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director, que tuvo que ir á implorar á su vez la hospitalidad del gobernador de Montevideo.

Luego que salió Pueyrredon, la direccion de la república vino á ser una ciudadela que todos los jefes ambiciosos quisieron asaltar para apropiársela. Los directores. se succedieron con una rapidez pasmosa. Rondeau, Serratea, Balcarcel, Dorrego, Soler, etc., se apoderaron á su vez de la silla de la presidencia para cederla al cabo de unas cuantas semanas á sus antagonistas, sin haber podido dejar el mas mínimo recuerdo glorioso de su administracion. Siendo impotente la guerra civil que los habia elevado, para imprimirles la fuerza moral que es la que da solidez á todo gobierno, los directores tuvieron para sostenerse que continuar las intrigas y manejos, único dique que podian oponer á sus audaces adversarios.

En medio de este flujo y reflujo, esperaba obtener don José Miguel Carrera los socorros necesarios para ir á promover en Chile las mismas metamorfosis, á que tanto contribuyó en la república arjentina. Cada nuevo director le prometia su cooperacion, pero fuese impotencia ó razones de estado que les obligase á la reserva y la inaccion, solo Sarratea le cumplió la oferta, declarándose completamente hostil al gobierno de O'Higgins, permitiéndole levantar tropas, defendiéndole de sus detractores y hasta espulsando de Buenos-Aires al ministro chileno Zañartu, á pesar de la inviolabilidad de su persona y de las vivas representaciones del cabildo de la capital.

Esta fué indudablemente la época de mayor prosperidad que tuvo don José Miguel Carrera, la que parecia prometerle un porvenir mas afortunado, porque en poco tiempo se encontró á la cabeza de una pequeña division de seiscientos cuarenta hombres, no estranjeros á su pa

tria, sino verdaderos chilenos, que Sarratea le permitió sacar de los diferentes rejimientos y cuyo núcleo lo componian principalmente los chilenos realistas cojidos en la batalla de Maypu, que O'Higgins envió á Pueyrredon. Por otra parte, el batallon número 1 que habia hecho las campañas de Chile y vuelto á la república arjentina, acababa de sublevarse en San Juan y de él esperaba poder alistar un buen número de soldados en su bandera. Por último sus amigos y partidarios de Chile se preparaban á coadyuvar á su empresa, y ya iban á alzar el grito cuando el gobierno lo supo por revelacion de un conjurado á tiempo de poder tomar la initiativa contra ellos, arrestar algunos y entregarlos al tribunal, por el que fueron confinados unos al interior de la república y desterrados otros á paises lejanos, principalmente á la costa del Choco, donde se alistaron en el ejército de Bolivar, no habiendo faltado quien como Vijil, etc., llegasen á los grados superiores de la milicia.

El alma ardiente de Carrera no se intimidó por este contratiempo. Sin perder nunca la esperanza, sin renunciar jamás á su empresa, confiando en su destino y cada vez mas dominado de ese vivo sentimiento de odio que frecuentemente forma los héroes, prosiguió su mision con la prodijiosa actividad que exijia la grande estension del terreno, nuevo teatro de sus hechos. Tan pronto en una provincia, tan pronto en otra, fomentaba en todas partes la rebelion, favorecia á los ambiciosos y contribuia á levantar como por encanto ejércitos, que un soplo bastaba para dispersar ó destruir.

Desgraciadamente olvidó en medio de algunos grandes triunfos, la prudencia y destreza que las desgracias pasadas debieran tener fijas siempre en su memoria. La

influencia que supo conquistar entre sus compañeros, llegó á darle prestijio sobre ellos. En cualquiera parte en que se presentaba ponia el peso decisivo de su voluntad y su talento en la balanza del destino del país, pero debia saber tambien que como estranjero estaba en el caso de contentarse con un papel un tanto secundario, y esto fué lo que su fogosa imajinacion no le permitió comprender, habituado á que todo se doblegase á sus miras y á su voluntad. Jefe de partido mas bien que jeneral, y enemigo del reposo lo mismo en tiempo de paz que en el de guerra, tenia necesidad de estar en contínuo movimiento, que era precisamente lo que no querian sus compañeros, los cuales cansados de la vida bulliciosa y ajitada, aspiraban á consolidar sus triunfos por medio de negociaciones. De aquí el que frecuentemente se le viese pasarse al bando de los descontentos, y asociar su pequeña division á las montoneras enemigas del director que los azares de un combate elevaban á la presidencia, malquistándose poco a poco con todos sus amigos y con á el mismo Sarratea, no mucho antes su poderoso protector, y viéndose en fin en la necesidad de refujiarse entre los indios de las Pampas. Con ellos hacia una vida casi salvaje, vistiéndose muchas veces de una manera fantástica como los héroes aventureros, cosa que les gustaba mucho, y no tardó en cautivar su afecto, entusiasmar su barbarie, marchar á su cabeza y tener la fatalidad de ser cómplice, aunque indirectamente, de las matanzas, violaciones y sacrilejios que aquellos hombres feroces cometian en las ciudades conquistadas, crímenes que á pesar de todos sus esfuerzos no le era dado impedir. Esta fué indu dablemente una de las faltas mas graves que le desaprobaron las personas de todos los partidos y que no puede

justificarse ni aun con el estado de exaltacion producido por tantas desgracias. Desde entonces su estrella solo brilló con una luz lívida. Abandonado de los pocos jefes que podian ayudarle en sus proyectos, anduvo errante por las vastas Pampas sin renunciar á la esperanza ni dejar de ajitarse, creyendo siempre en la posibilidad de reconquistar la soberanía de su país ejercida por su enemigo don Bernardo O'Higgins. No pudiendo penetrar por las cordilleras inmediatas á Mendoza por hallarse acampadas en ellas las tropas chilenas, se fué con sus ilusiones por el lado de San Juan con ánimo de entrar por la provincia de Coquimbo, donde contaba con buen número de partidarios. Pero antes quiso tentar de nuevo la fortuna, yendo á reunirse con las montoneras enemigas de Buenos-Aires. Continuaba en la persuasion de que por esta capital, es decir por la influencia y proteccion de sus jefes, podria conseguir su objeto; pero desgraciadamente para él empezó su nueva campaña con grandes reveses, lo que hizo su posicion mas y mas crítica. Esto unido á la ingratitud de todos los directores, á quienes habia ayudado á elevar con su espada, le decidió á renunciar á los auxilios estranjeros y á marchar sobre San Juan con los pocos soldados, casi todos chilenos, que se mantenian fieles á su persona. El país que tenia que atravesar, era vasto y estaba lleno de peligros. Lo franqueó no obstante sin accidentes, pero al llegar cerca de San Juan y sitio llamado el Medano, se vió detenido por una corta division mandada por el coronel Gutierrez, que habia destacado el gobernador de Mendoza. Don José Miguel Carrera no se encontraba en estado de poder hacer frente á un enemigo muy superior á él, cuanto mas que su reducido ejército estaba medio desmoralizado,

sumamente cansado y muy mal montado. Pero no podia volver atrás y huir sin emprender algo. Aceptó pues la batalla y dió al punto las órdenes para tomar la iniciativa y para que la caballería se lanzase sobre el enemigo, que la esperó á pié firme en una posicion escelente y la obligó á que se retirase. Los soldados de Carrera volvieron muchas veces á la carga, pero otras tantas fueron rechazados por los de Gutierrez, que cargándoles á su vez acabaron por derrotarlos completamente. Esta fué la última accion que dió don José Miguel Carrera y la que cortó para siempre el vuelo tempestuoso que le trazó su carácter inconstante, ambicioso y turbulento. Obligado á huir con el resto de su division, tuvo el dolor de verse vendido en medio de la noche por algunos de sus oficiales, cansados sin duda de la vida aventurera y de emociones que llevaban hacia mucho tiempo. Se ·apoderaron de él á pesar de la resistencia que hizo, y lo condujeron con las manos atadas á su implacable enemigo el gobernador Gutierrez, quien al punto lo encerró en una prision con don José María Benavente, este digno compañero de sus infortunios, el coronel Alvarez y otros muchos oficiales que permanecieron fieles á su causa. Entró en la prision el 21 de setiembre de 1821 y á los dos dias un consejo de guerra le condenó á muerte, cosa que no le cojió de sorpresa. Lo único que sentia era no estrechar su corazon con el de su desgraciada familia, y hasta tuvo el sentimiento de que no le permitiesen hablar con la suegra de su hermano don Juan José á la sazon en Mendoza, bajo el falso pretesto de que estaba en cama. Resignado pues con su desgraciada suerte, marchó al dia siguiente 24 de setiembre al lugar de la ejecucion con paso firme, sin que le conmoviesen las impresiones de la multitud

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