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la dejaba quieta y la devastaba, y descuidando con esta falsa idea el ejército, que Freire tuvo que diseminar en diferentes puntos de la provincia para contener las montoneras y protejer la seguridad de los habitantes.

Con esta dispersion no podia haber unidad en el mando del ejército ni regularidad en sus movimientos. Cada pequeña division, insuficiente para resistir gran número de tropas, marchaba al combate sin ardor y sin fe, de manera que al primer choque los soldados echaban á correr, lo que producia un doble efecto moral bien diferente, pues llevaba el desaliento á los patriotas y el entusiasmo á los realistas. Estos tenian ademas la ventaja de que formaban una asociacion de intereses individuales, lo cual favorecia sus empresas, á lo que hay que agregar que su imajinacion estaba exaltada por el fanatismo relijioso que los curas sabian inspirarles. Antes de ir al combate les obligaban á confesarse y comulgar, y muchas veces á hacer una devota rogativa á la madre sacratísima de las Mercedes, patrona venerada de sus inícuas espediciones. Despues de esta ceremonia de profanacion fué cuando Pico, enviado de vanguardia por Benavides, se decidió á atacar los patriotas retirados en Pilco para cortar sus comunicaciones con las divisiones del sur. En una carta que escribió el 8 de setiembre al capitan don Julian Hermosilla le decia que su madre la vírjen de la Merced habia llevado los enemigos á aquel sitio para ponerlos á su disposicion; pero hasta el 18 no salió de Santa Juana con quinientos hombres en direccion á Yumbel. El comandante don Benjamin Viel se encontraba en esta plaza con un escuadron de granaderos á caballo. A pesar de su grande inferioridad, osó desafiar la fuerza enemiga y oponerle un puñado de valientes, que no pudo resistir

largo tiempo sus numerosos ataques. Rodeados por todas partes de infinidad de soldados y de indios, no tardaron en ser acuchillados, cojidos ó precisados á emprender la fuga. Del número de los últimos fué el comandante, quien marchó inmediatamente á reunirse al escuadron de O'Carrol.

Si en vez de arriesgar un combate, se hubiese reunido Viel á este jefe, como la prudencia aconsejaba, es probable que las dos pequeñas divisiones hubieran podido resistir á Pico, y acaso con ventaja, porque si bien inferiores en número, no lo eran en la disciplina, la cual duplica la fuerza de un ejército ordenado. Desgraciadamente no sucedió así. Viel comprometió con su animosa impaciencia su escuadron é involuntariamente el de O'Carrol, á quien tambien atacó Pico. La accion tuvo lugar en el vado del Pangal del rio de la Laja, no siendo menos vigorosa ni encarnizada que la anterior, y si los soldados de Pico consiguieron vencer, lo debieron menos á su valor que á la fortuna de ocupar una posicion ventajosa, pues el viento llevaba un humo muy espeso al lado donde estaban los patriotas. El desgraciado O'Carrol tuvo la fatalidad de caer prisionero en esta refriega. Cojido por un indio con el lazo, fué muerto á los pocos momentos, segun la bárbara costumbre de aquellos defensores de la relijion y del rey.

Estos dos cortos triunfos reanimaron mas y mas el valor de los realistas, ya muy alentado con la posicion recíproca de ambos ejércitos. Inmediatamente que los supo Benavides, salió de su campamento y marchó á combinar con Pico una nueva campaña. Toda la estensa llanura de la Laja era suya, escepto la ciudad de los Anjeles ocupada por Alcazar con algunos milicianos y

doscientos cincuenta soldados del batallon de Coquimbo, tropas indudablemente valientes y de mucha resistencia, pero en muy corto número para oponerse á un enemigo que disponia de cerca de tres mil hombres. Benavides fué de este parecer y creyó que estaba en el caso de emprender un ataque, valiéndose de la astucia. Al efecto mandó escribir una carta supuesta de Freire á Alcazar, manifestándole la necesidad de que abandonase los Anjeles lo mas pronto posible, y fuese á reunirse á él (1). La carta llegó á su destino y la firma de Freire estaba contrahecha con tal perfeccion, que solo don Gaspar Ruiz dudó de su autenticidad. A pesar de las observaciones de este se decidió la salida, y un número considerable de familias comprometidas quisieron ir en la retirada. Al llegar á orillas de la Laja frente por frente de la isla de Tarpellanca, acudió una mujer á prevenir á Alcazar que Benavides estaba en Rio-Claro y marchaba á su encuentro. Ya lo habian pasado muchos soldados, pero Alcazar les hizo volver y se estaba fortificando en dicha isla con los aparejos de las mulas, los efectos y equipajes de los emigrados, etc., cuando se presentaron los realistas y empezaron á tirar sobre los diferentes grupos. Siguióse por una y otra parte un fuego de fusilería que duró desde las dos de la tarde hasta el anochecer, hora en que un comerciante, don José Antonio Pando, se pasó á Benavides y le dijo que las municiones de los patriotas tocaban á su fin. La perfidia, consejera inseparable de este hombre sanguinario, le inspiró el proyecto de apoderarse por estratajema de aquella corta division y entregarla á la ferocidad de sus salvajes subordinados. Un

(1) Este hecho me lo contó don José María Gonzalez y me lo ha confirmado el teniente coronel don Manuel Riquelme, de los Anjeles.

tal Felipe Lavandero fué de parlamentario á proponer condiciones de paz, que Alcazar no podia rehusar en su mala posicion. Este comisionó por su parte al capitan Rios y se convino que partiria en libertad, que los oficiales quedarian prisioneros de guerra, que los soldados ingresarian en el ejército realista y por último que se respetaria la vida y los intereses de los emigrados y de los indios. Por la noche, habiendo manifestado Rios que sospechaba mala fe en Benavides, propuso Alcazar á don Gaspar Ruiz abrirse camino con la espada para dirijirse por el lado de Concepcion; pero le objetaron que esto seria sacrificar mucha jente y el gran número de mujeres y niños que seguia al ejército, con lo cual renunció á su proyecto y esperó con inquietud los resultados de la capitulacion. Al dia siguiente por la mañana, pasó Benavides á Tarpellanca con unas quince personas, y al apearse del caballo dió la mano á Alcazar, asegurándole sus buenas intenciones. Despues de algunas palabras corteses, mandó que los prisioneros pasasen el rio la Laja por el lado en que sus tropas estaban formadas en batalla. Solo quedaron en la isla al cuidado de los indios, que no tardaron en degollarlos, los enfermos y los heridos: todos los demas siguieron el ejército realista, que se dirijió hácia el oeste. A su paso por Rio-Claro, los indios separaron al cacique Huilcan de Angol, y lo sacrificaron á su cruel furor, haciendo en seguida lo mismo con todos los indios de Santa-Fe aliados de los patriotas. Tal fué el preludio de la matanza que aquellos hombres bárbaros preparaban para santificar sus atroces doctrinas. Cuando llegaron á San Cristoval, los oficiales fueron rodeados por una fila de sesenta infantes y toda la caballería en número de mas de seiscientos hombres, que tuvieron órden de no desen

sillar los caballos en toda la noche. Porque esta noche era la víspera de uno de esos dias de tempestad que desafian atrozmente á todo sentimiento humanitario. Al dia siguiente, con efecto, fueron fusilados todos los oficiales, reservando para los dos jefes Alcazar y don Gaspar Ruiz, una muerte mas cruel, pero al mismo tiempo mas gloriosa. Entregados á los salvajes que formaban parte del ejército realista, fueron hechos pedazos á lanzadas en medio de otros indios que los tenian en cierto modo acorralados. Así perecieron estos dos nobles patriotas, mas á propósito por su edad y antecedentes á inspirar respeto, que á provocar el insulto y todavía menos á merecerlo. Uno de los oficiales, el capitan Arcos, no queriendo morir á manos de estos salvajes, sacó un cuchillo del pecho, y con el coraje de la desesperacion, se atravesó el corazon en presencia de sus compañeros (1).

Así murieron casi todos los oficiales del batallon de Coquimbo, nobles militares que habian dado repetidas pruebas de su conducta digna y jenerosa, así en el campo de batalla como despues de victorias á mucha costa conseguidas. Los soldados ingresaron en las filas realistas y se vieron precisados á volver sus armas contra una patria que tan bien habian servido y á la que tantos deseos tenian de defender. Por lo que hace á los emigrados, aunque su opinion en jeneral era puramente pasiva, esto

(1) Cuando Alcazar salió de los Anjeles quisieron seguirle muchas familias y don Tomás Garcia tenia ya cargadas con sus efectos las tres únicas carretas que se encontraron; pero aquel las reclamó para llevar las municiones, etc. Con las seguridades que dió Alcazar de volver pronto, muchas familias se quedaron y fueron degolladas despues de la accion de Tarpellanca, no perdonando los indios mas que à las mujeres y á los niños, que se llevaron prisioneros. Algunas familias se escaparon escondiéndose en los bosques, donde pasaron seis dias sin mas alimento que pangue y dihueñes. Conversacion con el teniente coronel don Manuel Riquelme.

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