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pues no le era posible contener mas tiempo á los indios, que conforme á sus costumbres, reclamaban los prisioneros para tener un dia de contento y regocijo haciendo en ellos una carnicería.

Esta advertencia era una amenaza, y una amenaza tanto mas temible cuanto que el que la hacia, tenia dadas buenas pruebas de su mal corazon. Para contenerle, le envió Freire al teniente don Eugenio Torres con un oficio, anunciándole que su mujer estaba en Talcamavida en poder de don Ramon Novoa, encargado de hacer el canje con Riveros. No se apresuró menos Benavides á enviar á este, esperando que la misma barca en que iba llevaria al objeto tan deseado; pero fuese desconfianza ú otro motivo, retuvo consigo al plenipotenciario Torres, lo que incomodó tanto á Novoa, que devolvió la barca vacía. De sus resultas mediaron entre ellos cartas que embrollaron el negocio, al que quizá no fué estraño un amor imprudente, y acabaron para neutralizar los deseos de Freire, que eran de enviar esta mujer á su marido. Este se propuso entonces vengarse de una conducta, que calificaba de tan altamente ofensiva para su honra, como desleal atendida su prontitud en cumplir por su parte las condiciones. En el furor que le dominaba mandó llamar al jóven Torres, á quien habia tratado bien hasta entonces, le sentó á su mesa, y despues de comer dió órden de que le llevasen al rancho donde estaban los prisioneros de Riveros. A poco entró en el rancho una tropa de indios hambrientos de odio y de carnicería, y al ruido de sus salvajes imprecaciones asesinaron á lanzadas á estas víctimas desgraciadas de la barbarie (1). Y sin embargo no

(1) Sigo la version de un jefe de montoneras de Benavides, pero segun el parte de Freire fueron los soldados los que los mataron á sablazos. Gaceta ministerial, tomo 1, número 93.

habian pasado muchos dias, el 30, le envió Freire á su mujer, y supo al regreso del correo esta espantosa matanza, de la que se disculpó Benavides, escribiéndole que para salvar la vida habia tenido que ceder á las exijencias inquietas é imperiosas de los indios (1).

á

Mientras Benavides cometia estos actos de barbarie, los jefes acampados en las orillas meridionales del Biobio se entregaban á otros no menos crueles y salvajes. A la cabeza de sus bandas de indios, recorrian la estensa llanura de la Laja, y lo llevaban todo á sangre y fuego. Especialmente las bandas de don Miguel Rivas y don Pedro Sanchez se distinguieron por su audacia y actividad. En menos de once dias saquearon casi enteramente aquel vasto territorio, robaron los ganados, incendiaron los cortijos y ranchos, y asesinaron cuantos hombres, mujeres y niños encontraron, sin perdonar mas que los menores de nueve años, á los cuales llevaron cautivos á su campamento (2). La guarnicion de los Anjeles era á la sazon muy corta y Thompson, á quien Balcarce habia dejado de comandante mientras Alcazar estuviese en Chillan, no se atrevia á salir de su fortaleza desde la pérdida casi completa de los cincuenta hombres que envió por la parte de Negrete á las órdenes del capitan don Ramon Romero, y si ocho ó diez dias despues se decidió á protejer unos voluntarios que impacientes salieron de los Anjeles, fué para ser testigo de una segunda derrota.

La mala posicion de Thompson no consistia tanto en ser corta la guarnicion, como en que le faltaban caballos. Muchas veces los habia pedido al intendente Freire,

(1) Carta de Benavides al intendente don Ramon Freire, fecha 4 de abril. (2) Conversacion con el teniente coronel don Manuel Riquelme.

pero mal podia este darle lo que no tenia y era difícil adquirir en una provincia tan arruinada por las revoluciones. Por eso los realistas y los indios, que los tenian en abundancia, estendian impunemente sus correrías hasta los cantones mas lejanos de provincia, y se aproximaron el dia 25 á los Anjeles en número de mil, á poner fuego á las casas. Felizmente no se quemaron mas que dos, y eso que con el viento norte estuvo muy espuesto á que se propagase el incendio á todo un barrio, y especialmente al fuerte, que distaba muy poco. Thompson mandó salir algunos soldados al mando de don Mariano Prieto, y su presencia bastó para que emprendiese la fuga una multitud, á la que solo envalentonaba el valor del salvaje, la astucia, ó la superioridad numérica.

A pesar de esta pequeña ventaja, la guarnicion no estaba de ninguna manera segura en su fortaleza. Los indios, á semejanza de los antiguos Partos, no tienen á deshonra el huir. Su sistema es vencer á golpe seguro, y jamas comprometer su suerte en una batalla, si no se ven en la necesidad de aceptarla. Esto que en tropas regladas y disciplinadas, disminuiria muchísimo la confianza del soldado, aumentando la del enemigo, es para ellos un acto de prudencia, consagrado por la costumbre. Así pues, apenas se habian retirado, volvieron en mayor número y con mas animacion aun, y en este estado de cosas se acordó abandonar, sable en mano, una fortaleza que no era posible defender. Señalado el 10 de marzo para la salida, se hacian con actividad los preparativos, cuando todos los realistas é indios se retiraron por la parte de Santa-Fe al ver que se les aproximaba Alcazar, quien habiendo salido de Yumbel con algunos refuerzos, iba á tomar el mando del ejército.

Cuando Freire conoció toda la importancia de estas montoneras cada vez mas numerosas y osadas, al mando de los arrojados jefes Burgos, Bocardo, Zapata, Cipriano Palma, Pincheira, los hermanos Sanchez, etc., creyó de su deber marchar á aquellos lugares de desolacion, sobre todo para vengar la muerte de los desgraciados prisioneros, y de su plenipotenciario Torres, que Benavides le habia participado. Sabedor de que este asesino se encontraba en Talcamavida, se dirijió allá con setecientos soldados y milicianos, y llegó á los dos dias de su salida de Concepcion. Benavides no tuvo valor bastante para esperarle y se retiró á Gomero, de donde tambien salió, huyendo de los soldados del intendente que iban en su persecucion. Así recorrió todas las cercanías de San Cristoval, Rere, Yumbel y Tanaguillin, evitando encontrarse con su enemigo y acabando por abandonar completamente estos sitios para dirijirse sobre los Anjeles, donde tuvo la fatuidad de pretender que capitulase la guarnicion (1). La carta que el 21 de abril escribió con este objeto al comandante, era tan impertinente como ridícula. En ella le concedia una hora para entregarse, haciéndole responsable de los males que sobreviniesen si se resistia, le contaba como de costumbre mil cuentos sobre la destruccion del ejército de Freire, y añadia: «Ya no existe mas que sus reliquias, víctimas dispersas que cubren mi corazon de sentimiento y llanto.» Una carta sentimental escrita por un hombre que tenia el asesinato por principio, merecia una respuesta entre seria y festiva. Alcazar le contestó en efecto que las armas de la patria no se rendian, que tenia harta pól

(1) Al decir de algunas personas consultadas sobre este hecho, no fue fatuidad sino un ardid de que se valió para retirarse sin que le persiguieran.

vora y balas y buenas tropas, y que le esperaba á la mesa. » Benavides levantó al punto el campo y su retaguardia, perseguida hasta Duqueco, pagó con algunos muertos la intimacion de su jefe.

Con la salida de Freire de Concepcion quedó esta ciudad sin tropas y abierta á la primera incursion del enemigo. Benavides creyó que podria penetrar en ella, y con este objeto marchó á su antiguo campamento de Curali, donde estaban los soldados que escaparon de Santa Juana cuando el capitan Quintana tomó esta plaza.

Luego que Freire lo supo, mandó que sus tropas pasasen á Santa Juana. Pasaron con efecto cincuenta infantes á las órdenes de Letelier y hubo algunas escaramuzas entre don Manuel Jourdan y el capitan Arias; pero no era esto lo que Freire queria, sino una batalla en regla que decidiese la suerte de su partido, y esta batalla la fué á buscar al mismo campamento enemigo.

Curali dista unas dos leguas de Santa Juana, y se halla situado en el fondo de un valle, cuyas montañas están cubiertas de bosques vírjenes muy espesos. La naturaleza se habia encargado de fortificar este punto, y los jefes se habian limitado á cortar algunos árboles para obstruir las estrechas sendas con sus troncos. Las lluvias continuas habian dificultado aun mas el paso por estas sendas, y sin embargo Freire no titubeó un instante en lanzarse á estos peligrosos desfiladeros : tal era su deseo de avistarse con su enemigo. Al dia siguiente de llegar, dividió sus setecientos hombres en dos columnas, y reservándose el mando de la una, dió al valiente coronel Merinos el de la otra, compuesta casi toda de caballería, perteneciente en su mayor parte á la milicia de Quirihue, y muy pocos infantes. El 1° de mayo de 1819 las dos co

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