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presentaban el asalto. Pero en todas partes encontraban una firme y bien sostenida resistencia; y despues de tres á cuatro horas de un combate, en que perdieron mucha gente ametrallada de frente y de costado por siete cañones y setecientos fusileros bien atrincherados, se vieron en la necesidad de batirse en retirada, dejando en el campo buen número de muertos, de fusiles y otras armas, y en las quebradas vecinas casi toda su artillería, que pudieron recuperar al dia siguiente. En esta accion, sin disputa una de las mas empeñadas entre las que se habian dado desde el principio de la guerra, todo el mundo se mostró digno de la causa que defendia, porque les realistas fueron tan impetuosos en el ataque como ardientes los patriotas en la defensa; pero las pérdidas de estos fueron, gracias á su posicion, poco menos que insignificantes, pues solo tuvieron siete muertos, diez y ocho heridos y seis contusos, mientras que los realistas dejaron en el campo de batalla setenta y siete muertos, á cuyo número hay que agregar los que se llevaron, como hacian siempre que tenian tiempo para ello. Si la patria hubiese tenido recompensas que dar, el cuerpo de oficiales casi en su totalidad hubiera aspirado á ellas, tanto fué lo que se distinguió en esta ocasion; todos los rejimientos, todas las compañías llenaron sus deberes con un celo que rayó en heroicidad. Entre los jefes que mas sobresalieron merecen una lágrima de dolor el intrépido comandante de la compañía de milicianos de Rancagua don Agustin Armanza y el capitan don Claudio José de Cáceres, muertos pocos dias despues de resultas de sus heridas; y no deben pasarse en silencio los nombres de don José Joaquin Guzman, Balcarce, Alcazar, Las Heras, don Nicolas García, don José Manuel Borgoño, don Manuel Zor

rilla, etc., y sobre todos el héroe de esta victoria, el valiente Mackenna, quien durante el combate fué como el lazo que unia los diferentes cuerpos, corriendo tan pronto á una parte tan pronto á otra para llevar el auxilio adonde era necesario, celo que le espuso mucho y que no cesó de desplegar hasta el fin de la accion á pesar de una herida de bala, afortunadamente muy lijera, que recibió en el cuello en el momento de ir á reforzar con los cincuenta hombres del destacamento de Balcarce el punto avanzado del grande reducto, muy comprometido por lo brusco del ataque.

Hubiera sido indudablemente mucho mas completa esta victoria, conseguida sobre un enemigo tres veces superior en número, si Mackenna, aprovechando el desórden que reinaba entre los realistas que huian en completa derrota incomodados por un diluvio de balas, hubiese podido perseguirlos con la caballería. Pero por desgracia el enemigo le habia cojido pocos dias antes la mayor parte de los caballos, y los que le quedaban eran tan pocos que no quiso esponerlos, con tanta mas razon cuanto que ignoraba absolutamente la importancia del buen éxito que habia conseguido. Prueba de ello es que temiendo en la noche misma un nuevo ataque, á las dos de la mañana repitió á O'Higgins sus apremiantes instancias, suplicándole por amor de Dios que no retardase un solo instante el reunírsele, pues se prometia de este modo poner de una vez término á las calamidades de la patria (1).

(1) Hemos oido decir á don Lorenzo Reyes, que militaba en las filas de los realistas, que el proyecto de Gainza era en efecto intentar al dia siguiente un segundo ataque antes de que llegasen las tropas de O'Higgins; pero que el mal estado del terreno a consecuencia de la fuerte lluvia de la noche anterior, se lo impidió. De un manuscrito de un oficial realista citado por don Diego Bena

O'Higgins habia dado en varias ocasiones pruebas repetidas de audacia y de resolucion; pero es necesario confesar que esta vez desmintió completamente su carácter y se condujo con culpable inercia. ¿Cómo en efecto pudo permanecer simple espectador y por decirlo así las armas descansadas en una accion en que su presencia, atendido el número de sus soldados, hubiera sido tan útil y tan decisiva para completar la victoria? Verdad es que la accion terminó pronto y tuvo lugar al anochecer y en momentos en que la fuga de los vencidos era protejida por la oscuridad y por una copiosa lluvia; pero sin embargo, el deber del jeneral en jefe era acudir instantáneamente al sitio en que se oia un sostenido fuego de cañon, y esto es lo que no hizo, permaneciendo con una especie de indiferencia hasta que el dia siguiente 21 mandó pasar el rio Itata á sus primeras avanzadas y puso en movimiento el 23 toda la division reuniéndose con Mackenna, que era lo que este y todos sus compañeros mas deseaban.

Pocos dias despues, esta magnífica victoria, tan á propósito para restablecer la moral del soldado, quedó neutralizada por un revés en estremo sensible. La junta gubernativa fué recibida en Santiago con una alegría que formaba un contraste bien singular por cierto, con la conspiracion que gran número de Chilenos auxiliados por algunos naturales de Buenos-Aires, tramaban en aquellos momentos. Ignorante de esta conspiracion y deseosa de reconquistar vente, aparece por el contrario que Gaínza pasó esa noche acompañado de su edecan Tirapegui bajo un espino con inminente riesgo de caer prisionero ó de finalizar su existencia en aquella noche; que algunos jefes y oficiales con los soldados que voluntariamente quisieron seguirlos llegaron desordenadamente á la hacienda de Cucha-Cucha y que con el mismo desórden se verificó la retirada al cuartel jeneral de Chillan, en donde á los tres dias aun no se habia incorporado el total de la fuerza atacadora.

á Talca, cuya pérdida se ocultó al público durante muchos dias, dispuso á toda prisa formar una division capaz de llevar á cabo esta empresa. Pero el dia despues de su llegada estalló la revolucion y la junta fué reemplazada por un director, que siguió la misma idea y puso al frente de esta division al teniente coronel don Manuel Blanco Encalada, jóven muy honrado y valiente, que movido por su amor á la patria y á la libertad, habia abandonado la marina española en la que empezó su carrera militar (1). El efectivo de esta division era de seiscientos setenta fusileros, setenta artilleros con cuatro piezas y setecientos milicianos de caballería, mil cuatrocientos cuarenta hombres en todo, estando comprendidos en este número los soldados que Bascuñan llevó á San Fernando despues de la pequeña accion de las alturas de Larqui y acababa de incorporar á los del teniente coronel don Fernando Marquez de la Plata á su llegada á dicha ciudad.

Esta pequeña columna, destacada en los momentos en que acababan de reunirse las dos divisiones O'Higgins y Mackenna, hubiera sido suficiente para conseguir el objeto del gobierno, si todos los soldados de que se componia hubiesen sido dignos de su comandante; pero desgraciadamente habia en ella muchos reclutas, pocos veteranos casi todos desertores y por lo tanto de escasa confianza, y buen número de jóvenes sacados de las provincias del centro y del norte de la república, las cuales, lejos de ser como las del sur cuna de hombres valientes y sufridos, soldados en cierto modo de nacimiento, no

(1) He oido decir á don Miguel Infantes que la intencion de la junta era poner á la cabeza de aquella division á don Santiago Carrera, militar arjentino y de toda confianza.

presentan por el contrario mas que ciudadanos tímidos, pacíficos, poco aptos para la guerra y de consiguiente muy tardos en aprender el manejo de las armas. Con tales elementos iba á reconquistar don Manuel Blanco la villa de Talca, teniendo que habérselas con un enemigo muy inferior ciertamente en número, pero muy superior en ardor é intelijencia militar.

El 14 de marzo estaba reunida toda la division en San Fernando y salia en dos columnas, mandada una por el teniente coronel don José Soto que debia acampar á orillas del rio Tinguiririca, y la otra por el de igual graduacion Bascuñan, encargado de avanzar hasta la hacienda de Chimbarongo y esperar allí al jeneral en jefe. Esta órden no fué por desgracia cumplimentada, y una desobediencia á todas luces injustificable, fué el preludio de una insubordinacion que necesariamente habia de ser funesta á la espedicion. Llegados en efecto al lugar elejido para campamento, don Enrique Larenas, comandante de caballería de milicias, pretendió que debia continuarse la marcha y acampar mas cerca de Curico; promovióse de aquí un fuerte altercado entre él y Bascuñan, quien en su cualidad de jefe y como tal responsable del cumplimiento de las órdenes del jeneral, se opuso formalmente al proyecto de Larenas; pero este, de carácter díscolo y revoltoso, sembró la discordia en el cuerpo de oficiales, los sublevó contra su jefe y forzó en cierta manera á este á tener un consejo de guerra, en el cual, como era de presumir, obtuvo su parecer gran mayoría. La division, pues, continuó su marcha y fué á acampar á Curico. El enemigo se encontraba en las inmediaciones, pero se le suponia del otro lado del Lontue y á bastante distancia, cuando á eso de la una de la madrugada algunos disparos de

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