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El 25 de noviembre se observó en los realistas un movimiento de tropas en direccion á San Vicente. A poco destacaron una compañía, que al alcance de los fuegos de fusil de los patriotas, tomó posicion en el cerro del Morro. Freire mandó salir la caballería fuera del porton, y apenas se habia formado, la de los realistas, en número de seiscientos próximamente, ocupó el Pajonal y medanos de la puntilla. Estaba á pocas cuadras de distancia y se manifestaba indiferente á las bajas que le hacia el fuego de algunas baterías, cuando la impaciencia de Freire le decidió á atacar. Aunque podia disponer de buen número de caballos, sin embargo, poseido de ese valor personal que electriza cuanto le rodea, toma solo ochenta cazadores y los intrépidos indios de Angol y puesto á su cabeza carga á gran galope sobre la caballería, que corta por diferentes sitios. Entonces se apodera el terror de las filas enemigas, la caballería toda desordenada emprende la fuga y es perseguida mas de una legua por los patriotas, que matan ciento cincuenta soldados con mas algunos oficiales, y hacen treinta prisioneros. Los patriotas solo tuvieron siete heridos y tres muertos, entre estos el teniente coronel don Enrique Larenas, de Concepcion, á quien la fogosidad de su caballo llevó á las filas enemigas, donde fué acuchillado.

Este resultado, que hubiera sido mucho mas completo á no tener que dejar la persecucion por el mal estado de los caballos, reanimó á los patriotas entregados hacia muchos meses al mayor desaliento. Freire, con su jenio militar, vió en él el preludio de una victoria decisiva, y ordenó inmediatamente los preparativos para atacar al enemigo en su atrincheramiento. Sus tropas eran muy inferiores en número á las de Benavides, que tenia de

setecientos á ochocientos infantes y sobre quinientos caballos, pero esperaba compensar tamaña desventaja con la bravura de sus soldados y el convencimiento de su superioridad militar. Por desgracia un tiempo horroroso no le permitió salir del campamento en el siguiente dia domingo, pero al otro se puso en camino muy de mañana con la mayor parte de la guarnicion, y á mitad del dia llegó al cerro del corral, de donde pasó al de Chepe á observar la posicion y fuerza del enemigo. Cuatro cañones que puso en el cerro últimamente citado, obligaron á la infantería y parte de la caballería ocultas en el Pajonal, á mudar la posicion y situarse cerca de la Alameda bajo los fuegos de cuatro piezas volantes colocadas en el cerro de Gavilan.

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Luego que el enemigo, dice Freire, observó la marcha de nuestra infantería que con dos piezas de artillería de campaña la emprendió por el Malecon, se dirijió á impedirla con un vivo fuego de toda su infantería, y por sus costados la caballería avanzando con intrepidez entre tanto su artillería obraba contra la nuestra que pasaba por el camino entre el Pajonal y cerro de Chepe. Esta oposicion fué vencida luego que nuestra caballería pudo pasar por los flancos de la infantería que marchaba por el estrecho camino del Malecon, á cuyo efecto destiné al comandante Cruz con los cazadores de la escolta y los indios de Angol para que cargase por la derecha al enemigo y al sarjento mayor Acosta por la izquierda con los dragones de la patria, y en seguida el teniente coronel Barnachea con el escuadron de Plaza, nuevamente creado, y el sarjento mayor Manzano con la milicia de esta ciudad y Rere. Estos movimientos se hicieron tan oportuna y rápidamente que lo obligaron á huir con precipitacion.

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La carga fué tan jeneral y tan bien dirijida con la infantería en el centro y la caballería á los flancos, que casi toda la infantería enemiga cayó muerta ó hecha prisionera, contándose en esta clase todo el batallon número 1 cojido en Tarpellanca, pues solo el gritar Coquimbo bastaba para contener el brazo de sus paisanos. Muchos españoles aprovecharon este grito de salvacion para conservar una vida, que en aquellos momentos de exaltacion y de delirio no hubiera quizá perdonado la venganza. La caballería pudo salvarse en parte por la Mochita, Caracol, Nonquen y Palomares, perseguida por los patriotas, que la acuchillaron á su sabor. El comandante Cruz avanzó hasta Hualqui con la esperanza de alcanzar á Benavides, que se habia dirijido por este lado; pero habiendo llegado desgraciadamente cuando acababa de pasar el rio con unas treinta personas, tuvo que dejarle marchar con toda seguridad por la parte de Arauco. No le sucedió lo mismo á su mujer, que tomó por la del Biobio en direccion á San Pedro. No encontrando embarcacion, el instinto del miedo la hizo arrojarse al rio, y sin saber cómo, se halló en un pequeño bajo á poca distancia de la costa en compañía de muchas personas. Estaban con el agua á la cintura cuando llegaron los soldados y empezaron á tirarles, pero ellas para evitar las balas se sumerjian hasta la cabeza. Muchas fueron víctimas del furor de los soldados, pero al fin triunfó el sentimiento humanitario, y la caridad completó su victoria, ayudando á aquellas desgraciadas jentes á pasar el rio. La mujer de Benavides fué una de las que se salvaron de una muerte que por algun tiempo creyó inevitable. Muchos soldados que no la conocian, se la disputaban, pero ella prefirió al que la habia cuidado y salvado, y

por la tarde pudo escaparse marchando á casa de un amigo. A los pocos dias su marido pasó disfrazado el Biobio en frente de San Pedro, esponiendo atrevidamente su vida por ir á buscar á su mujer, que llevó por la parte de Arauco (1).

Esta victoria fué sumamente ventajosa á la patria, que solo tuvo un capitan, dos sarjentos, un tambor y ocho soldados muertos y veinte y seis heridos, mientras que el ejército de los realistas quedó destruido casi enteramente con pérdida completa de armas y bagajes. A los dos dias supo Freire el complemento de esta victoria con la relacion que le hizo el teniente coronel don Pedro Ramon de Arriaga de la ventajosa accion que acababa de sostener con el intrépido Zapata. En efecto, sabedor de que este jefe se preparaba para ir á atacarle en San Carlos, fué á esperarle en una emboscada, cerca de la capilla de Cocharca, con sus dos escuadrones de granaderos y cazadores, y al pasar el enemigo cayó de improviso sobre él y lo derrotó completamente, matándole ó hiriéndole cerca de doscientos hombres.

Zapata despues de esta derrota se retiró á Tucapel, casi en el mismo momento en que el cacique pehuenche Toreano fué á esta plaza con objeto de ver á Benavides, á quien queria conocer. A poco llegaron tambien Pico y Bocardo con casi toda la caballería derrotada en Concepcion y mas de cuatrocientos hombres de tropas de refresco que estuvieron en Santa Juana mientras la accion, y que Benavides habia dado á Pico para que fuese á incendiar las ciudades de la frontera, Talcamavida, Nacimiento, los Anjeles, etc., etc., comision que desem

(1) Cuando esta señora me contaba el suceso, temblaba de espanto. Tanta era la influencia que ejercia en sus nervios la emocion de su recuerdo.

peñó con toda la ira del amor propio burlado. Cuando dichos jefes entraron en Tucapel habian destruido nueve ciudades ó villas, y la presencia de Toreano les inspiró la idea de una junta de los demas caciques, para tratar de lo que les convenia hacer en adelante. Muchos respondieron á la invitacion de Toreano, especialmente Zapata, que tenia grande influencia sobre ellos, y despues de algunas discusiones decidieron reunírseles con todos sus indios conas. Cerca de dos mil de estos se trasladaron en efecto á Tucapel armados y montados, que con los setecientos caballos de que próximamente podia disponer Pico, se hallaron en posicion de ir á atacar á Chillan, para que sufriese la misma suerte que las demas ciudades. Pero Zapata, que tenia en dicha ciudad una casa y algunos parientes, no queriendo esponerlos á los horrores del incendio, se opuso al proyecto y entonces se contentaron con ir á apoderarse de cerca de mil caballos que pastaban en el Bajo y en Guambali.

Prieto, que mandaba la segunda division acantonada en dicha ciudad, salió al punto para hacer frente á este poderoso enemigo. Despues de muchas marchas y contra marchas se decidió á tomar la ofensiva y atacar con su caballería dividida en dos partes, una compuesta de los milicianos de San Fernando, Talca, etc., á las órdenes de don Domingo Torres, y la otra de los cazadores, húsares y algunos milicianos á las de don José María Boil. Las dos cargaron en esta disposicion cada una á su vez sobre la caballería enemiga, que las rechazó con ímpetu, pero sin hacerlos perder el órden y la regularidad de los movimientos. Entonces se limitaron á tirotearse para poder tomar aliento, y en seguida volvieron á empezar las cargas, en una de las cuales la fortuna favoreció á

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