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ducta, este proceder era injurioso en sumo grado á San Martin y aun al gobierno chileno, que por sus jenerosos esfuerzos y por el sin número de sacrificios que la espedicion le habia costado, bien merecia todos los miramientos y consideraciones de un hombre tan intelijente y distinguido como lord Cochrane. ¿Cual país, por mas favorecido que sea de la fortuna, ve en medio de una guerra desoladora, funcionar su administracion con la regularidad necesaria para atender puntualmente á todos los gastos? Mucho menos puede esperarse esto de uno colocado en la posicion de Chile, en el cual la guerra llegó á ser una especulacion mercantil con la obligacion respecto á los marineros, no solo de pagarles sus sueldos, sino de darles grandes premios y una parte en las presas. En el primer momento San Martin no pudo contener su indignacion ni dejar de manifestarla con palabras severas, que fueron causa de nuevas y vivas contestaciones; pero viendo que el enemigo se acercaba, prefirió contemporizar para no comprometer el porvenir del país.

Canterac se hallaba en efecto á corta distancia de Lima. Su ejército era bastante imponente, pero lo era mucho mas el de los patriotas, el cual se encontraba lleno de confianza y vigor. San Martin debió atacarle, y todos los intelijentes, y lord Cochrane el primero, creyeron que iba á hacerlo al verle tomar posicion en Mirones. Pero vana esperanza. El ejército español pasó á su vista sin que le molestase en lo mas mínimo, y fué á encerrarse en la fortaleza del Callao, muy dichoso de haber escapado tan bien en su imprudente espedicion. A los pocos dias salió en direccion al norte para no encontrarse con el ejército de San Martin y pasar el Rimac por Bocanegra. El jeneral en jefe del ejército, el valiente Las

Heras, recibió la comision de perseguirle, pero con órden de solo picar su retaguardia, sin comprometerse en una batalla formal. Fiel San Martin á su política de prudencia, esperaba conseguir con el tiempo lo que no podian asegurarle los azares de la guerra. Las Heras fué detras del enemigo hasta la hacienda de los Caballeros, nueve leguas de Lima; pero cansado de hacer un papel que su denuedo no le permitia soportar mas tiempo, se volvió dejando á Miller el cuidado de continuar la persecucion con ochocientos infantes, ciento veinte y cinco caballos y quinientos montaneros que puso á sus órdenes. Las instrucciones que recibió fueron igualmente de no aceptar ningun combate, pero sí molestar al enemigo, empeñar escaramuzas y sobre todo protejer las deserciones, llaga del ejército realista, á pesar de las medidas sumamente rigorosas adoptadas para reprimirlas, hasta emplear muchas veces la pena de muerte como medio de terror. En una de estas escursiones á las cordilleras se encontró el cadáver de don Francisco Sanchez, persona muy conocida en Chile por su brillante resistencia en el sitio de Chillan. No pudiendo soportar las fatigas del viaje ni los rigores del aire que se respira en las cordilleras, acababa de espirar en una de las malas chozas que hay en el camino.

Se ha censurado á San Martin el que no se aprovechase de las dificultades que tuvo Canterac para entrar y salir del Callao, dificultades que antes y despues le obligaron á dar rodeos para ejecutar sus movimientos. Lo probable es que los patriotas, que eran en mucho mayor número, hubieran podido destruir la division de Canterac y terminar una lucha, cuyos resultados, sin ser dudosos, podian retardarse aun largo tiempo; pero San Martin,

hombre conocedor é intelijente, veia elevarse delante de él un enemigo, que le llamaba la atencion casi tanto como el ejército de Laserna. Las acaloradas contestaciones que tuvo con lord Cochrane sacaron á plaza una cuestion del mayor interés. El vice-almirante, contra la profesion de fe del director O'Higgins, queria apoderarse de la fortaleza del Callao y enarbolar en ella, por un tiempo dado, la bandera de Chile: San Martin, por el contrario, que no consideraba el ejército chileno mas que como una fuerza meramente protectora, queria ponerla desde luego bajo la dependencia inmediata del gobierno peruano provisionalmente establecido; y de esta doble pretension nació una lucha de intrigas, de que fué blanco el jeneral Lamar.

Este jeneral continuaba de gobernador de dicha plaza como segundo jefe del Perú. Nacido en el país y habiendo perdido la confianza de muchos oficiales, principalmente por ciertos consejos que dió contrarios á los intereses del país cuando las reuniones de la junta consultiva de guerra, de que fué uno de los miembros mas celosos, Laserna se vió en la necesidad de conservarlo para no despertar la susceptibilidad nacional. Aunque no se habia manifestado ostensiblemente adicto al partido liberal, no era difícil conocer sus inclinaciones, y San Martin y Cochrane empezaron á trabajar cada uno por su lado, para conquistar esta alta influencia. Como debia esperarse, Lamar se decidió por quien representaba su nacion, y las puertas de la fortaleza se abrieron á San Martin, el cual envió á su amigo el coronel Guido para que tomase posesion de ella. A los pocos dias, lord Cochrane, viéndose burladó en sus esperanzas, se alejó de la costa con su escuadra en busca de las fragatas Prueba y Ven

ganza, y San Martin, luego que se quedó solo, se dedicó esclusivamente á consolidar su gobierno y organizar los diferentes ramos de la administracion.

Segun ya hemos visto, apenas era posible dar á cada uno de ellos el mecanismo y regularidad que exijian. En los momentos solemnes de perturbacion social, hay que andar á tientas y muy poco a poco para poner en ejecucion las ideas nuevas. Las reformas demasiado precipitadas son jeneralmente muy peligrosas para el porvenir de las naciones, y en tales circunstancias el hombre prudente y discreto debe contentarse con conservar la tranquilidad, y no pensar en leyes orgánicas sino despues de un maduro exámen, y luego que la razon y el discernimiento hayan estinguido las pasiones inherentes á las grandes crisis. Cuando el 12 de febrero llegó San Martin á Huara, publicó un reglamento provisional para establecer en los puntos ocupados por los patriotas un gobierno adecuado á las ideas que queria que prevaleciesen. Como era de razon, cambió las principales autoridades y ademas hizo algunas reformas, que mas afectaban á los nombres de las cosas que á las cosas mismas. El título de subdelegado lo sustituyó por el de gobernador, con iguales atribuciones poco mas o menos que las que aquel tenia. Estableció un tribunal de apelaciones para entender en los negocios de la real audiencia, menos las causas de mayor cuantía, es decir las que pasaban de quince mil pesos, cuyo conocimiento reservó á tribunales especiales que se crearian en el Perú. Para ser consecuente con sus principios liberales, aboltó la esclavitud en favor de los hijos que naciesen en lo succesivo, decretó la libertad de imprenta y casi al mismo tiempo creó una órden militar con el título de Lejion del Sol para recompen

sar el mérito así militar como civil en todas las clases de la sociedad, inclusas las señoras. Una idea que siempre tenia fija San Martin en su imajinacion era que se necesitaban dijes para contentar la vanidad de los grandes, y quiso hacer de la condecoracion el símbolo de una aristocracia hereditaria, conservando sin embargo los altos títulos de Castilla, á cuyos poseedores autorizó para que pudieran poner sus emblemas sobre las puertas de sus casas juntamente con el del sol, escudo de armas de la nueva órden.

Pero á lo que mas se dedicó fué á consolidar, modificar y cambiar lo que las circunstancias y la precipitacion no habian hecho mas que bosquejar. La administracion de la guerra sobre todo le ocupaba una gran parte del dia. Sumamente rigoroso en la visualidad y disciplina de sus soldados, queria que fuesen en lo posible hombres intelijentes y capaces de figurar con ventaja al lado de los veteranos del ejército. La lejion peruana de la guardia, formada en cuanto llegó á Lima, se presentó á poco tiempo tan brillante por el aseo y elegancia de sus diferentes uniformes, como por la precision de sus evoluciones, siendo sus jefes Brandsen, Miller y Arenales. San Martin nombró jeneral comandante de esta lejion al marques de Torre-Tagle, y es necesario decir que cometió un desacierto en elejir para cargos de esta especie personas muy respetables sin duda por su fortuna y su rango, pero poco á propósito para cuidar de la instruccion de sus batallones y sobre todo para ponerse á su cabeza en momentos de dar una carga al enemigo. En esto como en otras cosas, se ve que San Martin conocia por instinto las estravagancias del corazon humano. Para él la habilidad era su arma de batalla, y colmando de ho

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