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lumnas emprendieron la marcha por dos caminos diferentes, habiendo tenido la desgracia de que una lluvia que caia á torrentes les obligase á entrar y salir de Santa Juana muchas veces, por manera que hasta las dos de la tarde no pudieron avanzar definitivamente, y eso venciendo mil dificultades. Merino, á la cabeza de su caballería, llegó primero. Teniendo que dar un gran rodeo para evitar los caminos que estaban obstruidos con los troncos de los árboles, y sumamente molestado por una lluvia continua, no pudo llegar hasta una hora antes de la noche; pero aun le quedó tiempo para caer sobre el enemigo ya en fuga declarada, perseguirlo y acuchillarlo á todo su sabor, hasta que la obscuridad y el agua que no cesaba, vino á favorecer la huida del uno é inutilizar el ardor del otro. Precisado á renunciar á su sangrienta persecucion, se dirijió al campamento enemigo, donde se hallaba ya Freire con su columna.

El encuentro de Curali se consideró como una victoria, porque en él quedó destruida la montonera mas numerosa y la que mandaba un hombre que tenia cierto prestijio, y que engrosaba su pequeño ejército con una prontitud espantosa. De los seiscientos ó setecientos hombres que tenia Benavides, apenas escaparon ciento, y los demas fueron muertos, cojidos ó dispersados de estos unos se incorporaron á otras guerrillas y otros hicieron su sumision á la patria. Pocos dias despues, los tenientes de Freire, Victoriano, Riquelme, etc., añadieron nuevos trofeos á esta victoria, y él mismo queriendo perseguir al enemigo hasta sus últimos atrincheramientos, es decir, hasta Arauco, punto á que se habia retirado con una veintena de personas, dió órden al capitan del buque Araucano de ir á colocarse delante de esta plaza con bandera

española, mientras él siguió sus huellas sin descanso, y le alcanzó en Carampangue, adonde habia ido con la guarnicion de Arauco á disputar este paso. El coronel Merino fué el encargado de pasar el primero el rio, y á la cabeza de sus cazadores no tardó en dispersar aquellos frájiles restos, matar siete ú ocho y obligar á los restantes á refujiarse en Tubul, donde habia gran número de familias.

Era importante conservar la pequeña plaza de Arauco, no tanto por sus fortificaciones, como por su posicion, que dominaba á todos los indios de la costa. Pero para esto se necesitaban tropas en bastante número, y tan no las tenia Freire, que en cuanto regresó á Concepcion se vió obligado á levantar algunas milicias. Ademas, la plaza de Arauco, enteramente desierta como estaba, no podia suministrar nada ni en víveres ni en vestuario, y por otra parte esperaba que el enemigo no podria rehacerse en algun tiempo todo lo cual le indujo à dedicarse esclusivamente á reformas administrativas, tan necesarias en una provincia que carecia desde largo tiempo de toda clase de organizacion. Pero bien pronto supo por esperiencia que un jefe como Benavides puede muy bien ser batido, pero vencido nunca, pues al poco tiempo se presentó á la cabeza de un nuevo ejército protejido por numerosas guerrillas, que Alcazar contenia con dificultad y muchas veces con grandes pérdidas, como le sucedió el 1° de octubre al gobernador de Chillan don Pedro Nolasco de Victoriano.

A pesar, pues, de la victoria de Curali, que pareció en un principio tan decisiva, la provincia de Concepcion no recobró la tranquilidad; pero la mayor desgracia de sus habitantes fué que desde la salida de Sanchez, la guerra

iba tomando cada dia un carácter mas salvaje. No tenia nada de leal ni de regular : las partidas, compuestas en jeneral de hombres sin corazon y sin ley, recorrian la provincia en todas direcciones y llevaban á todas partes la desolacion y el esterminio, pues á los realistas les servia muchas veces de estímulo el fanatismo, este principio de enerjía, y á los indios la barbarie, este principio de destruccion. Aunque Alcazar con su grande actividad hizo perseguir estas guerrillas, ellas, consecuentes á su táctica de no aceptar la batalla, conseguian evitarla con frecuencia. Sin embargo, en el mes de octubre se atrevieron á marchar sobre los Anjeles llevando la intencion de acabar con la ciudad y con la fortaleza, pero don Isaac Thompson, que el 29 salió á su encuentro con doscientos hombres y algunos milicianos, los derrotó fácilmente, porque hacian las espediciones sin regla ni combinacion alguna. Esto mismo sucedió á la de Vicente Elizondo atacada el 20 de setiembre en los Quilmos por los capitanes don Pedro José Riquelme y don José Lave y á cuantas intentaron alguna accion ó se vieron en la necesidad de aceptarla.

Estos reveses no desanimaban á Benavides. Con los milicianos que disciplinaba Bocardo, y con los vagamundos y aventureros que no faltaban en abundancia, sus montoneras se rehacian tan pronto como eran dispersadas. Su posicion se mejoraba ademas con la esperanza de recibir algunos refuerzos de Lima, segun se lo ofrecia Pezuela en un oficio en que le confirmó el nombramiento de comandante de las tropas que operaban en Chile. Benavides con su tacto acostumbrado tenia buen cuidado de propalar, exajerándolas, las promesas del virey. A su cuñado Ferrer le escribió que del 20 al 26 de se

tiembre desembarcaria una espedicion en San Antonio para marchar sobre Santiago y que irian á reunirse con él los Valdivianos y los Chilotes á Zapata le habia dicho antes, encargándole que lo divulgase, que habian salido de Lima en veinte y un buques y catorce lanchas cañoneras, siete mil ochocientos ochenta y cinco hombres; á otros por último les aseguraba que se habian embarcado de España ocho mil hombres para Chile, y doce mil para Buenos-Aires. A fin de que se diese crédito á estas noticias repartia gacetas de Lima, en que se anunciaban algunas de ellas,

Lo que daba algun viso de verdad á sus noticias era que con efecto recibió unos cortos socorros de Lima y que se le reunió yendo de Chiloe, el teniente coronel Carrero, hombre muy activo y diestro, de que fué buena prueba el golpe atrevido que dió pocos dias despues de su desembarque.

Hacia tiempo que deseaba Benavides un barco para poder estar en comunicacion con las provincias del sur dominadas por su partido, y con Lima, depósito jeneral del material de guerra. En los momentos de llegar Carrero, una fragata mercante La Dolores ancló en la bahía de Talcahuano, y resolvieron apoderarse de ella por sorpresa. Al efecto marchó Carrero á aquella ciudad, disfrazado así él como los que le acompañaban, y aprovechando una noche oscura, avanzó osadamente á la fragata, se apoderó de ella, de los trece marineros que la tripulaban y del capitan, y levando anclas salió de la bahía el buque para Arauco, de donde partió pocos dias despues para Chiloe á las órdenes del mismo Carrero en busca de algunos socorros.

Benavides, como tenia de costumbre, obligó á los ma

rineros á que tomasen las armas en favor de su partido, habiendo sido cruelmente asesinados los que se resistieron á seguirle, entre los que se contaba el capitan don Agustin Borne, pariente del director O'Higgins. En honor á la verdad debo decir sin embargo, que desde San Pedro se le hicieron proposiciones á Freire el 11 de setiembre para el canje de estos marineros con igual número de soldados, y el de Borne con la familia de Sanchez de Chile, y que por no haberse verificado tuvieron lugar los asesinatos.

Mientras los realistas que estaban por la parte de Arauco se entregaban á estos actos de vandalismo, los del llano de la Laja continuaban sus estragos, y de tiempo en tiempo hasta se atrevian á querer atacar á Alcazar en sus atrincheramientos. La montonera de don Juan de Dios Seguel, compuesta de doscientos hombres próximamente, era la que manifestaba mas ardor y confianza, pues atravesó la Laja muchas veces y se dejó ver en los alrededores de Tucapel. Un dia que estaba acampada cerca del vado de Curamilahue, se propuso Alcazar atacarla, y el 19 de noviembre por la noche salió de los Anjeles por un camino desierto para llegar sin ser apercibido. El ataque lo dió en el momento en que el enemigo iba á emprender la fuga, circunstancia que introdujo la confusion en sus filas y que fué causa de que los cazadores pudiesen acuchillarlo á su sabor: pocos escaparon y los que tuvieron tiempo de atravesar el rio, cayeron en manos del capitan Florez, apostado por Alcazar en el otro lado, de suerte que la montanera pereció casi entera, incluso su comandante el famoso Seguel.

Otro hecho de armas de esta época, de mucha menos consecuencia, pero mucho mas honroso para las de los patriotas, fué la magnífica defensa que hizo en Yumbel

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