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persona portadora de esta carta, que estaba instruida de todo lo que se tramaba porque habia asistido al interrogatorio de Cardenas, recibió órden de quedarse con Dupui para ayudarle con la fuerza que llevaba y con sus consejos, y partió al dia siguiente con algunos soldados, dirijiéndose á la posta de la barranca, punto por donde tenia que pasar precisamente la víctima.

Don Juan José no tardó en efecto en llegar á las casas de esta posta. Supo en el camino la triste suerte de su hermano don Luis, lo que le tenia casi decidido á retroceder á Buenos-Aires, abrumado con el peso de las mil inquietudes que semejante noticia le inspiraba, cuanto mas que su viaje se habia verificado hasta allí bajo los mas tristes auspicios. Al dia siguiente de su salida de Buenos-Aires se encontró cara á cara en un sitio casi desierto con uno que siempre le habia tenido malísima intencion diferentes veces se vió precisado á desviarse del camino y marchar por los campos, para no pasar por sitios habitados y hasta el cielo parece que quiso aumentar sus riesgos y sus infortunios, enviándole una noche una tempestad espantosa, en ocasion en que habiéndose adelantado su compañero, se encontraron él y el postillon estraviados en los campos. La noche que pasaron fué terrible, y tanto que de sus resultas murió el postillon, cuya salud no era muy robusta.

En medio de todas estas peripecias llegaron don Juan José y su compañero Alvarez á la posta de la barranca, donde fueron detenidos y llevados con buena escolta ante у el gobernador de San Luis, el famoso Dupui, hombre cruel, intratable y no menos ansioso que Luzuriaga de ver enteramente destruida la familia Carrera, que consideraba como el único obstáculo capaz de hacer sombra

á O'Higgins, el protejido de Pueyrredon, su amigo y jefe. De conformidad con sus instrucciones dispuso que á su noble prisionero y á Alvarez los llevasen á Mendoza, donde apenas llegaron, los mandó Luzuriaga á la misma carcel en que estaba don Luis, dando la bárbara órden de que les pusiesen grillos y de que estuvieran con entera separacion los dos hermanos.

Sabedores San Martin y O'Higgins de este suceso creyeron prudente no dejar pasar las cordilleras á sus temibles rivales, y comunicaron órden á Luzuriaga para que permaneciesen en Mendoza, donde era mas fácil determinar acerca de su suerte. Le mandaron al propio tiempo que instruyese una sumaria, cuyos resultados tenian que ser necesariamente muy funestos, porque se dejaba á los presos aislados, sin apoyo, rodeados de enemigos y sujetos al fallo de unos hombres de quienes debian temerlo todo, como que se hallaban bajo la influencia inmediata del intendente. Así lo comprendieron desde luego los partidarios de las víctimas que se preparaban, y así lo comprendió tambien don José Miguel que seguia retirado en Montevideo, quien se propuso no perdonar nada para salvar la vida de sus dos hermanos, de cuya desgracia se creia el principal autor. Dejando que su alma flotase en el mar de sus inquietudes, queriendo conseguir á todo trance su objeto, daba á su imajinacion todas las torturas imajinables para encontrar los medios. Tan pronto se decidia á marchar á Santa-Fe, donde esperaba poder reunir bastantes partidarios para dar un gran golpe de mano: tan pronto escribia á su esposa doña Javiera residente en Buenos-Aires, que se personase en Mendoza y pusiese en juego su influencia, su prestijio y su jenio inventor para proporcionarles la fuga. Des

pues, temiendo que no se siguiesen sus consejos, escribia tambien á la esposa de don Juan José, doña Ana María Cotapos, que estaba en Santiago, diciéndole: « Es preciso libertar á nuestros presos, mis recursos son para mas tarde. Pide permiso para visitar á tu marido en Mendoza; vente trayendo 4000 pesos para comprar por el precio que puedas un oficial de los de guardia, que los porteños se compran como carneros, y hazlo jugar. Trae agua fuerte y sierras para cortar las chavetas de los grillos. Muñoz Ursua puede dirijirte en la empresa. Padre debe proporcionarte el dinero ningun sacrificio es grande cuando se trata de la salvacion de dos hijos. Yo puedo recompensarle muy pronto sus pérdidas. En el sagrado sijilo, en la actividad y en una hábil direccion consiste el logro de nuestro plan. Hazte en este paso mas digna y mas amable de lo que eres. Imita á la heróica madama de Lavalette. Si escapan, ocúltense en los bos ques de Chile, ó vénganse á Montevideo, segun convenga, etc. (1). »

Ademas de estos recursos violentos que á don José Miguel Carrera le sujeria su casi estraviada imajinacion, toda la familia se decidió á emplear medios suaves y lejítimos, sino para conseguir el mismo objeto, al menos para aliviar los padecimientos de los presos y obtener una sentencia moderada é imparcial. Doña Javiera pidió que el juicio se celebrase en Buenos-Aires, donde contaba con algunos amigos, mientras que su apoderado don Manuel Araoz alegaba que segun el derecho de jentes ninguna nacion puede retener á un estranjero que no tiene mas que quejas de su país, pretendiendo por esta razon que el gobierno de Buenos-Aires estaba en el caso

(1) Carta de don José Miguel Carrera de 26 de diciembre de 1817.

de ponerle en libertad. Para mas obligarlos á este acto de justicia ó de induljencia, pidió que se les enviase á un país lejano, ofreciendo en su nombre y en el de una multitud de amigos suyos, toda especie de garantías de no volver á poner jamas los piés en Chile ni en la república arjentina. Por último don José Miguel Carrera, dejando á un lado todo sentimiento de amor propio, se dirijió directamente al congreso de Buenos-Aires, solicitando que por lo menos se detuviese una causa, en que resaltaba la parcialidad de una venganza política, y cuyos jueces por mas que procedieran de buena fe en la apreciacion de los hechos, tenian que obrar influidos por la pasion de los partidos y el odio que profesaban á toda la familia. Pero fueron ineficaces todas estas reclamaciones, por mas que estaban hechas con la calma de la prudencia y de la moderacion y respiraban puro patriotismo y muchas veces sensibilidad: los dos patriotas debian sufrir la ley del mas fuerte y ser inmolados á las exijencias del sosiego público, como todavía dicen algunos parciales de O'Higgins.

Es verdad que desde que entraron en la cárcel de Mendoza, su causa se complicó mucho y de una manera muy grave, A fuerza de pensar en su triste posicion, don Luis Carrera acabó por sobornar á algunos milicianos que por las circunstancias fueron de guardia á la cárcel, y tramó con ellos no solo un proyecto para escaparse, lo cual no podia considerarse gran crímen, sino una conspiracion, cuyo objeto era nada menos que derribar el gobierno de la provincia, apoderarse de todas las autoridades, de los fondos públicos y de algunas personas de distincion, nombrar un intendente y empleados de su partido, levantar cierto número de tropas y marchar á Chile á re

volucionarlo en favor de su hermano don José Miguel. Este plan, obra, como hemos dicho, de don Luis Carrera, y al que no se adhirió su hermano don Juan José sino despues de vacilar mucho y siempre con repugnancia, fué delatado en el momento mismo en que los conjurados, milicianos casi todos y de baja graduacion, iban á empezar á ejecutarlo. El que mas contribuyó á que pudiesen comunicarse los dos hermanos, fué el que por una imprudencia dió márjen á la denuncia, que puso en conmocion á toda la ciudad, porque muchos de sus principales habitantes estaban comprendidos en la lista de los proscritos. El intendente Luzuriaga, uno de los mas amenazados, aprovechó esta grave circunstancia para acelerar la causa. Deseaba mucho desembarazarse de estos altos personajes; pero no queria tomar sobre si toda la responsabilidad de lo que iba á resultar, y pidió instrucciones á su gobierno de lo que debia hacer despues de la condena, solicitando al propio tiempo se trasladase el tribunal á otro punto, vista la sorpresa de Cancharayada, cuya noticia acababa de llegar á Mendoza. Temia, no sin falta de razon, que el infortunio de los dos ilustres patriotas conmoviese el corazon de los muchos emigrados que aquella catástrofe llevaria necesariamente á la ciudad, y que los pusiesen en libertad por medio de un golpe de mano. No estaba menos inquieto el cabildo con semejantes huéspedes en Mendoza. Sus individuos no pretendian ciertamente que se les matase, pero querian ahorrar á la ciudad los motines que la presencia de estos jefes pudiera suscitar en los emigrados que se esperaban, á quienes suponian sumamente descontentos con su derrota, y dominados por la ciega pasion del espíritu de partido. Movidos por estos temores pidieron

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