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ciales que tan bien supieron ejecutarlo. Con efecto, en pocas horas cayó en poder de un puñado de soldados una línea de fortalezas que se consideraban inexpugnables, y que hubieran podido servir de asilo desesperado á los últimos restos del ejército español. En las fortalezas se encontraron ciento veinte cañones de bronce en buen estado, ochocientos cuarenta barriles de pólvora, ciento setenta mil cartuchos, diez mil balas de cañon casi todas de bronce, y una cantidad inmensa de provisiones de guerra y boca. Se halló igualmente el buque la Dolores, que con arreglo á las órdenes de Benavides tuvo Carrero el arrojo de quitar en el puerto de Talcahuano. Todo esto era mucho mas de lo que necesitaba el noble lord para que su corazon se entusiasmase y se escitara su ardiente ambicion. Por lo que supo en Valdivia no le quedó la menor duda de que todos los restos del ejército realista se habian retirado á Chiloe, única provincia que quedaba en poder de la monarquía, y su belicosa imajinacion le sujirió el plan de ir á desalojarlos de este último rincon, atacando las fortificaciones de San Carlos. Era esta una empresa mucho mas atrevida que Beauchef desaprobó altamente, porque su pequeño ejército contaba cuarenta hombres menos entre muertos y heridos, y porque atendido el arrojo del gobernador Quintanilla, preveia una resistencia muy distinta de la que acababan de esperimentar. Cochrane cerró los oidos á estas observaciones. La fortuna le era propicia, prefirió cansarla á dejar de seguirla y resolvió hacer la espedicion.

A esta nueva campaña no llevó Cochrane mas que ciento sesenta hombres, sin contar los marineros, pues tuvo que dejar algunos en Valdivia. Contra las esperanzas y deseos de Beauchef, que habia solicitado el mando de

estas tropas, lo obtuvo el mayor Miller, quien recibió inmediatamente la órden de embarcarlas en la Montezuma y la Dolores, únicos buques que se hallaban en estado de hacerse á la mar; pues el Intrépido, que era muy viejo y estaba muy malo, habia sido arrojado sobre un banco de arena contra el que se estrelló, y la O'Higgins tenia en reparacion casi toda su quilla. La partida tuvo lugar el 13 de febrero, y el 17 al ponerse el sol echaron el ancla en una pequeña ensenada de la bahía de Huechucucuy. Inmediatamente se presentó á impedir el desembarco una avanzada de sesenta infantes, treinta caballos y una pieza de campaña; pero una embarcacion enviada un poco delante la distrajo y pudo desembarcar el mayor Miller con algunas tropas, que obligaron á huir al enemigo, cojiéndole la pieza de campaña, única que tenia. Entonces las demas tropas bajaron á tierra sin dificultad, y en número de setenta se dirijieron contra el fuerte Aguy situado al este de la península de Lacuy, enfrente de San Carlos, y por mar á menos de tres leguas de esta capital. El camino que siguieron era malo y mal trazado, lo cual unido á la obscuridad de la noche fué causa de que avanzasen muy poco y que al fin se descarriasen. Tuvieron que esperar el dia para saber donde estaban, y cuando al amanecer vieron que no se encontraban lejos del pequeño fuerte de la Corona, lo atacaron y se hicieron dueños de él sin dificultad. Pero no sucedió lo mismo cuando llegaron al de Aguy, situado en la cima de una pequeña colina avanzada por el lado del mar haciendo la figura de un pilon de azúcar, por manera que se hallaba rodeado de numerosos precipicios y rocas escarpadas, en medio de las cuales habian abierto un camino estrecho, pendiente y formando s s, por consiguiente de

muy difícil acceso. Ademas de estas defensas naturales, tenia el fuerte doce cañones de á diez y ocho y una guarnicion de quinientos hombres entre veteranos, artilleros y milicianos, todos ellos fanatizados, ya por una adhesion sincera á la monarquía, ya por la presencia de algunos relijiosos que con un crucifijo en una mano y una lanza en la otra, esplotaban la ciega fidelidad de tantas víctimas. Y á pesar de todas las ventajas que les ofrecia la fuerza numérica y la posicion, los patriotas no titubearon en atacar y se precipitaron con el ardor que infunde una victoria recientemente ganada. Circunscrito el combate á un punto en que era imposible la fuga, fué tenaz y obstinado. Por una y otra parte se sostuvo con el mayor encarnizamiento, animados los patriotas con la bravura de su jefe el mayor Miller, y los realistas con lo fuerte de su posicion, con las exortaciones de los relijiosos y sobre todo con la obligacion en que se creian de batirse como hombres desesperados. Desgraciadamente para los patriotas, de sesenta que acometieron el asalto quedaron desde el principio treinta y ocho fuera de combate, entre ellos el intrépido Miller. El capitan Erescano, que tomó el mando, bien sabia conservarles su primer ardor, pero el número de muertos y heridos era tan grande comparativamente con la guarnicion, que fué necesario ceder y abandonar una posicion imposible de conservar. Antes de batirse en retirada clavaron algunos cañones, inutilizaron las cureñas y reunieron los heridos que pudieron salvar felizmente, á pesar de que iban por caminos malísimos y que gruesos destacamentos les persiguieron mas de dos leguas así por tierra como por mar, habiendo tenido que hacer frente al ataque (1).

(1) Sigo la version de Miller y no la de Ballesteros.

Lord Cochrane hizo mal en llevar á Miller con preferencia á Beauchef, porque sus recientes heridas no le permitian dar á sus movimientos toda la actividad y enerjía de que era capaz en sana salud y porque no conociendo aun bastante la lengua del país, no podia hacerse entender tan bien como se necesitaba. Beauchef reunia ademas la ventaja de ser muy conocido y estimado de los soldados, cuya mayor parte eran de su rejimiento y le habian dado repetidas pruebas de la gran confianza que les inspiraba. No es esto decir que hubiese conseguido mejores resultados que Miller, porque segun veremos en seguida, los Chilotes no eran hombres que se dejaban echar tan fácilmente de sus atrincheramientos, y acaso tambien lord Cochrane quiso darle una muestra de alta estima, mandándole que se quedase en el Corral, porque en atencion al número de enemigos que rodeaba este puesto, lo consideraba sumamente importante y digno de un jefe entendido y valiente.

Beauchef no quedó en efecto mas que con noventa soldados, cuando los españoles retirados á los Llanos tenian mas de quinientos. Aunque contristado por no haber podido seguir la última espedicion, tomó con empeño la tarea de organizar algo su pequeña guarnicion, ya que no podia contar con los que componian las tripulaciones, especie de marineros sin disciplina militar, procedentes de todos los paises del globo. Se hallaba ocupado en estos trabajos, cuando supo por el gobernador Gomez que los fujitivos de los Llanos, en número de quinientos, se preparaban á atacarle. La cosa era seria, porque sabia muy bien que muchas veces tras una derrota vergonzosa, el remordimiento y la humillacion misma infunden aliento al vencido y le arrastran á actos de valor y desespera

cion á la vez, para vengar la afrenta. En tan difícil posicion, recurrió á la astucia. Hizo creer que iba á salir á su encuentro con igual número de soldados, y al efecto mandó llevar cinco bueyes á Pichi para matarlos y tenerlos á disposicion de su tropa. Esta órden fué perfectamente ejecutada y obtuvo el resultado que se prometió su autor, es decir, que los españoles, asustados de sus intentos, se dirijieron al sur y pasaron el rio Bueno de Thumao echando á pique ó quemando en seguida las barcas de que se habian servido.

Esta retirada la supo Beauchef muy pronto por los espías que el gobernador Gomez tenia en los Llanos, y le contentó estraordinariamente, porque su posicion era difícil y se hubiera hecho en estremo peligrosa á tener otros jefes el ejército español; pues Montoya á su total ineptitud reunia el ser muy anciano y Bobadilla, antiguo guardia de corps, usaba de mucha dureza con el soldado sin tener ningun talento militar que compensase su gran severidad. No era mucho mayor el talento de Sevalla, hombre muy detestado de los demas oficiales, especialmente García y Narvaez, á quienes habia tratado de traidores. Por último, los oficiales en jeneral eran incapaces de sostener la reputacion adquirida por sus soldados en las guerras de la independencia española, y á su gran incapacidad debió España la pérdida de la plaza de Valdivia, indudablemente la mejor fortificada de todas las de la América del sur.

Lord Cochrane regresó al Corral á los ocho dias de su partida, y casi sin detenerse partió para Valdivia con Beauchef, á quien pensaba dejar de gobernador militar de la provincia. Un funesto pensamiento le asaltó, el de destruir las fortificaciones del puerto, en razon á que

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