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diarios con las autoridades chilenas. Como conocian perfectamente el estado del país, sobre todo Urréjola, que habia hecho toda la campaña de la primera revolucion, no cesaron de hablar de lo muy útil que seria á la conservacion de la dominacion española el enviar una fuerte escuadra á la república chilena. Poco despues Pezuela, no pudiendo conseguir los soldados que tanto necesitaba, ni de Morillo ni del virey de Nueva Granada, se dirijió á Abadia, consul de la compañía de Filipinas en Lima, para que por la mediacion de su hermano que tenia gran valimiento y era el árbitro de los ejércitos que se destinaban á América, se organizase una espedicion en España. Este era un negocio que debia reportar grandes utilidades á estos dos personajes; y hé aquí acaso el motivo de que lo activase el que residia en España, con tanta mas probabilidad de buen éxito, cuanto que por entonces los comisionados chilenos solicitaban con instancia el envío de una escuadra, que, segun ellos, daria el último golpe á las ideas liberales del país. Habiendo caido en desgracia Abadia, su succesor el jeneral O'Donell fué el encargado de su organizacion (1).

Esta espedicion, que salió de Cádiz el 21 de mayo, se componia del rejimiento de Cantabria con poco mas de mil seiscientas plazas, un escuadron de dragones con ciento veinte, una compañía de zapadores con otras tantas y cincuenta artilleros, que formaban un cuerpo de dos mil hombres próximamente (2). Estaban á las ór

(1) Eu mis notas, que escribí en una conversacion con O'Higgins, encuentro que esta espedicion salió de España bajo la influencia de las lojias masónicas adictas al sistema liberal de América; sin embargo, como muy pronto veremos, jamas se puso en juego nada que ni directa ni indirectamente favoreciese este sistema, si se esceptua el interés muy secundario que tomó Loriga por Miller, porque los dos eran fracmasones.

(2) Segun noticias del oficial de Cantabria don Saturnino Garcia.

denes del teniente coronel don Fausto del Oyo y se embarcaron en catorce fragatas, parte de guerra y parte mercantes, mandadas por el capitan de navío Castillo.

En Tenerife, donde se detuvieron á refrescar la tropa, renovar el agua y tomar víveres, los comandantes fueron recibidos con magníficos festejos, y se dió en la Alameda un gran baile, al que concurrieron muchos de la espedicion. Por un motivo insignificante, el primer ayudante del segundo batallon, Bandaran, no quiso dar permiso para que saltase á tierra un sarjento primero, negativa en que insistió á pesar de las súplicas de los demas sarjentos; y esto ocasionó un disgusto que pasó á vias de insubordinacion en cuanto la fragata Trinidad, que montaban, se hizo á la vela. Si los oficiales entonces, en vez de usar de severidad con los descontentos, hubieran procurado paliar el mal efecto de una injusticia siempre peligrosa en un ejército, la insubordinacion no hubiera estallado probablemente en rebelion; pero no sucedió así, y el sarjento, por vengarse, sublevó su compañía y fueron muertos todos los oficiales, escepto Bringas, Soler y otro.

Este incidente favoreció mucho á los patriotas, pues fué oríjen de la pérdida casi total de la espedicion española.

Imposibilitados los jefes revelados de seguir el convoy, no hallaron otro recurso á su crímen que entregarse al gobierno de Buenos-Aires, y dieron órden al que habia tomado el mando del buque, complicado tambien en los asesinatos, para que dirijiese la proa al rio la Plata. Pasadas algunas semanas, entró la Trinidad en las aguas de Buenos-Aires, y un domingo se presentaron á las autoridades los sublevados con la bandera nacional á la cabeza, que llevaba don Remigio Martinez, jefe principal de la rebelion. El brigadier jefe de estado mayor jeneral don

José Rondeau los recibió muy bien, les felicitó en una arenga por el acto de justicia que habian hecho y que mejor pudiera llamarse de felonía, y conservó á los sarjentos el grado de oficiales que á sí mismos se habian dado.

O'Higgins se hallaba entonces en Valparaiso, entusiasmando la jente de la pequeña escuadra que don Manuel Blanco habia logrado organizar. Cuando supo este suceso por las comunicaciones que sin perder momento le dirigió el gobierno de Buenos-Aires, activó cuanto pudo el armamento de algunos buques, con ánimo de salir al encuentro de los de la espedicion, antes de que entrasen en el puerto de Chile. En la fragata Trinidad se halló una copia de todas las señales de la espedicion, ruta que las embarcaciones debian seguir y sitio en que habian de reunirse, lo cual junto con las noticias que dieron los oficiales y marineros de la fragata, colocaron al comandante de la escuadra chilena en la mejor posicion para dar un ataque.

Gracias á la grande actividad de O'Higgins y de Blanco no tardaron en estar prontos, el O'Higgins de cincuenta y seis cañones, su capitan Wilkinson, la Lautaro de cuarenta y cuatro, capitan Worster, el Chacabuco, de veinte, capitan Diaz, el Araucano de diez y seis, capitan Morris, y el Pueyrredon, tambien de diez y seis, que debia reunírseles inmediatamente; en todo cinco buques con ciento cincuenta y dos malos cañones y de todos calibres y una tripulacion de mil doscientos seis hombres, entre marineros y soldados. El jóven don Manuel Blanco fué nombrado capitan de navío y comandante de esta primera division, formada con los elementos mas heterojéneos y trabajada por el espíritu de rivalidad y de amor

propio á que daba pábulo el de nacionalidad; porque entre los oficiales los habia ingleses, anglo-americanos, arjentinos, algunos franceses y pocos chilenos, fuera de los jóvenes salidos de la escuela naval, tan mal organizada, que se embarcaron en calidad de guardias marinas. Si á todos estos inconvenientes se agrega el que tenian los oficiales de no hablar la lengua del país y mandar en inglés las maniobras á una tripulacion compuesta de jóvenes chilenos, cuya mayor parte habian sido embarcados por fuerza, se conocerá hasta qué punto era difícil la mision de Blanco, mision que solo él era capaz de llevar á buen término, tanto por su capacidad y su entusiasmo, como por la amenidad de carácter que poseia en el mas alto grado.

La escuadra se hizo á la mar el 9 de octubre de 1818 en presencia de todo el pueblo de Valparaiso, que acudió á dar con sus vivas el último adios á una espedicion de que tenia una opinion malísima. Escepto O'Higgins y algunos de los que le rodeaban, todo el mundo desconfiaba del feliz éxito de una campaña inaugurada con tantos elementos de discordia, y emprendida con gran número de estranjeros jeneralmente poco entusiasmados por el patriotismo, único aguijon que en semejantes circunstancias es capaz de producir grandes cosas. Al dia siguiente el comandante Blanco, en cumplimiento de las órdenes que habia recibido, abrió las instrucciones reservadas que le dieron, en las que se le mandaba dirijirse á la isla de la Mocha á esperar la fragata María Isabel y los demas buques, que no debian tardar en llegar allí, segun se sabia por la Trinidad. En el camino ocupó en hacer maniobras á los jóvenes chilenos, cuya mayor parte navegando por la primera vez, estaban muy marea

dos, pero que « muy pronto descubrieron las cualidades que constituyen un buen soldado ó marinero, pues eran subordinados, y pronto probaron que eran valientes. »

Aunque las instrucciones ordenaban al comandante marchar directamente sobre la isla de la Mocha, persuadido Blanco de que por la obligacion que tenia de ganar la alta mar, los buques enemigos podrian escapársele dirijiéndose á Lima, creyó conveniente cruzar antes el derrotero que este debia seguir, motivo por el cual se fué á la isla de Santa-María donde llegó el 26 del propio mes. Por un ballenero inglés que encontró, supo que la Maria Isabel se hallaba en Talcahuano, lo que le confirmaron cinco soldados españoles que habia en Santa María, y que engañados por la bandera española que llevaban los buques chilenos, se presentaron á bordo á informar al comandante y entregarle un pliego, por el cual se enteró don Manuel Blanco de las disposiciones que debian tomarse para entrar en la bahía de Talcahuano, donde la Reina Isabel los esperaba. Supo ademas por los mismos soldados, que habian entrado ya en esta bahía cuatro buques y que despues de dejar en tierra las tropas que conducian, se habian dirijido á Lima, no obstante los deseos de Sanchez de que se quedase en ella la fragata San Fernando.

Contento con esta noticia, mandó don Manuel Blanco que pasase á su buque el capitan de la Lautaro, y despues de manifestarle su plan que mereció su aprobacion, como tambien la del capitan de la San Martin, dió órden de que todo estuviese pronto para la partida, faltando en aquel momento dos buques, la Chacabuco, á la que un golpe de viento habia separado de la division, y la Araucano enviada de observacion. Impaciente por dar un dia

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