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el valiente capitan don Manuel Quintana. Despues de la derrota de la montonera de Seguel, Bocardo quiso vengar la muerte de este jefe, haciendo una espedicion mucho mas importante. En diciembre de 1819 salió de QuilaPalo con doscientos soldados y cien indios mandados por Grandon, á los que incorporó en San Carlos las tropas de Zapata y los indios de Burgos. Con este pequeño ejército en que habria unos mil hombres, á saber, trescientos españoles armados con fusiles al mando de Elizondo y Zapata, y setecientos indios con lanzas al de Burgos y Sanchez, se dirijió por el lado de los Anjeles, donde solo tuvo que sufrir algunos tiroteos, y despues pasando por el salto de la Laja, fué á presentarse delante de Yumbel. No habia en aquel momento en esta plaza mas que cuarenta cazadores reclutas, veinte artilleros y treinta y tres infantes del batallon de Carampangue, pues de las demas tropas, los cazadores habian pasado á Chillan y los infantes á Concepcion. Era una fuerza demasiado corta para hacer frente á un enemigo tan numeroso, y mandado por el arrojado Bocardo; pero los que han conocido á don Manuel Quintana no se admirarán ciertamente de que este oficial osase medir sus armas con las de aquel y resistiese con intrepidez todos sus ataques. El incendio de una parte de la ciudad le obligó desde el principio á refujiarse al cerro que hoy lleva su nombre, y mandó al jóven don Manuel Bulnes que á la cabeza de catorce cazadores cargase á mas de cien realistas é indios, que subian por el lado de la ciudad. Estos huyeron por de pronto, pero no tardaron en volver con unos cien infantes de refuerzo, y cargaron al jóven Bulnes, á quien ya casi tocaba con la lanza Marilhuan, cuando uno de sus soldados disparó con tal acierto al cacique, que le rompió

VI. HISTORIA.

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el brazo derecho, salvando así á la patria un militar destinado á darla tantos dias de gloria.

Bulnes continuó dueño de la angostura, defendiéndola con valor y firmeza á la cabeza del corto número de sus soldados, de los que solo su asistente quedó fuera de combate. Al mismo tiempo Quintana sostenia con enerjía admirable desde la cumbre del cerro, los numerosos ataques de Zapata contra la artillería, é inutilizaba los estraordinarios esfuerzos de los demas jefes (1). Estos diferentes ataques duraron cerca de cinco horas, sin que el cansancio debilitase la firmeza de los sitiados ni el valor de los sitiadores, y si al cabo estos se retiraron, fué porque vieron que á los patriotas les llegaba un refuerzo de sesenta hombres del número 1 de Chile, y doscientos milicianos, los cuales tomaron posicion en el cerro de Parra á corta distancia del de Quintana, que no abandonaron hasta despues de haberse marchado los realistas.

Esta pequeña accion, mas gloriosa, como ya hemos dicho, por la brillante resistencia que hizo un puñado de patriotas, que por sus resultados, solo costó á la patria tres muertos y cinco heridos, mientras que los realistas perdieron mas de sesenta hombres. Quintana, el héroe de esta accion, dejó á los recien llegados en el cerro que habia sido teatro de la resistencia y se ocupó de construir en el de la Centinela una especie de reducto, temeroso de que Bocardo volviese á atacarle. Pero el resultado de su tentativa habia sido demasiado humillante para que quisiese volver á emprenderla en el mismo sitio

(1) Don Manuel Quintana me ha hablado muchas veces de esta accion con una animacion estraordinaria. Sus ojos echaban fuego, accionaba con gran viveza, y su manera de hablar, inagotable como siempre, daba á la narracion un carácter lleno de conviccion y de entusiasmo.

y prefirió repetirla contra los Anjeles defendido por Alcazar. Al llegar al Avellano encontró unos patriotas que auxiliados por los indios de Santa-Fe, quisieron impedirle el paso. El famoso Sanchez, algo atolondrado con el aguardiente que habia bebido por la mañana, cargó sobre los patriotas con una impetuosidad digna de mejor causa, y se encontró en medio de los indios de Santa-Fe que no conoció, los cuales le echaron el lazo y lo llevaron á la plaza de los Anjeles, donde fué ahorcado. El cacique Marilhuan quedó herido, y lo mismo el intrépido Zapata, á quien le mataron el caballo salvándose á favor de unas cercas. Los patriotas tuvieron que lamentar al valiente Marihuala, cacique de Santa-Fe.

No fué mas afortunado Benavides en sus escursiones. En un ataque que dió á San Pedro fué rechazado con el mayor vigor y pagó cara su temeraria empresa. En todas Partes eran las guerrillas rechazadas y batidas, pero no vencidas. Todo se reducia á escaramuzas que no decidian nada, y cuyos resultados, aunque sensibles para los realistas, no podian de ninguna manera desconcertar á hombres de su temple. Todas sus pérdidas quedaban reparadas al cabo de pocos meses, pues, como nunca les faltaban indios que se les uniesen, sus guerrillas se presentaban nuevamente con arrojo y decision. Esperaban ademas que Valdivia les enviaria algunos refuerzos, sobre todo luego que llegasen las tropas que llevaba Sanchez à aquella ciudad.

Estas tropas llegaron en efecto despues de haber pasado penas infinitas. Desde su salida de Angol, donde hemos visto que los indios hicieron fuerte resistencia á su paso, su marcha no fué menos penosa, especialmente al atravesar la cordillera de la costa, cuyos ca

minos, muy escabrosos y muy estrechos, estaban obstruidos con numerosos troncos de árboles y llenos de un barro resbaladizo que á los caballos les llegaba á los pechos. Estos caminos fueron los que atravesaron las familias de los emigrados y las delicadas monjas trinitarias, que muchas veces tuvieron que ir á pié detras del ejército, alentadas solamente por su vivo fervor, por el canto del trisajio que tenian aun fuerza bastante para entonar, y por la presencia de un crucifijo grande que alternando llevaba una de ellas, escepto cuando el mal estado del camino hacia temer una caida, que entonces se confiaba á un criado.

Despues de cinco dias de marcha tan difícil, el ejército y los emigrados llegaron á Tucapel, donde descansaron algun tiempo. Las monjas no quisieron continuar adelante, y se instalaron en la orilla septentrional del rio Levu, en el sitio llamado Curapalihue. Muchos emigrados siguieron su ejemplo, no atreviéndose á ir mas lejos en una tierra tan inhospitalaria y tan peligrosa por la clase del terreno. En una revista que pasó el comisario don José María Gasmuri aparecieron mil sesenta y cuatro entre soldados y jefes, por manera que desde la anterior, pasada en Nacimiento, los desertores y estraviados apenas llegaban á cincuenta y cuatro (1). Pero cuando el 8 de marzo emprendieron de nuevo el camino, los trabajos que volvieron á empezar y las dificultades de

(1) La clasificacion de estos mil sesenta y cuatro hombres era la siguiente: ocho comandantes y demas jefes de superior graduacion, veinte y un capitanes, treinta y cinco tenientes, treinta y un subtenientes, ochenta y siete sarjentos, ciento cuarenta y dos cabos, cuarenta tambores y setecientos noventa y cinco soldados. De los cincuenta y cuatro hombres que faltaban, veinte eran soldados de Cantabria, ocho artilleros, nueve zapadores y diez y siete cazadores y dragones. Notas dadas por don Saturnino García, oficial de la espedicion.

obtener de los indios el permiso del paso, todo introdujo el desaliento en el ejército, y promovió la desercion hasta el punto que al llegar á Valdivia á mediados de abril de 1819, no quedaban mas que ochocientos hombres, número sin embargo bastante para reforzar á Benavides, á quien se le consideraba en aquellas circunstancias el único capaz de dirijir la guerra de esterminio, que habia promovido la desesperacion.

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