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PRIMERA PARTE

CAPITULO I.

EL DOGMA DE LA MAJESTAD REAL.

Veneracion de los españoles a su rei.-Este sentimiento es fortificado por el descubrimiento de América.-El De Indiarum Jure de Solórzano Pereira. La dominacion española en América es anunciada por los profetas de Israel i por la sibila de Cúmas.—Es tambien vaticinada por los órganos del demonio en América.-Donacion del papa.Milagros que favorecieron la conquista de América.-Intervencion directa de la Vírjen i del apóstol Santiago.

I.

por

el

La sumision a los monarcas españoles fué espacio de tres siglos para los hispano-americanos una verdadera relijion.

Es sumamente fácil esplicarse el orijen de esta idea que llegó a ser un dogma i un hábito.

En la época del descubrimiento i conquista de América, i en los siglos que siguieron a tan memorables sucesos, los españoles profesaban a sus soberanos un respeto profundo, ciego, reverente.

El monarca era a sus ojos mas que un hombre. Todos ellos habrian podido decir como uno de los personajes de Lope de Vega: "Despues de Dios creemos en el rei” (1).

Consideraban al soberano como la imájen del Altísimo, como su representante en la tierra.

Habia para ellos dos majestades: una en las alturas, el creador del universo; i otra aquí abajo, el amo de las Españas i de las Indias.

Nosotros, en el siglo XIX i en la América republicana, esperimentamos repugnancia para comprender el exceso de tamaña idolatría inspirada por un simple mortal, aun cuando éste llevara una corona en la cabeza i un cetro en la mano; pero todos los documentos históricos dan testimonio de ella.

Por desgracia, este no es, ni será el único ejemplo de la flaqueza humana.

Hai pueblos que han adorado un palo, una piedra. ¿Por qué asombrarnos entonces de que otro haya tenido a su rei por un semi-dios, por una especie de alter ego del Omnipotente?

Los Césares de la antigua Roma fueron objeto de un culto semejante; mas existe una diferencia profunda entre uno i otro caso. La adoracion que los romanos tributaban a sus emperadores era puramente esterior, por decirlo así; era el homenaje del cortesano, del parasíto. La que los españoles daban a los reyes, sus señores, tenia la raíz en las conciencias; era la veneracion del creyente.

No invento, sino que relato.

Siéndome imposible demostrar demasiado prolijamente la existencia de un sentimiento tan distinto de los que en el dia conmueven nuestras al

(1) Lope de Vega, La Estrella de Sevilla, acto 2, escena 11.

mas, voi a limitarme a tres comprobantes, pero a tres comprobantes que valen por muchos.

Ellos serán sacados de tres obras maestras de la literatura española; de las cuales, la primera lleva la firma de Lope de Vega; la segunda, la de Francisco de Rójas i Zorrilla; i la tercera, la de Lupercio Leonardo de Arjensola.

Me refiero a los dramas titulados: La Estrella de Sevilla, i García del Castañar, i a la cancion: Al rei Felipe II, en la canonizacion de San Diego.

Lope de Vega ha presentado en su pieza a un valiente i honrado hidalgo sevillano, Sancho Ortiz de las Roelas, que por una órden del rei da sin piedad la muerte a su mejor amigo, de quien, en vez de agravios, habia recibido siempre solo pruebas del mas sincero afecto; al hermano de su hermosa novia, a la cual idolatraba con pasion, sacrificando así la amistad i el amor a lo que él creia ser su obligacion de leal í fiel vasallo.

Para que el sacrificio fuera todavía mayor, Sancho Ortiz de las Roelas sabía, o por lo menos sospechaba, que aquel mandato cruel tenia por causa haber el hermano protejido el honor de la hermana contra la lascivia del rei.

El público español aplaudia con entusiasmo este heroico servilismo admirando en el protagonista de la Estrella de Sevilla el modelo del buen vasallo.

Rójas se mostró todavía mas realista, si cabe, que Lope de Vega.

El personaje principal de su estraño drama es un noble de estirpe real a quien los juegos de la suerte han obligado a tomar la condicion de labrador.

Estaba casado con la mas bella i la mas virtuosa de las mujeres.

Cierta noche ve penetrar en su aposento, saltan

(

do por una ventana, a un cortesano, a quien equivocadamente tenia por el rei.

Al punto, i sin dificultad, comprende cuál es el objeto de semejante paso.

Pero sin embargo la lealtad a su rei i señor le lleva hasta el estremo de no osar castigar en él al que venia dispuesto a intentar arrebatarle el honor.

Léjos de ofenderle, se limita a rogarle con todo respeto que se retire, i le tiene con sus propias manos, para que el pretendido monarca descienda con seguridad, la escala por donde habia trepado al asalto de su honra.

Mientras tanto, García del Castañar, el mas pundonoroso de los castellanos, toma la determinacion de apuñalear a su jóven esposa, a quien ama perdidamente, i que sabe inocente, para libertarla de los agravios del rei seductor, a quien la veneracion mas profunda le ha impedido castigar.

La mujer escapa a la furia del marido como por milagro.

Mas tarde, cuando aquel tipo de fieles vasallos descubre que el ofensor es solo un igual suyo no repara en matarle a la presencia misma del rei, esclamando: "Mientras mi cabeza esté sobre mis hombros, sin que la corte el verdugo,

No he de permitir me agravie,

Del rei abajo, ninguno."

Es imposible concebir un modelo mas acabado de fanatismo al soberano.

Pues bien, esta comedia, al decir de don Eujenio de Ochoa, ha sido una de las mas populares i representadas en España (1), lo que prueba que

(1) Ochoa, Tesoro del teatro español.

tal exceso de veneracion al rei no parecia antinatural a los que la oian o leian.

¡I cómo estrañar que tal cosa sucediera cuando otro de los mas insignes poetas españoles, Lupercio Leonardo de Arjensola, so pretesto de celebrar la canonizacion de San Diego, canta, dando de manos a un asunto que solo servia de pretesto, la de Felipe II, todavía vivo, a quien asegura que la Vírjen Madre de Dios ha de ofrecerle a su muerte la misma palma que al santo de Alcántara; i que los devotos irán reverentes a implorar su intercesion con el Altísimo!

¡San Felipe II!

¿Puede llevarse a mayor estremo la veneracion de un pueblo a su soberano?

Pero no es esto todo, por mucho que sea.

Para Arjensola, Felipe II no es un individuo cualquiera de la bienaventurada milicia; es un santo entre los santos. Su proteccion debia estenderse a todo: a la paz i a la guerra, a las naves que se esponen a los peligros del océano i a las doradas espigas que se cultivan en los campos, al gobierno del estado i al gobierno de la iglesia. Su nombre debia ser invocado en medio de las tempestades i en medio de las batallas..

Hé aquí algunos de los versos a que aludo....

El poeta se está dirijiendo a Felipe II, al Demonio del Mediodía; es preciso no olvidarlo; temo que si no lo repitiera una i otra vez, muchos lectores quizá estarian tentados a ponerlo en duda.

Mas ¿de cuál de tus hechos sobrehumanos
Te darémos entónces apellido?

¿Si lucirá la espada rigurosa,

O retorcido en tu corona hermosa,
Sus hojas tenderá el olivo sacro

Por propria insignia de tu simulacro?

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