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esperar de España, que se hallaba sin recursos y entregada á un partido que en medio de su triunfo habia proclamado tácitamente la independencia americana, en el hecho de confesar que su reconquista era imposible. Dominado por la inquietud de su posicion y deseando á toda costa defender á Lima y los grandes intereses de sus paisanos, desoyó los consejos de un partido militar que queria ir á atacar directamente á San Martin, ó bien abandonar la capital y retirarse á las ciudades del interior. Los que esto le propusieron, pertenecian á un partido de oposicion que de algun tiempo atrás trabajaba en favor del brigadier Laserna. Habia conseguido este partido que se formase una junta directiva de guerra que ponia la voluntad del virey á merced de una mayoría sospechosa, y queriendo aquel disminuir su poder, la redujo á simplemente consultiva á pesar de las vivas reclamaciones de los interesados, con lo cual la oposicion se hizo mas audaz, mas obstinada, ganó á casi todos los oficiales del ejército acampado en Aznapuquio y acabó por la caida de Pezuela.

Cuanto mas prestijio perdia el partido realista con estos sucesos, tanto mas ganaba el de la revolucion con la habilidad de su jeneral. La táctica de San Martin era mas bien táctica de astucia y prudencia, que de provocacion. Siendo su ejército, materialmente considerado, inferior al del virey, esperaba que fuese superior á fuerza de tiempo y de paciencia, porque veia con que afan se apresuraban ciertos pueblos á aceptar su bandera y confiaba en apoderarse poco a poco del país entero, ya por la suerte de las armas, ya por la traicion. Por eso continuó la guerra de corrupcion y de escaramuzas, contentándose con llevar la alarma á las avanzadas enemigas y protejer

los desertores. Un dia sin embargo, viéndose amenazado por una fuerte division de Valdés, tuvo que abandonar su campamento de Retes é ir á fortificarse sobre el rio de Haura, decidido á aceptar el combate. Aunque en la escaramuza que trabó la vanguardia enemiga con el capitan Raulet cupo la mejor parte á este valiente patriota, Valdés continuaba su marcha, cuando el virey Pezuela, temeroso de que San Martin por medio de una diversion y valiéndose de sus buques se dirijiese sobre Ancon y de allí sobre Lima, le mandó retroceder á su campamento de Anapuquio. Esta contraórden la censuraron mucho los oficiales intelijentes del ejército realista, porque tenian grandes esperanzas en aquella espedicion, y contribuyó no poco á acelerar la caida del virey, que tuvo lugar á los ocho dias. Con efecto, el 29 de enero de 1821 se vió obligado Pezuela á renunciar su cargo y salió de Lima para retirarse á una casa de campo de la Magdalena, poniéndose Laserna á la cabeza del vireinato, tan moral como materialmente mutilado. A los pocos dias habria caido en poder de San Martin la fortaleza del Callao, para lo cual se habia puesto de acuerdo con algunos oficiales que pudo ganar.

Por entonces llegaron á diferentes puntos de América comisionados españoles encargados de llevar proposiciones de paz. El partido liberal, triunfante en aquella época en España, creyó que no era con las armas con lo que se debia atacar las nuevas repúblicas, sino con la diplomacia; y siguiendo este sistema, muy en armonía por otra parte con sus ideas y con las exijencias del siglo, envió al Perú dos personas muy entendidas para que condujesen á buen término tan importante negociacion. Una de ellas murió al atravesar el istmo de

Panamá y la otra, el capitan de fragata don Manuel Abreu, llegó á Lima, pasando antes por el campamento de San Martin, donde fué recibido con mucho interés. Sus ideas sumamente favorables á las libertades americanas, su descuidado modo de vestir y su poco tacto para los asuntos diplomáticos, le hicieron mirar desde el principio con una desconfianza, de que participó igualmente Laserna. Sin embargo, como este tenia que dar curso á la mision de Abreu, comunicó á San Martin los deseos de su gobierno de abrir nuevas negociaciones. San Martin aceptó la proposicion de Laserna, y por una y otra parte se nombraron plenipotenciarios para discutir las bases. Los de los realistas fueron don Manuel Llano y don José María Galdiano, á los que naturalmente debe agregarse don Manuel Abreu, y los de los patriotas los mismos que la otra vez, es decir, García del Rio y don Tomas Guido recien llegados de Guayaquil, adonde habian ido comisionados para cumplimentar á Escovedo, jefe principal del levantamiento de aquella ciudad. La reunion tuvo lugar en Punchanca, hacienda á cinco leguas norte de Lima.

Como sucedió la vez primera, estas reuniones no dieron ningun resultado. Por espacio de veinte dias se estuvieron haciendo esfuerzos por una y otra parte para que prevaleciesen ideas que no podian ser aceptadas de ninguna manera, y aun se dijo que unos y otros procedieron con doblez para ganar tiempo y prolongar el armisticio, que empezó con los preliminares. La dificultad de llegar á un acomodamiento hizo que los dos jefes se citasen para conferenciar, yendo acompañado San Martin de Las Heras y otros oficiales superiores y Laserna de su segundo el jeneral Lamar y de los brigadieres Canterac y Monet.

La entrevista tuvo lugar el 23 de mayo de 1821. Precedieron á las primeras conferencias las mayores demostraciones de amistad y comidas en que hubo brindis que manifestaban las mejores intenciones. San Martin propuso un sistema de gobierno muy conforme con sus opiniones particulares, que consistia en poner al frente del Perú un rey independiente sacado de la familia real de España, con una constitucion, cuyas bases fuesen publicadas provisionalmente por una junta gubernativa compuesta de tres personas, la primera nombrada por el mismo San Martin, la segunda por Laserna y la tercera por los peruanos, junta que desempeñaria el poder ejecutivo hasta la llegada del príncipe.

Atendidos los progresos de la revolucion, estas proposiciones convenian admirablemente á Laserna, como convenian á España, que tenia que contentarse con conservar en América una influencia puramente comercial. Los plenipotenciarios lo creyeron así, y tambien el virey, mas apenas volvió este á su palacio, propuso una nueva combinacion, que fué firmar un armisticio de diez y seis meses, en cuyo tiempo irian él y San Martin á España á tratar del asunto directamente con su majestad, conservando en el entretanto los patriotas el norte del Perú, que gobernarian á su manera, y los realistas todo el sur, es decir, desde el rio Chancay hasta el desierto de Atacama. San Martin no podia aceptar estas proposiciones y las rechazó para no volver á ocuparse de la materia, terminando así el armisticio, que habia durado cincuenta y dos dias, y volviendo á tomar las hostilidades su impulso homicida.

Antes de estas negociaciones juzgó conveniente San Martin enviar al sur al teniente coronel Miller con quinien

tos infantes y cien caballos bajo el mando discrecional de lord Cochrane. Dueño absoluto de la parte norte de Lima, le importaba ocupar asimismo el sur para revolucionarlo é impedir las comunicaciones de Laserna con estas provincias, y aun con Ramirez acampado en Arequipa. Lord Cochrane era entonces el blanco de una gran insubordinacion de algunos de sus oficiales, especialmente de los que en Valparaiso sufrieron los rigores de su autoridad, y de la desavenencia que produjo resultó un espíritu de contrariedad, sobre todo por parte del capitan Guise. Mandaba este la fragata Valdivia, y sus oficiales, para halagarle y sin duda tambien para mortificar el amor propio del almirante, pidieron por escrito que se mudase el nombre á dicho buque, nombre que, como hemos dicho, se le dió en memoria del glorioso hecho de armas de lord Cochrane. Este, agraviado de un proceder tan malévolo, reconvino vivamente al capitan Guise, á quien sujetó á un consejo de guerra juntamente con los oficiales que habian firmado la peticion, y todos fueron condenados, los unos á ser espulsados de la escuadra y los otros á pasar á otros buques. A los pocos dias quiso Cochrane atacar las embarcaciones del puerto y encargó esta operacion al capitan Guise, quien para obedecer exijió por condicion que habian de acompañarle todos los oficiales sentenciados; lo cual fué causa de nuevas contestaciones y de que Guise abandonase su buque, dejándolo á las órdenes de su segundo. La misma escena se repitió al dia siguiente á bordo del Galvarino, cuyo comandante John Tooker Spry dió igualmente su dimision; y los dos capitanes, acompañados de casi todos los oficiales de la Valdivia y otros muchos, se presentaron á San Martin, quien, contra lo que exijian los reglamen

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