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pañol cojido cuando la primera visita de Cochrane, que se habia brindado á servir de guia. El camino por donde fueron era espantoso, hasta el punto que en ciertos pasos habia que agarrarse con las manos; y sin embargo nadie se presentó á defenderlo, cuando bastaba un cortísimo número de soldados para detener un ejército entero. Al llegar á una esplanada, Beauchef se paró, pidió nuevas esplicaciones á su guia, y en el momento en que iba á continuar la marcha fueron atacados los suyos por piezas de á veinte y cuatro que llenaron de inquieta sorpresa aquellos soldados nada acostumbrados al ruido formidable de la artillería. Beauchef los tranquilizó mandándoles hacer fuego sobre los artilleros y marchar derechos á las empalizadas, que franquearon á pesar de su altura, encontrándose á los pocos minutos confundidos con el enemigo. Los dos granaderos que primero llegaron al alto de los parapetos fueron heridos por las espadas de dos oficiales, que mas valientes que sus compañeros no huyeron como estos, pero pagaron con la vida un arrojo digno de mejor suerte. Estos dos oficiales eran Lafuente y el alférez Peña, secretario del comandante, jóven de grandes recursos, muy instruido y que prometia mucho.

Apoderado de la Aguada, Beauchef marchó inmediatamente sobre el fuerte de San Carlos, que le era muy importante tomar, porque le ponia en comunicacion con lord Cochrane. Los primeros tiros cojieron tan de improviso á los realistas, que creyeron que eran de sus compañeros que los tiraban por equivocacion, y llenos de cólera les reprendian; pero cuando se apercibieron de la suya, se apresuraron á salvarse poseidos de temor y sobresalto, unos por tierra y otros por mar, estos en la

embarcacion del comandante don Fausto del Hoyos. Los patriotas tiraron entonces sobre estos últimos, dirijiendo los tiros por donde se oia el ruido, causa por la cual corrió algun riesgo el almirante, que seguia en una embarcacion á corta distancia de la costa la marcha de sus intrépidos soldados.

La rapidez del movimiento de este pequeño cuerpo de ejército llenó de la mayor confusion á los realistas. Su confianza en el alcance de las baterías y en la escabrosidad de los caminos por los que se comunicaban unas con otras era tal, que, conforme Cochrane lo previó, no habian tomado ninguna disposicion de defensa. A la primera señal de alarma salieron á toda prisa de Valdivia Bobadilla, don Fausto del Hoyos y Lantaño, el primero para el fuerte de Niebla con la caballería desmontada y los dos últimos para el castillo del Corral. Estos avanzaron hasta el fuerte de San Carlos, desde el cual envió Lantaño al capitan don Fermin Quintero para que mandase las tropas destinadas á impedir el desembarque; pero por el estado de abandono en que se hallaban los soldados, estas órdenes no fueron cumplidas, y Quintero permaneció en la Aguada, donde se atrincheraron los soldados y de donde no tardaron en ser echados. Por manera que á medida que los patriotas avanzaban, huian los realistas, pasando de San Carlos á Amargos, de Amargos á Chorocamayo y finalmente al castillo del Corral, que era una fortaleza muy grande, perfectamente rodeada de fosos y en la que los menos amedrentados esperaban poderse sostener. Vana esperanza. Beauchef, para evitar que se organizasen y recobrasen, los persiguió poniéndoles la espada al pecho y con una rapidez tal que patriotas y realistas entraron en desórden en esta ciudadela,

una de las mas fuertes de la América del sur, armada con veinte cañones de á veinte y cuatro. Así terminó en pocas horas una de los campañas mas notables por la celeridad de la marcha y la importancia de los puntos tomados. A las nueve de la noche se apoderó Beauchef del fuerte de la Aguada, á las nueve y media del de San Carlos, á las diez y cuarto entró en el de Amargos, á las once y cuarto en el de Chorocamayo, por último, á la una de la madrugada llegó al Corral, no habiendo empleado en todo esto mas tiempo que el que cualquiera necesitaria para andar el mismo camino á pié. Los realistas casi no opusieron ninguna resistencia sobrecojidos al ver tanta audacia, solo pensaron en huir, los unos por mar apoderándose de las embarcaciones amarradas en la ribera, otros por tierra internándose en los espesos bosques de la ensenada de San Juan. Los que no pudieron salvarse de ninguno de los dos modos, fueron sacrificados en el Corral mismo ó hechos prisioneros, contándose en el número de los últimos muchos oficiales, entre ellos el segundo comandante de la plaza, teniente coronel don Fausto del Hoyos, á quien por una feliz casualidad el secretario del almirante don Benedicto Bené pudo arrancar de manos de unos soldados que querian asesinarle, á pesar de que estaba hacia algun tiempo bajo la salvaguardia del honor militar y era merecedor por lo tanto de todo respeto.

Cuando Cochrane supo la toma del Corral no pudo estar mas tiempo sin satisfacer una necesidad de su corazon que era ir inmediatamente á abrazar y dar la enhorabuena á los jefes que con tal acierto habian ejecutado sus órdenes y contribuido con tanto valor al buen éxito de sus admirables é injeniosas combinaciones. Nada

con efecto habia sido obra de la casualidad, sino que todo estuvo previsto y dicho antes con el instinto de un jeneral consumado. Al rayar el dia se embarcó en la goleta y dando órden al bric que la siguiese, ambos buques no tardaron en forzar el paso de Niebla, que estaba aun en poder del enemigo. De las diversas balas de cañon que les tiraron, dos tocaron al Intrépido, pero sin causarle grandes averías, lo que acabó de desmoralizar completamente los soldados y escitarlos á la desercion con un afan tan jeneral, especialmente luego que vieron que los dos buques embarcaban tropas para ir á atacarles, que á las pocas horas no quedó nadie. Santalla mismo, que con un fuerte destacamento bajaba por el rio en muchas barcas, no se atrevió á seguir adelante en el momento que por una embarcacion que encontró con fujitivos, supo la suerte que habia cabido á las fortalezas, y retrocedió á Valdivia. Luego que llegó, sus soldados y los de Bobadilla se entregaron á todos los desórdenes de la insubordinacion y casi de un motin. Unidos al pueblo bajo, devastaron los almacenes del rey, en los que habia por valor de mas de doscientos mil francos de azúcar y otros efectos recientemente comprados á un buque francés, saquearon las casas de ciertos particulares reputados por patriotas, asesinaron á Lapetegui, uno de los personajes mas influyentes de la ciudad, y cometieron en fin tales escesos que el español Marcelle, á instancias de la señorita Guardia, envió un parlamentario á lord Cochrane para que inmediatamente fuese á Valdivia á hacer cesar las horrorosas dilapidaciones á que estaba entregada la ciudad.

Cochrane se ocupaba en aquel momento en embarcar en botes cierto número de soldados para perseguir los

fujitivos hasta Valdivia. En vista de lo que le dijo el parlamentario despachó cien hombres á las órdenes del mayor Beauchef, y como la marea estaba subiendo, á las tres horas desembarcó este oficial en aquella ciudad, que encontró devastada casi del todo. Sin embargo, gracias á algunos oficiales bastante enérjicos para contener á los perturbadores, quedó intacto un almacen de la tesorería, precisamente el en que habia una veintena de cajones con plata de las iglesias de la provincia de Concepcion y entre ella algunos copones de oro incrustados de piedras preciosas, así como tambien una gran cantidad de mercaderías que los realistas no tuvieron tiempo de llevarse. Todos estos objetos fueron colocados en lugar seguro, inventariados y confiados á una guardia. Al dia siguiente llegó el almirante con el mayor Miller, y lo primero que hizo fué nombrar un gobernador civil que atendiese á la seguridad de la ciudad. Don Vicente Gomez, que tenia dadas repetidas pruebas de patriotismo y saber, fué el elejido para este cargo con gran satisfaccion de las personas sensatas, que esperaban mucho de su enerjía é influencia. Se pusieron á su disposicion algunas tropas para el servicio de la policía y para inspirar confianza á las familias meticulosas que ignorantes del objeto de la revolucion, habian marchado á los bosques, huyendo de la persecucion de los liberales. Unos cuantos dias de tranquilidad y una proclama de Cochrane bastaron para vencer todas estas preocupaciones y para que volviesen á sus hogares las familias que la política española habia conseguido estraviar.

Los resultados de esta campaña tuvieron una importancia inmensa, y sobre todo fueron muy gloriosos para el jeneral que concibió el plan y para los intelijentes ofi

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