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oficiales de guardia, escepto algunos afectos al director, á los que por este motivo se les arrestó.

Noticioso O'Higgins de esta órden por el capitan Caballero, que estaba de guardia en el palacio, se llenó de irritacion, y á pié y sin vestir, se fué al cuartel del escuadron de guias de la guardia de honor, y allí interpelando á su comandante el teniente coronel Merlo, este por toda respuesta le presentó el papel que acababa de recibir, en que se le mandaba no disparar contra el pueblo y permanecer neutral en este importante debate. Poco satisfecho el director con semejante escusa, tomó el papel, lo hizo mil pedazos, degradó al comandante arrancándole las charreteras y le reemplazó con el teniente coronel don Agustin Lopez, que fué recibido con entusiasmo y á los gritos de viva O'Higgins (1).

Apaciguado este semi-motin, O'Higgins volvió al palacio, se puso sus insignias, montó á caballo, y acompañado de sus ayudantes de campo, se dirijió por el lado del convento de San Agustin, donde estaba el cuartel de los granaderos de la guardia de honor, tambien insurreccionados por su comandante el coronel don Luis Pereira. Al llegar á media cuadra del cuartel, un centinela avanzado le pidió el quien vive y le mandó hacer alto; O'Higgins sin acobardarse corre hácia él, le pregunta si ignora quien es y continuando su marcha se presenta delante de la plazuela de San Agustin, donde se hallaban reunidos y sobre las armas un centenar de granaderos. Los oficiales que estaban á la cabeza de estas tropas fueron apostrofados por el director, y como Merlo, contestaron con medias palabras, que aquel oyó con la mayor indignacion, calificándolos de traidores en se

(1) He oido decir, aunque no puedo asegurarlo, que O'Higgins repartió dinero á los soldados, antes de salir del cuartel.

guida destituyéndoles de sus grados, dió el mando de la compañía al sarjento primero, y entró con ella en el patio del cuartel, en el que estaba reunido todo el batallon con mil doscientos hombres. Inmediatamente salió á su encuentro Pereira, quien no menos turbado que los demas, procuró escusar su modo de proceder con el estado de ajitacion en que se hallaba la ciudad, y el no haberle dado parte de todo lo que habia hecho, con la falta de tiempo. Mientras daba estas esplicaciones, los soldados, como si hubiesen sido electrizados por un movimiento espontáneo de intelijencia y de respeto, prorumpieron en gritos de exaltacion en honor de O'Higgins, y se pusieron á sus órdenes, lo que tambien hizo Pereira todo avergonzado por su derrota. Los oficiales que habian sido arrestados por precaucion, entre ellos el sarjento mayor don Manuel Riquelme, fueron á ocupar inmediatamente sus puestos en el batallon, el cual se dirijió á la plaza de la independencia, donde no tardó en reunírsele el escuadron de Guias.

Aunque O'Higgins era dueño de la fuerza armada, no se atrevió á atacar al cabildo abierto y disolverlo. Entregado á todos los resentimientos de la irritacion y de la cólera, se paseaba en medio de sus soldados, á quienes tenia motivos para considerar como su guardia pretoriana, y se negó tenazmente á presentarse en la asamblea popular, sin embargo de que fué llamado á ella muchas veces y que á ruegos de la misma, le escribió Rodriguez, uno de los autores principales de todas sus desgracias, que no resistiese mas tiempo porque se esponia á algun suceso desagradable. Renovada esta súplica por Cruz y otros amigos, cedió al fin y marchó allá con su escuadron de guias, que dejó en la plazuela de la Compañía. Su alma en aquel momento estaba entregada á todas las iras del

amor propio ofendido, y sin embargo pasó tranquilo y sin decir nada por medio del pueblo para ir á tomar asiento en el lugar que le correspondia. Despues de algunos instantes de silencio dijo con tono firme pero sin arrogancia, que aunque victorioso de las tropas un momento escarriadas, no queria aprovecharse de su victoria para dispersar una asamblea, producto de una simple faccion, y que por el contrario, cansado de una direccion que de mucho tiempo atrás le molestaba, se adelantaria á sus deseos, abdicando el poder ante el congreso que iba á convocar muy pronto. Esto es lo que yo debo hacer, añadió con tono de superioridad, porque cuando la nacion me entregó estas insignias, no fué para que pasasen á manos de unos cuantos habitantes de Santiago, sin autoridad y sin mandato. Al oir estas palabras quiso hablar don Agustin Eizaguirre, pero no permitiéndoselo apenas su conmocion, se encargó de contestar don José Miguel Infante, quien lo hizo con la fogosidad democrática que el amor á la libertad le inspiraba en semejantes casos. Principió elojiando las buenas cualidades del director así como sus eminentes servicios, y habló en seguida de la necesidad de un congreso nombrado por el pueblo directamente y sin influencias de ninguna especie, puesto que el que funcionaba era ilegal á todas luces, y poco conveniente al país la constitucion que se habia permitido promulgar. En cuanto à la reunion presente, procuró demostrar su legalidad con el gran número de personas notables que la componian, autorizadas por esta circunstancia para tomar las medidas que juzgasen oportunas contra la autoridad del director.

Guardaba O'Higgins un silencio convulsivo mientras se pronunciaba este discurso; pero al oir que se le amenazaba, no pudo contener su ardiente susceptibilidad, é

interrumpió al orador, declarando con enerjía y nobleza que no reconocia por pueblo á una reunion en que no estaba ni la milésima parte de la nacion. El calor con que pronunció estas palabras intimidaron á Infante de tal modo que se quedó turbado; pero salió en su ayuda don Fernando Errazurris, uno de los mayores adversarios de la constitucion, y contestó con tanta serenidad como enerjia haciendo ver la necesidad de una abdicacion. Despues dirijiéndose al pueblo, le preguntó su parecer, y todo el mundo contestó con entusiasmo que sí.

La sala resonaba con las voces de todos los asistentes. En medio de este gran tumulto, no pudiendo conseguir O'Higgins que le oyesen, se levantó de su asiento, se adelantó al pueblo con semblante muy animado, y descubriendo el pecho dijo que si se deseaba su vida, estaba pronto á darla, pues no temia perderla en aquel momento mas que en los numerosos combates á que habia asistido. Añadió que deseoso de dejar una dignidad que tanto le fatigaba, hacia renuncia de ella para evitar si era posible con su abnegacion hecha en momentos en que aun disponia de las tropas, una guerra civil, fruto inevitable de esta clase de cambios. Acercándose en seguida á la mesa, depositó en ella la faja y el baston con ademanes que no indicaban de ninguna manera despecho, y á las voces de viva O'Higgins (1).

No podia menos de conmover un hombre que llevaba á tal punto el desinterés por evitar á su patria los horrores de una guerra civil. Todo se hizo con una moderacion y un decoro tan glorioso para el jefe que abdicaba, como

(1) Mientras hablaba se oyó un cañonazo, lo cual le intimidó mucho, porque la artillería estaba contra él. A poco recibió una carta y pidió permiso para pasar á leerla á un gabinete inmediato. Aunque su contenido era insignificante, le hizo tal impresion, que volvió á entrar en la sala manso como un cordero. Conversacion con don Miguel Infante.

para el pueblo que exijia este sacrificio. Los que estaban mas inmediatos á él, fuese por deber ó por deferencia, le preguntaron en alta voz qué clase de gobierno iba á establecer; á lo cual contestó que de ninguna manera queria mezclarse en tan importante asunto, pero que puesto que existia de hecho una junta, podria continuar (1). Entonces todo el mundo proclamó con entusiasmo los nombres de don Agustin Eizaguirre, don José Miguel Infante y don Fernando Errazuris, personas las tres, de principios, de miras muy liberales y como el diamante inatacables por ninguno de sus lados.

Tal fué el resultado de esta sesion, oríjen quizá de todas las funestas revoluciones de que tan repetidos ejemplos daban las demas repúblicas, y de que Chile ha podido librarse al cabo de algunos años, por un favor escepcional de la Providencia. Desembarazado O'Higgins de sus ocupaciones del dia, volvió al palacio acompañado de casi todas las personas, que lejos de censurar sus cualidades ni su administracion, no cesaban de elojiarle en alta voz, llamándole el padre de la patria. Es cierto que muchas de estas personas eran amigos suyos, á quienes el poder de las circunstancias habia arrastrado á la reunion, y otras muchas indiferentes, que no tenian ninguna queja de él. Por la noche fué la Junta á visitar á O'Higgins, y habiéndola hecho esperar un momento, se escusó con haber estado al lado de su hermana, que repentinamente se habia puesto enferma. Tenia esta señora una alma muy sensible, y no pudiendo conservar la serenidad en una peripecia tan inesperada, fué atacada de violentas convulsiones nerviosas, que obligaron á O'Higgins á detenerse algunos dias en Santiago, en cuyo tiempo recibió de todo el mundo, y especialmente del (1) Conversacion con don Bernardo O'Higgins.

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