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sin mando, Viel y Beauchef, se colocaron al punto, el primero en la artillería y el segundo en el número 3, y gracias á algunas cargas, á algunos tiros de cañon bien dirijidos por el mayor Picarte y al fuego de los infantes, pudo contenerse aquella masa de indios y perseguirlos en seguida con intrepidez, á pesar de los peligros que ofrecia la configuracion del terreno. El coronel Viel, sobre todo, corrió un gran riesgo entonces, pero mucho mayor pocos dias despues, cuando le engañaron unos indios, que con pretesto de negociar la paz, quisieron llevarle del otro lado del rio Levu. Una mera casualidad hizo que en el momento de ir á pasarlo, retrocediese.

La division volvió á emprender la marcha, y venciendo muchas dificultades y sosteniendo algunas pequeñas escaramuzas, fué á acampar á los llanos inmediatos á Tucapel, que estaban cubiertos de una yerba muy seca. Los indios, con su destreza acostumbrada, pusieron fuego á la yerba, y á no ser por la presencia de ánimo del jeneral en jefe, que cortó el incendio mandando hacer fosos á toda prisa, su division lo hubiera pasado muy mal y acaso hubiese sido completamente derrotada. A través del espeso humo que se levantó, se veia á la masa de indios que avanzaba en órden y se preparaba para caer sobre los soldados, esperando solo un momento de gran confusion; pero los fosos no solo contuvieron el fuego, sino tambien á los indios, los cuales fueron desapiadadamente metrallados y derrotados completamente. Sin embargo, viendo Prieto que no podia obtener grandes resultados y que empezaban á escasearle los víveres, dió órden de retroceder á Concepcion, y á su paso por Arauco dejó á Picarte de comandante de esta plaza y de toda la costa.

Benavides, que se retiró al Rosal, se vió hecho el blanco de casi todo su partido. Uno de sus mayores enemigos era Carrero, á quien poco tiempo antes habia querido fusilar, y á quien perdonó la vida por la eficaz recomendacion de su prima, que le queria mucho y con quien iba á casarse. Desde sus últimas derrotas, Carrero, entonces en Puren con Marilhuan, marchó á Tucapel para poder mejor desacreditarle en el concepto de los suyos y deshacerse de él, y gracias á un ardid de Rios, arreció la desavenencia entre ambos con todo el odio de la felonía. Carrero le acusaba de que estaba de acuerdo con los patriotas, y para probarlo suplantó cartas de Rios, que, conforme á los deseos de este, cayeron en poder de los realistas. La credulidad de los indios, esplotada por la ambicion de Carrero, dió el último golpe á la autoridad de Benavides, y si gracias á su previsor talento consiguió desarmar la cólera y escapar á los tiros de aquellos (1), no dejó de conocer que su presencia en aquel país, al cual por otra parte consideraba perdido para siempre, no podia durar mucho tiempo sin esponerse á los mayores riesgos. A cada momento descubria nuevos lazos tendidos por su enemigo Carrero, ó nuevas defecciones de sus soldados, que se pasaban á los patriotas. Las familias emigradas respondian al llamamiento afectuoso de estos y abandonaban el destierro para volver á sus antiguos hogares. Un dia, yendo el alférez Arevalo á Tubul á contener la salida de estas familias y llevarlas al campamento del Rosal, lo sedujo con todos sus soldados don

(1) Entre los lienzos cojidos en los buques, habia uno en que estaban pintados unos soldados y unos turcos; y cuando los indios se acercaron á Benavides les dijo que los cugañabau, que muy pronto iban á llegar muchas tropas que le enviaba el rey, y enseñándoles la pintura les hizo creer que era aquel el uniforme que llevaban y el que debian darles à ellos.

Dionisio Aguayo, y esta pequeña division retrocedió, no para ponerse á las órdenes de Benavides, sino para atacarle y batirle, debiendo este á la casualidad el haber podido fugarse. Todo esto unido á la animosidad de los oficiales europeos y á la que le tenian los indios que le acusaban de tantas desgracias, le decidió á separarse de este teatro de discordia y á llevar su actividad y celo á un país mejor. En vez de ir á Chiloe, cuyo camino no ofrecia dificultad á pesar de que un buque estaba bloqueando el puerto de San Carlos, dirijió sus miras al Callao, prometiéndose poder incorporarse al ejército de Laserna, que estaba acampado en el interior de las cordilleras. No teniendo ningun buque á su disposicion, porque los que quedaban de los cojidos á los estranjeros habian sido quemados en Tubul inmediatamente despues de la pérdida de Arauco, se confió á su buena estrella, y se embarcó en una chalupa que habia mandado arreglar, esperando tener la misma feliz suerte que tuvo en Pico cuando hizo otro viaje en iguales circunstancias. Iban en su compañía su mujer, don Nicolas Artiga, su secretario, el alférez don José María Jaramillo, tres soldados y el jenovés don Mateo Martelli, que hacia de piloto. Aunque no grande la comitiva, la embarcacion era tan pequeña, que á los pocos dias, al llegar á la altura de Topocalma, empezaron á escasear los comestibles y á faltar completamente el agua. En tal conflicto, resolvieron acercarse á la costa para proveerse de los artículos de primera necesidad. El soldado Gonzalez fué enviado solo, yendo en una balsa hecha con los pellejos que servian para el agua. Llevaba órden de examinar la localidad y preparar los ánimos con el único objeto que les llevaba allí; pero sea que no le gustase la vida de

aventurero, sea que estuviese ganado por algunos de los que iban á bordo, como todo induce á creerlo á pesar de la dificultad que tenian para tramar un complot, lo cierto es que en cuanto saltó á tierra, fué á declarar que Benavides estaba en la embarcacion, manifestando al propio tiempo la posibilidad de apoderarse de él.

El terror que este jefe realista habia infundido en todo el país, reunió bien pronto en los alrededores muchos hacendados, dispuestos á intentar este gran golpe de mano. De acuerdo con Gonzalez, estuvieron escondidas todas estas personas en las inmediaciones de la playa, y no salieron hasta que al llegar la víctima á la primera casa, cayeron sobre ella y la sujetaron. Benavides no pudo hacer ningun jénero de résistencia, á pesar de que conocia su posicion y la desgraciada suerte que le esperaba. Atado de piés y manos, lo llevaron á Santiago en compañía de sus subalternos, y á los pocos dias fué entregado á la justicia. Convicto de los crímenes mas atroces que las leyes de la guerra ni justifican ni toleran, fué condenado á la pena de horca, y la sentencia se ejecutó el 23 de enero de 1822 en la gran plaza de la independencia. Para intimidar á las numerosas montoneras que tenian infestada la Araucania, su cabeza y miembros se pusieron á la espectacion pública en los sitios en que habia cometido sus mayores crímenes, es decir, en Concepcion, Santa Juana, Tarpellanca, etc., y su cuerpo, reducido á cenizas, fué arrojado al viento en el llano de Portales. Tal fué el destino de este hombre, que de simple criado llegó á representar el poder real en los estrechos límites de su territorio, acabando con una muerte degradante, de que la casualidad le habia salvado muchas veces despues de mil peripecias de una vida ajitada y

siempre rodeada de peligros. Su edad era entonces de cuarenta y cuatro años.

Despues de la salida de Prieto, Picarte, que habia quedado de único comandante de Arauco y toda la costa, se ocupó en poner en ejecucion, lo mejor que pudo, las instrucciones de su jeneral, reducidas á fomentar la desunion entre los indios y favorecer el regreso de los desterrados á sus hogares. Sobre todo le preocupó mucho la suerte de las monjas trinitarias, é hizo los mayores esfuerzos para reducirlas á que volviesen á Concepcion, cuyos habitantes las llamaban con el mayor ahinco.

Hacia cuatro años que faltaban de esta ciudad. Salieron con Sanchez cuando este huyó á Valdivia, y no pudiendo llegar al término de su viaje, tuvieron que volver por el lado del rio Levu y esperar allí su nuevo destino. Eran treinta con doce criadas y construyeron una gran cabaña, en la que y al final de un largo corredor estaba una hospedería servida por cinco hermanos que se habian quedado con ellas. Tenian ademas un provisor y hubo cuatro familias bastante afectuosas para vivir en su sociedad y hacerles mas llevadero su triste aislamiento y el peligro continuo en que estaban, á pesar de las recomendaciones de Benavides y de que en un principio se les puso una guardia de dos oficiales, un cabo y cuatro soldados chilotes. Su posicion era tan penosa como desgraciada. Aunque tenian hecho voto de no salir del convento, se veian en la necesidad de faltar á él para ir ya á misa, á la que asistian la mayor parte de las veces tapadas, ya á las chozas de los indios, únicos que podian suministrarles víveres en cambio de objetos que pedian prestados á sus vecinos, pues Benavides las abandonó á sus propios recursos, que eran cada dia mas esca

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