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reducido otra vez á sus propios recursos, casi enteramente agotados con las dos espediciones anteriores. Fuéle pues necesario apelar de nuevo al patriotismo de los habitantes, acelerar la venta de los bienes secuestrados y valerse de su crédito para con los comerciantes ingleses y americanos, que se apresuraron á contribuir para la tercera espedicion segun sus facultades, porque no veian en esta guerra mas que un negocio de comercio, es decir la esplotacion de un país sumamente rico para numerosas esportaciones. Y todavía, ademas de estos mil obstáculos, la discordia se apoderó del personal de la marina. Como ya hemos dicho, la tripulacion en su mayor parte desde el marinero hasta el jefe, se componia de estranjeros, jentes que por lo jeneral no miran mas que su interés, y carecen completamente del espíritu de nacionalidad, único susceptible de grandes cosas. Cualquiera hubiese creido que eran unos nuevos condottieri de Italia ó mercenarios de la antigua Cartago, dispuestos siempre á sublevarse y prontos á irse con el que les pagara mejor. Felizmente el jefe que les mandaba, les imponia con su nombre y les inspiraba respeto y obediencia con el prestijio de su valor y de su arrojo. Lord Cochrane, en efecto, pudo introducir la disciplina en un conjunto tan heterojéneo de marineros, y aun ligarlos por medio de la especie de patronato que se atribuyó sobre ellos y mas que todo por los lazos de interés comun, móvil único de sus acciones. Respecto á esto, es necesario decir que el célebre marino favorecia de una manera particular á toda su tripulacion, y que su celo le arrastraba algunas veces á pretensiones bastante injustas. Porque se ofreció á los marinos entregarles una parte muy crecida de las presas para que se repartiese en pro

porcion á la categoría de cada uno, solicitaba cosas onerosísimas, por ejemplo que los ciento veinte cañones de bronce cojidos en Valdivia se vendiesen para distribuir su producto, como si aquellos no hubiesen sido cojidos en el país mismo y no fueran de hecho una propiedad chilena, accidentalmente en manos de una faccion ó de un enemigo. Una cosa que reclamaba igualmente y á veces con un aire de reconvencion ofensivo á las autoridades, era los sueldos atrasados de sus subordinados y ciertas presas que pretendia pertenecerles, queriendo que en esta materia rijiese la lejislacion de la marina inglesa y no la de la española, que era sin embargo la que estaba en plena observancia en el país (1). Indudablemente el gobierno no podia retardar el pago de los sueldos corrientes y atrasados á aquellos marineros, cuya mayor parte estaban atacados de una comezon de actividad que á veces no era inferior á su mala fe; pero los jefes, por lo menos, debian tener en consideracion el estado de angustia en que momentáneamente se encontraba el país de resultas de los sacrificios verdaderamente inmensos que acababan de hacer los habitantes, contribuyendo cada uno con la parte que se le repartió para armar y equipar la tercera espedicion. Tambien debieran apreciar mejor el respetable carácter de O'Higgins, que no deseaba mas que satisfacer esta deuda, estando muy lejos de su intencion retardar su pago, y mucho menos apelar al desinterés de los marinos. Hoy causarian grande admiracion las duras palabras que lord Cochrane usaba con las autoridades en semejantes ocasiones, exajerando estraordinariamente el estado lastimoso de los soldados y aun de

(1) Véase la interesante memoria de don Antonio García Reyes sobre la primera escuadra nacional, pájina 59, etc.

los oficiales, si no se supiese que un desengaño vino á contrariar en aquel momento sus bellas aspiraciones á ser jefe único de mar y tierra en esta grande espedicion.

El país que se iba en efecto á rejenerar, era el Perú, este antiguo imperio de los Incas de esclarecida y notable memoria, cuyos habitantes solo esperaban un libertador para someterse inmediatamente á su autoridad. El dictado de libertador era seductor en demasía para no despertar nuevas ideas ambiciosas en la imajinacion de Cochrane, haciéndole quizá soñar con el título de protector, convirtiendo en provecho suyo los resultados de la espedicion. Cochrane tenia todas las cualidades del hombre del destino el prestijio que deslumbra y fascina, el jenio que prevee y la audacia que consigue. Hombre de Plutarco, acaso hubiera podido representar el papel de Sforza, si otro militar no menos entendido y ambicioso, no le hubiera detenido en su brillante carrera. Este militar fué el jeneral San Martin.

Para toda persona reflexiva, San Martin era el héroe que convenia á tamaña empresa y el único merecedor de ponerse á su frente. Americano de nacimiento, profesaba la misma relijion que los que iba á libertar, tenia sus mismas costumbres, sus mismos hábitos y gozaba de mucha reputacion, no solo como jeneral, sino como hombre de gran prudencia y muy entendido. Ademas, él fué quien meditó con O'Higgins la invasion, aun antes de la restauracion de Chile, no habiendo cesado desde entonces de prepararse para ella y de hacer los mas laudables esfuerzos para conducirla á buen término. La invitacion misma hecha á Cochrane para que pasase á América, no tuvo mas objeto que el que cooperase á esta grande obra, ¿y hubiera sido razonable dejarle toda la gloria cuando

su cooperacion estaba remunerada con recompensas pecuniarias muy considerables? Sin embargo, esto fué lo que pretendió Cochrane, y lo que no consiguió de O'Higgins, á pesar de haberle amenazado formalmente con dejar el mando de la escuadra.

Estas amenazas eran sin duda muy embarazosas en momentos en que la espedicion estaba ya pronta para darse á la vela. El gobierno procuraba contemporizar por todos medios con la ridícula pretencion del almirante y satisfacer sus deseos, aunque sin prescindir un solo instante del deber de dar el mando de la espedicion al jeneral San Martin. Pero la envidia y los zelos habian penetrado en el corazon de los dos rivales, en el de Cochrane sobre todo, que mucho mas irritado, dirijia diariamente reconvenciones al gobierno, ya por la poca confianza que se tenia en él, puesto que se le ocultaban ciertos detalles de la espedicion, ya sobre sus instrucciones, etc., etc., y todo esto en un lenguaje tan impropio de un subordinado, que O'Higgins, perdiendo al fin la paciencia, pensó en el capitan Guise para ponerle al frente de la escuadra, si se veia en la necesidad de separar á Cochrane, medida sin duda violenta y que fué oríjen de mil contestaciones no menos desagradables.

Tantas y de tan diversa naturaleza fueron las contrariedades que tuvo que vencer O'Higgins para organizar la espedicion, una de las mas grandes y difíciles, y que llenó de admiracion á todo el mundo, hasta á sus enemigos mas encarnizados. La espedicion se componia de ocho buques de guerra, que formaban casi toda la escuadra chilena, y diez y seis transportes. Las tropas no llegaban á cuatro mil quinientos hombres, incluso el batallon número 2 de Chile que debia tomarse en el puerto

de Coquimbo, pero llevaban un depósito de armas y efectos de guerra para armar y equipar un ejército de quince mil soldados. Porque se esperaba mucho de las ideas de libertad que empezaban á cundir por todas las ciudades de América y que debian acabar por ganar el ejército realista, compuesto de pocos españoles y de muchos criollos, que tarde ó temprano habian de pasar adonde estaban sus paisanos.

Las tropas espedicionarias acampadas en Rancagua, Quillota, etc., emprendieron la marcha y se dirijieron á Valparaiso, donde salieron á esperarlos sus parientes y amigos y una multitud de curiosos que deseaban ver el gran movimiento del puerto y presenciar la salida de una flotilla que nunca la habia tenido igual el país. San Martin era, como le correspondia de justicia, el jefe de mar y tierra de la espedicion, y por consiguiente Cochrane iba á sus órdenes. Para mejor obrar de comun acuerdo debieran embarcarse ambos en el mismo buque, pero no estando muy bien avenidos, prefirieron ir separados, y el primero se embarcó en el navío San Martin y el segundo en la fragata O'Higgins, destinada á marchar de vanguardia.

Las tropas reunidas en Valparaiso empezaron á embarcarse en los diferentes buques el 19 de agosto de 1820. El embarque lo verificaron al sonido de sus músicas y de los repiques de campanas, en presencia del director y de sus principales ministros, que habian ido á activar la espedicion, y en medio de los mil aplausos del populacho que ocupaba en masa todo lo largo de la playa y las alturas de las colinas. El 20 por la tarde, estando ya todo el mundo á bordo, se hizo la señal de partir, y á poco rato se vió surcada la bahía de Valpa

VI. HISTORIA.

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