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La infantería durante esta lucha se batió con las mejores tropas mandadas por el intrépido Ordoñez y protejidas por una columna de caballería. Borgoño, que acababa de llegar á la pequeña altura ocupada por el enemigo, viéndose en escelente posicion para metrallarlo, lo hizo con tal acierto, que dispersó toda la caballería; pero como la carga de los soldados de Ordoñez, reforzados con el famoso batallon de Burgos y el de Arequipa, fué tan impetuosa y tan bien sostenida, la línea patriota cedió un poco, y el batallon de los infantes ó n° 8, engañado por un cerrito, llegó á quema ropa sobre el enemigo y recibiendo una descarga muy viva que le hizo perder la mitad de su jente, estuvo un momento derrotado. San Martin, que lo apercibió, envió inmediatamente la reserva de Quintana, compuesta de los batallones 1 y 3 de Chile y 7 de los Andes, mandados por Rivera, Lopez, Conde y el comandante Thomson. Estas tropas, que avanzaron á todo escape para sostener la línea, reanimar con su presencia á los soldados é inspirarles nuevos brios, cargaron con un ímpetu tan estraordinario que cortaron en dos el batallon de Burgos, y cayendo sobre el de Arequipa que estaba en la retaguardia, le batieron y dispersaron completamente. Desde aquel momento todo fué ya confusion y desórden en el campo realista. El jeneral en jefe, derribado del caballo por una bala de cañon de los artilleros de Blanco que cayó á su lado, no hizo mas que volver á montar y emprender la fuga, seguido de unos cuantos oficiales y de algunos soldados de caballería, que pudieron escapar en este gran drama. De los soldados de infantería, unos, como los del batallon de Arequipa, se rindieron haciendo protestas de patriotismo, otros, no pudiendo evitar la persecucion, se apoderaron

de las casas de la hacienda, donde ya se habian salvado los restos del batallon de Burgos, y en ellas, como los romanos en el Monte Sacro, dándoles brios la desesperacion, sostuvieron por espacio de algunas horas con tanta honra como denuedo, un segundo combate casi tan enpeñado y tan sangriento como el primero. El batallon número 1 de Coquimbo cometió la imprudencia de adelantarse á un callejon que conducia á un patio, donde los realistas habian colocado los dos cañones que les quedaban, y perdió inútilmente muchos soldados por el fuego mortífero que le hicieron. Fué una falta atacar de frente y en sitio estrecho á tropas ya vencidas que en su desesperacion estaban furiosas, y cuya resistencia ni podia ser larga ni dar cuidado alguno. En efecto, envueltos por todos lados, próximos á faltarles todo, no tardaron en rendirse estos cortos restos así como sus nobles jefes Primo Rivera, Latorre y el intrépido Ordoñez, digno sin duda de mejor fortuna, quien, lleno de noble cólera, prefirió romper su espada á entregarla. Igual suerte cupo á los numerosos fujitivos, á quienes los guasos persiguieron en todas direcciones; por manera que un ejército brillante, compuesto de muchos y escojidos batallones, que habian resistido con bizarría los impetuosos ataques de los franceses en España, se vió completamente deshecho en pocas horas, quedando en poder de los patriotas todo su material, armas, cañones y bagaje.

Tal fué la sangrienta batalla que selló definitivamente la independencia chilena y ejerció una influencia inmensa en los destinos de América. La bizarría, la audacia, la decision de que los dos ejércitos dieron pruebas en esta terrible lucha, son superiores á todo encarecimiento. Unos y otros se batieron con todo el valor que

infunde el amor propio y con un conocimiento militar que los patriotas adquirieron en poco tiempo, gracias á algunos oficiales estranjeros y á la penetracion chilena. Si hubieran de citarse los nombres de cuantos patriotas se distinguieron, seria necesario hacer mencion de casi todos los combatientes, desde el jeneral en jefe hasta el último guaso. Estos, cuyo entusiasmo supo aprovechar Rodriguez, enseñándoles por medio de la disciplina, el valor reglado del veterano, se presentaron en gran número, y fueron muy útiles para cojer una infinidad de fujitivos, á los que persiguieron con grande encarnizamiento, usando muchas veces de sus lazos para apoderarse de ellos. (Véase el plan de la batalla en el atlas.)

A las nueve de la noche entraron O'Higgins y San Martin en Santiago en medio de las entusiastas aclamaciones de un pueblo, que del terror del pánico, habia pasado al delirio de la alegría. Pasados pocos dias, San Martin, dejando el mando del ejército á Balcarce, emprendió de nuevo el camino de Buenos-Aires, no en busca de nuevas coronas que su modestia rehusaba, sino para discutir y combinar con el director Pueyrredon, el plan que meditaba hacia tiempo, de llevar la guerra al corazon mismo del Perú, y conquistar la libertad, plantando su bandera en las torres del Callao.

A los pocos dias de haber salido San Martin, envió O'Higgins al coronel Zapiola con doscientos cincuenta granaderos de caballería á perseguir los fujitivos y ocupar la provincia de Concepcion. No anduvo acertado en mirar con indiferencia estos cortos restos, pero persuadido como estaba de que no volverian á reorganizarse jamas, se dedicó esclusivamente á la creacion de la marina, que tan útil habia de ser para el último esfuerzo de

la independencia chilena, y á mejorar algunos ramos de la administracion pública de Chile. Aunque el ministerio se componia de hombres respetables y adictos á su persona y á su política, Villegas presentó su dimision porque necesitaba descansar, y Zañartu fué á representar al gobierno en Buenos-Aires. Por el carácter activo é intelijente del último y el odio profundo que tenia á los Carreras, era mucho mas útil en este país, ajitado entonces por las facciones de Alvear, Artigas y aun de Carrera, que se hallaba retirado en Montevideo. Fué reemplazado en el ministerio del interior por don Antonio José de Irisarri, no menos activo, intelijente, ni menos enemigo que él de los Carreras. A don José Miguel Infante se confirió el ministerio de hacienda.

Era este sin disputa el ministerio mas importante, y el que mas reformas necesitaba. Con la paralizacion del comercio, de la agricultura y de las minas, las ventas eran nulas de mucho tiempo atrás, por lo que y teniendo que atender á los gastos estraordinarios de la guerra, tanto el gobierno realista como el patriota se habian va lido de toda clase de medios para adquirir el dinero que necesitaban; de modo que patriotas y realistas alternativamente habian sufrido exacciones en estremo onerosas, ya con el nombre de donativos, ya con el de empréstitos forzosos, ya de secuestros, todo ejecutado de una manera muy irregular y muchas veces perjudicial á los intereses del fisco. Para remediar en lo posible este mal, é introducir órden en los importantes trabajos de este ministerio, nombró O'Higgins una junta de hacienda encargada de examinar las cuentas desde la entrada en el país del ejército libertador, de proponer un plan de reforma capaz de evitar los abusos y la dilapi

dacion de los caudales públicos, y de procurar la mayor economía, disminuyendo los empleados hasta donde esto fuese dable. El mismo dia que nombró la junta, dió un decreto, mandando que los empleados de hacienda exijiesen con firmeza, y en caso necesario con rigor, todos los atrasos, tanto de contribuciones, como de empréstitos y donativos.

En un tiempo en que habia que mantener un ejército de cerca de nueve mil hombres, y cuando nuevas crisis financieras ponian á cada momento en conflicto al gobierno y paralizaban su accion, era muy difícil organizar de repente el sistema de impuestos, empresa en todas épocas delicada, y nivelarlos de manera que bastasen á cubrir los numerosos gastos que exijia así el sei vicio militar como el civil, mucho mas tratándose de crear una escuadra. El patriotismo salia de cuando en cuando al encuentro de las necesidades públicas, ya espontáneamente, ya escitado por proclamas así del gobierno como de las municipalidades; pero los donativos iban siempre en disminucion, porque la jenerosidad es como la prodigalidad, que se agota por falta de medios, y el gobierno se veia precisado á valerse de la violencia, á echar mano de esos despojos injustos que consistian en sacar fuertes sumas á los adictos al realismo y en quitar á los emigrados sus propiedades y sus bienes, amenazando con las penas mas severas al que los tuviese en su poder y no los declarase á una de las comisiones establecidas en las principales ciudades de la república, y recompensando con la cuarta parte de su valor á los denunciadores. Esto, como se ve, era volver á los injustos decretos que dieron á título de represalia todos los gobiernos mas o menos severos segun sus pasiones

VI. HISTORIA.

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