las puertas y entrar en la ciudad. Beauchef, que de ayuda de campo del jeneral Brayer habia pasado de mayor al rejimiento número 1 de resultas de una revolucion contra su comandante Riveras, era el encargado de la primera columna que debia atacar el Moro, y por consiguiente la que tenia que dar prueba de gran valor, porque la victoria dependia de la toma de aquel punto y del puente levadizo. Al conferirle tan peligrosa comision se le dió una prueba de la confianza que inspiraba su denuedo y su sangre fria.

Pero los incidentes tan comunes en las combinaciones de un ataque, se ofrecieron esta vez de mil maneras, empezando porque algunas compañías se retrasaron en presentarse en sus puestos. Tenian órden de estar prontas antes de las dos de la mañana para emprender la marcha,

y á las tres la columna encargada del ataque del Moro solo habia reunido tres compañías: mas aunque faltaba la 4a del rejimiento número 3, el comandante se puso en movimiento, aguijoneado por el deseo de distinguirse en su primer mando, y de demostrar que era digno de la buena opinion que se tenia de él. A la mitad del camino una bala de veinte y cuatro disparada sin objeto y como se hacia casi todas las noches, les hizo creer que estaban descubiertos; pero no por eso dejaron de seguir adelante y llegaron al borde del primer foso, habiendo recibido una descarga de unos doscientos fusiles que pusieron una veintena de hombres fuera de combate. Beauchef, para dar ejemplo, se arrojó en el foso, y seguido de gran parte de su columna fué el primero que empezó á escalar los muros, en cuya operacion se ayudaban los unos á los otros, y en seguida á derribar la estacada para penetrar en lo mas alto del Moro, que mandaba don Clemente Lantaño. Se ocupaba en la demolicion con el afan impetuoso que hace desaparecer toda resistencia, cuando algunos realistas en medio de la confusion en que un ataque tan imprevisto les habia puesto, fueron por allí casualmente é hicieron una descarga á quema-ropa sobre aquel puñado de valientes, de la que murieron muchos, entre otros el capitan Videla del undécimo. El mayor Beauchef fué gravemente herido en la espalda y solo le quedaron fuerzas para animar á sus bravos compañeros, que muy luego penetraron en la trinchera y se hicieron dueños de ella, auxiliados por el capitan don José María de la Cruz, que fué uno de los primeros que entraron, y por los granaderos que acababan de reunírseles. Desgraciadamente el comandante de estos granaderos no estaba enterado, como Beauchef, de que aun

habia que vencer otro foso para llegar al puente levadizo; y cuando se encontró con un obstáculo que ignoraba, y con que era necesario nuevo esfuerzo de audacia para superarlo, se turbó algun tanto y vaciló, circunstancia que aprovecharon los realistas para tomar la ofensiva. En el mismo momento el valiente Ordoñez, que desde que empezó el asalto se habia hallado en los sitios de mas peligro, tomó el mando de este punto tan comprometido, y con su terrible habilidad consiguió al cabo de dos horas de un combate tenaz, dispersar los patriotas y metrallarlos mientras se retiraban en buen órden á su campamento. El ataque de Conde sobre el flanco izquierdo no fué mas feliz, como tampoco el de las lanchas enviadas á la bahía de San Vicente á las órdenes de Manning, no obstante que se apoderaron de un lanchon con una pieza de á diez y ocho, cuyos soldados fueron pasados á cuchillo.

Tal fué el resultado de este ataque, en el que los patriotas llevaron al principio toda la ventaja, hasta el punto de levar anclas los oficiales de la Marina real y enviar marinos á los buques estranjeros embargados, para ayudarles á hacer lo mismo con las suyas y recibir los fujitivos que creyeron no tardarian en presentarse (1). Unos y otros se batieron con valor admirable; y si con razon los patriotas atribuyeron principalmente su desgracia al retraso de una hora con que las primeras columnas empezaron el movimiento, es necesario confesar tambien que contribuyeron mucho á ella el talento y el arrojo de Ordoñez. Aunque hacia tiempo que los sitiadores finjian ataques, este intrépido coronel no se ocupaba de ellos

(1) Journal of a residence in Chili, p. 37. Su autor se hallaba en uno de los buques de comercio norte-americanos embargados por disposicion de Ordoñez.

gran cosa, porque sabia que eran poco temibles mientras durase la luna; pero luego que faltó esta no se acostó mas, y hacia dos noches que las pasaba levantado cuando con su instinto militar adivinó que era formal el que se daba en aquel momento. Comunicó entonces varias órdenes á su secretario Rueda, con quien estaba hablando, para que las llevase al teniente de artillería Ballona y al capitan de injenieros Alvarez, y montando á caballo, recorrió toda la línea para reanimar con sus palabras y su sangre fria el entusiasmo de los soldados. En el tiempo que duró la accion pasaba de una batería á otra, encargando en todas á los artilleros que dirijiesen bien la puntería, indicándola él mismo ya por uno ya por otro lado, y estando con gran calma en medio de las balas

de todas partes (1).

que llovian

A pesar de este contratiempo, en que perdieron los patriotas sobre unos trecientos hombres y otros tantos los realistas, O'Higgins pensaba en renovar el ataque por el lado de San Vicente, cuando le avisó su subdelegado de Santiago don Luis Cruz, que una fuerte espedicion enviada por el virey Pezuela, se estaba haciendo á la vela y que probablemente se dirijiria á San Antonio. Esta noticia, que no le cojió de sorpresa porque todos los dias la estaba esperando, le decidió á marchar cuanto antes al lado de San Martin con objeto de reunir su ejército con el de este; y á los pocos dias, despues de inutilizar las fortificaciones, etc., que habia construido, salió acompañado de los habitantes comprometidos, abandonando la ciudad de Concepcion á todos los escesos del desórden.

La espedicion enemiga llegó en efecto á las costas de Chile y desembarcó en Talcahuano á los pocos dias de la (1) Conversacion con don José Ruedas.

salida de O'Higgins. Se componia de tres mil quinientos hombres perfectamente provistos de todo, con una paga adelantada y embarcados á bordo de nueve buques de grandes dimensiones que escoltaba una fragata. El mando de este ejército debió darse sin disputa á Ordoñez, que pasaba con razon por uno de los mejores oficiales de la América del sur y que habia dado tan brillantes pruebas de valor é idoneidad, sosteniéndose con escasas tropas en una plaza débilmente fortificada; pero Pezuela queria protejer á Ossorio, con quien habia casado una hija, y ademas el consulado de Lima, que pagaba gran parte de los gastos de la espedicion, lo preferia, no tanto por sus antecedentes, como porque se estaba en la intelijencia de que habia dejado buena memoria en Santiago, que su nombre era allí muy popular y que nadie conocia mejor que él los asuntos del país. Estos fueron los motivos que tuvo Pezuela para nombrarle jefe de la espedicion, y el 4 de diciembre de 1817 le dió sus instrucciones reducidas á que obrase rápidamente contra el ejército sitiador, y si era batido como debia suponerse, se reembarcase con el suyo sin pérdida de momento, bajando á la costa de San Antonio para echarse repentinamente sobre Santiago, y destruir las tropas que allí hubiese (1). El 9 de diciembre este ejército salió del Callao, llevando consigo los fondos necesarios para subsistir en los primeros meses de la campaña. Para indemnizar á Ordoñez del desaire, Pezuela le envió el nombramiento de brigadier, ofreciéndole el de capitan jeneral de Chile si las circunstancias permitian á Ossorio atravesar las cordilleras y llevar la guerra al centro de la República arjentina: sin embargo, Ordoñez concibió resentimiento por Ossorio, y empezó á (1) Manifiesto de don Joaquin de la Pezuela, p. 97.

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