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hombre cruel y sanguinario, que por el gran papel que representó en los últimos dias del poder español, merece nos ocupemos de él (1).

Don Vicente Benavides nació en el departamento de Itata su familia era pobre y su padre ejerció mucho tiempo el vil empleo de carcelero de Quirihue. Su posicion en la infancia fué poco honorífica, hasta que entró de criado en la administracion de tabacos, destino de confianza porque era el encargado de llevar los caudales á Concepcion, y que ademas le dejaba tiempo para dedicarse á algunos estudios, y aprender á leer y escribir, cosa que hacia muy mal. Se hallaba desempeñándolo cuando las primeras guerras de la independencia vinieron á despertar sus instintos guerreros y le arrastraron á alistarse en el ejército de los patriotas: al poco tiempo era una de las trescientas personas que á las órdenes de Alcazar fueron en socorro de Buenos-Aires. Cuando estas tropas volvieron á Chile, Benavides desertó, pasándose al ejército de Ossorio con el grado de sarjento que habia ganado en su campaña.

Sea que quisiese enmendar sus anteriores opiniones, ó que las nuevas que adoptó fuesen mas á propósito para inflamar sus malas pasiones, lo cierto es que desde que llegó al campo enemigo se señaló con actos de audacia, que no tardaron en hacerle distinguir. En el sitio del Membrillar fué uno de los que tuvieron bastante ar

(1) Don Diego Barros ha publicado una escelente memoria sobre la vida y campañas de este hombre funestamente célebre. Lo que vamos á decir llenará algunos pequeños vacíos que en ella se notan y contribuirá á que se le conozca mejor, pues será un compendio de las numerosas notas que hemos tomado de su correspondencia y de lo que hemos oido á personas competentes, tales como el señor Castillon su protector, su esposa doña Teresa Ferrer, á quien en 1839 tuvimos ocasion de ver en Concepcion, y otras muchas que formaron parte de sus montoneras.

rojo para penetrar en una trinchera, en la que se defendió con valentía hasta que cayó prisionero. Llevado con el ejército, supo sacar partido de su triste posicion, poniendo fuego cerca de Achihueno á un parque de municiones; y aprovechando la confusion que el incendio produjo, consiguió salvarse, á pesar de los grillos que le habian puesto, para ir á revelar á Ossorio el plan de O'Higgins, que era atacarle por la noche. En el sitio de Rancagua su conducta no fué ni menos hábil ni menos vigorosa siempre en medio del fuego, se portó con distincion y conquistó el grado de oficial á despecho de las preocupaciones. Decidido entonces mas que nunca por la causa real, fué destinado de guarnicion tan pronto á San Pedro, tan pronto á Arauco, alternando en los diferentes puestos de esta línea para ejercer su perniciosa influencia en el ánimo de los indios, cuyos rapaces y destructores instintos halagaba.

Cuando O'Higgins sitió á Talcahuano, Benavides continuaba por el lado de Arauco, penetrando con mucha frecuencia entre los indios, que habia sabido ganar, y volviendo con ellos á llevar la inquietud al campo de los patriotas; pero luego que regresó Ossorio, siendo casi inútil su presencia en aquellos puntos, fué á ponerse á disposicion de este jeneral para formar parte del ejército destinado á marchar sobre Santiago. Se halló en la accion de Cancharayada y en la gran batalla de Maypu, en la que le fué adversa la fortuna. Hecho prisionero con su hermano don Timoteo, á los pocos dias fueron condenados ambos á ser ahorcados por haberse pasado con armas y bagaje al ejército enemigo. La sentencia se hubiera sin duda ejecutado, á no ser por las instancias del señor Castillon y don Salvador Andrada para con el va

liente coronel Las Heras, y de este para con San Martin, de cuyas resultas se les conmutó la pena de muerte en la de presidio. Estaban en el consulado, donde se hallaban asimismo los demas oficiales hechos prisioneros en Maypu; y Ordoñez, que conocia la crítica posicion de los hermanos Benavides, se acercó al don Vicente y le dió á escondidas un vale de cinco mil pesos, diciéndole que si esta suma podia salvarle de los peligros á que estaba espuesto por alguna otra revelacion, podia hacer uso de ella cerca de la persona que le indicó.

Los hermanos Benavides pasaron olvidados algun tiempo y trabajando en las obras de la ciudad, ocupacion poco adecuada ciertamente al carácter de capitan que el don Vicente habia ganado en sus diferentes campañas. No se quejaron de esta falta de consideracion, contentos con haber encontrado guardianes accesibles á sus penalidades, y dispuestos á dispensarles alguna benevolencia. Un dia que no trabajaban, acertó á pasar por su lado don Hilarion de la Quintana, director subdelegado á la sazon por O'Higgins, y admirándole su ociosidad, preguntó sus nombres. Cuando oyó pronunciar los de los hermanos Benavides no pudo contener un gran movimiento de cólera, y reprendió agriamente á los celadores, diciéndoles que aquellos habian sido condenados á la horca y que no merecian ninguna especie de miramientos. No satisfecho con esta reprension, mandó que los trasladasen á los cuarteles de los dragones al lado del palacio, de donde á los pocos dias fué à sacarlos el teniente don Ventura Ruiz para llevarles durante la noche al llano de Maypu con una escolta, En el camino comprendió Benavides su posicion, y dirijiéndose al teniente le hizo las ofertas para que estaba autorizado por Or

doñez; pero nada pudo conseguir, porque Ruiz, como hombre de honor, le respondió que no lo haria aunque le ofreciese cien mil pesos. Los dos miserables se vieron pues condenados á sufrir su suerte.

Llegados á eso de las dos de la mañana mas allá del conventillo, Ruiz les anunció su penosa mision, que era fusilarlos, y les mandó ponerse de rodillas y que descubriesen el pecho. Despues que pasó el tiempo necesario para que se encomendasen á Dios, se les acercaron cuatro soldados, y casi á quema ropa dispararon dos tiros á cada uno. Sea que se hubiesen caido las balas de los fusiles dirijidos contra don Vicente, ó que pasasen sin tocarle, lo cierto es que quedó salvo y solo con la camisa un poco quemada. Entonces con la misma presencia de ánimo que conservó hasta en el momento en que se verifica el suceso mas grande de nuestra vida, se tiró al suelo al mismo tiempo que cayó su hermano, y tan bien supo finjir que estaba muerto, que el teniente dió á sus soldados la órden de que montasen á caballo, partiendo con ellos persuadido de que dejaba en el campo dos cadáveres. Uno de los soldados, al pasar al lado de don Vicente, le dió un fuerte sablazo en el cuello, diciendo que lo hacia para que no reviviese aquel asesino. Tan grande era la emocion que le ajitaba en aquel momento que casi no sintió dolor alguno, y no levantó la cabeza hasta que supuso que todos habrian marchado. Al levantarla vió que se le acercaba otro soldado y se creyó vendido; pero este, que no iba mas que en busca de un zapato que habia dejado olvidado, volvió á subir á caballo y no tardó en incorporarse con sus compañeros, que regresaban á Santiago.

Luego que don Vicente Benavides se quedó solo, vendó como pudo su grande herida, y se dirijió hácia donde

estaba una luz, que veia á corta distancia. Al pasar cerca de un corral de ovejas, el guarda tuvo miedo de él, pero serenado muy pronto acudió á sus voces y escuchó, compasivo, la relacion que le hizo de un encuentro, al ir en busca de caballos, con unos salteadores que habian matado á su hermano, habiéndose él escapado por un gran milagro, despues de recibir la herida que le señalaba. Era esta historia tanto mas verosímil, cuanto que hacia algun tiempo estaba el campo infestado de bandidos; por manera que las personas que la escucharon creyeron lo mejor llevar á Benavides á casa del juez, como lo hicieron no obstante la viva oposicion de aquel, temeroso de que le conocieran. Sobre no haber sucedido así, encontró en el juez una persona muy caritativa, que le suministró los primeros auxilios y le dió hombres para que le acompañasen á Santiago.

Aquí se presentó una nueva y no menor dificultad. Benavides sabia muy bien que su mujer vivia en una de las tres casas del señor Real, pero no en cual, y temia los inconvenientes de preguntar por ella. Una feliz casualidad vino en su auxilio, pues precisamente la primera á que se dirijió era la que buscaba. Al oir su voz y al ver ensangrentada su cara y el poncho que le habian prestado, su mujer dió un grito, que su marido sofocó al instante con una mirada de intelijencia. Los que le acompañaron regresaron á sus casas, y cuando volvieron al dia siguiente, les anunciaron su muerte, cosa que no les chocó tan profunda era á su parecer la herida.

El riesgo que habia corrido Benavides, lejos de acobardarle le dió por el contrario una fuerza y una enerjía, que solo ellas pudieron sostenerle en medio de tan terrible drama. Así continuó mientras el peligro estuvo pre

VI. HISTORIA.

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