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los centinelas pusieron á todo el mundo en movimiento. Creyeron al principio que se trataba de un ataque en regla, y con este temor ordenaron los oficiales una retirada sobre el cerro de Curico que domina la ciudad, y en seguida emprendieron la marcha, pero seguidos solamente de un corto número de soldados, porque los demas prefirieron continuar sus desórdenes y sus orjias en la ciudad, de la que no salieron hasta que el enemigo les obligó á hacerlo. En tales circunstancias llegó el jeneral en jefe, quien irritado en gran manera por una desobediencia que nada podia justificar, reprendió severamente á la mayor parte de los oficiales, con especialidad á los que con su indisciplina habian comprometido temerariamente la suerte de la columna, y despues viendo que no quedaba mas remedio, considerada la fuerza del enemigo, que una retirada, fué á reunirse á la segunda columna, y con ella se dirijió por el lado de San Fernando, siempre en medio de algunos desórdenes que llegaban muchas veces hasta los escesos de la inmoralidad.

Otro jeneral hubiera titubeado en continuar la campaña con soldados cuya indisciplina no ofrecia garantías de ninguna especie, pero don Manuel Blanco era demasiado pundonoroso para renunciar á su mision por difícil y desagradable que fuera; y tres dias despues volvió á emprender el camino de Talca con la esperanza de que á la vista del enemigo cesarian los desórdenes de sus soldados. A los dos dias, es decir el 21 de marzo, su pequeño ejército llegaba á Curico y su vanguardia sufria el fuego del enemigo, apostado del otro lado del rio Lontué para disputarle el paso. Algunas guerrillas bastaron para dispersarlo y hacerle retroceder primero hasta

las casas de la hacienda de Quecheregua y despues hasta mas allá del estero de Rioclaro. El jóven alférez don José Gregorio Allendes fué el que lo desalojó despues de un lijero combate, en que las pérdidas de ambas partes fueron insignificantes; y como el camino quedó espedito, el ejército continuaba con toda seguridad su marcha cuando un parlamentario del jefe enemigo, don Angel Calvo, vino á quejarse al jeneral chileno de la barbarie del oficial don Ramon Gormaz, por cuyo mandato habian cortado las orejas á los últimos prisioneros, y á amenazarle con observar por su parte la misma conducta con los que cayesen en sus manos, si se repetia semejante esceso. Todo esto no era mas que un pretesto para ponerse en comunicacion con este jeneral é intimidarle, abultando la fuerza de la division y hasta proponiéndole en nombre de su jefe un combate entre ambas partes en el terreno que elijiese. No era posible que un hombre de las ideas caballerescas de don Manuel Blanco se hiciese sordo á tal provocacion, y al aceptarla designó el llano de Quecheregua como el sitio mas conveniente para llevarla á efecto. El jeneral Blanco trasladó á él inmediatamente su pequeño ejército y estuvo una gran parte del dia esperando con impaciencia la llegada del enemigo provocador; hasta por la tarde no se apercibió de que su campeon, burlándose de lo que hay mas sagrado en el honor militar, se habia valido de una astucia para ganar á Talca sin ser inquietado. A vista de esto no le quedaba mas esperanza que la de habérselas con él en dicha ciudad, á la que se dirijió al dia siguiente, lleno de justa cólera por tan villana perfidia. Llegó cerca de Pilarco, en donde pensaba permanecer á la espectativa, pero la insubordinacion de los soldados,

y aun mas la de los oficiales, no le permitió seguir en esta idea. Con efecto, unos patriotas escapados de Talca, les hicieron creer en su orgullosa presuncion que bastaba su presencia delante de esta ciudad para desalojar al enemigo y ocuparla, de lo que era buena prueba, segun ellos, una gran polvareda que señalaban y que pretendian ser levantada por los realistas que empezaban á salir. Con esta engañosa esperanza los oficiales comprometieron á su comandante á continuar una espedicion que por otra parte lisonjeaba muy particularmente los instintos de honor y de gloria de este jefe. Prosiguiendo pues la marcha se encontró bien pronto ante las puertas de la ciudad y se colocó en batalla en los arrabales del norte. No habiendo querido rendirse Calvo, mandó que jugase la artillería y destacó diversas guerrillas para atacar al enemigo por diferentes puntos. Una de las guerrillas, la del alférez don Florentino Palacios, se apoderó de la torre del convento de San Agustin, distante solo tres cuadras de la plaza, y por medio de un bien sostenido fuego obligó al enemigo á encerrarse en la misma plaza para defenderse al abrigo de las trincheras. En este momento la ventaja estaba toda de parte de los patriotas, y es de presumir de su impetuoso ardimiento que se hubiesen hecho dueños de la ciudad, si la llegada de un cuerpo auxiliar que suponian ser realistas escapados de Talca, no hubiera obligado á don Manuel Blanco á batirse en retirada y á tomar posicion en Cancharayada para defenderse en caso de necesidad. El mismo que le dió la noticia de la aproximacion de estos auxiliares, le entregó un oficio de don Bernardo O'Higgins, en que le mandaba estar solo á la defensiva, observar al enemigo de Talca y entretenerle en esta posicion ó perse

guirlo si se movia hácia el sur; en una palabra, que se limitase á una diversion para impedir la reunion de tropas en el rio Maule. Este oficio le confirmó en la idea de retirarse sobre Cancharayada, pero con la llegada de los doscientos hombres que el valiente Lantaño llevó á Olates, este no le dió tiempo para hacer una retirada formal. El mismo dia que llegaron y sin dejarles descansar, los incorporó á la guarnicion y marchó en seguida á perseguir las tropas de Blanco. Lantaño con sus doscientos hombres protejidos por dos piezas de á cuatro estaba en el centro, teniendo á su izquierda al jeneral en jefe con la caballería y una compañía de infantería, y á su derecha á don Leandro Castillo con ochenta hombres de diferentes armas. En este órden avanzaron los realistas á paso regular y sin tirar un tiro, á pesar de que eran metrallados por los patriotas. Cuando llegaron á estar á corta distancia empezaron á disparar por hileras siempre avanzando, y á jugar los dos cañones, cuyos fuegos oblicuos causaron desde luego algun estrago y produjeron gran confusion en las filas. Al punto que Olates se apercibió de este desórden, mandó cargar á la bayoneta, y á los pocos minutos los patriotas estaban en la mas completa derrota á pesar de los esfuerzos de los oficiales Picarte, Aldunate, Allende, etc., y sobre todo del comandante en jefe, quien estuvo constantemente espuesto al fuego del enemigo, y no hubieran conseguido escaparse á no ser por el socorro que les prestó el jóven teniente de milicias don José Romo. En este desgraciado encuentro la pérdida de los realistas fué insignificante, no así la de los patriotas que fué puede decirse completa: artillería, bagajes, municiones, todo por su indisciplina y falta de esperiencia, cayó en poder de aquellos. La in

fantería que al principio del combate bajó á los honduras del rio Claro fué hecha prisionera casi toda, y solo se salvaron unos cuantos milicianos de caballería, pero en desórden tal que únicamente pudo reunirse un corto número de ellos.

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