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en el acaecimiento no hai la menor duda"

(1).

Años despues, el jesuita Oliváres reprodujo la relacion de Córdoba i Figueroa, añadiéndole algunos ribetes, i reforzándola con algunas reflexiones. "Demas de la pia creencia i prudente presuncion a favor del milagro hacer gran resistencia a los indios en tan numeroso campo, compuesto de'tan alentados soldados i gobernados por cabos de mucha esperiencia, en los cuales el desaliento en la pelea i la precipitacion en la fuga debe atribuirse a causas estraordinarias i superiores, que influyen poderosamente en sus ánimos para acobardarlos, dice entre otras cosas sobre el particular, favorece tambien la piadosa opinion del milagro la conteste deposicion de innumerables prisioneros, que aseguraron no los amedrentaban al tiempo del combate los escuadrones españoles, cuyo corto número mas podia inspirar el desprecio que el terror, sino un capitan anciano de aspecto venerable i armas resplandecientes, bien cabalgado en un bruto blanco jenerosísimo que guiaba a los españoles, i a mas del estrago que hacía en los cuerpos, influia otro espanto en los ánimos mui desemejante de aquel que viene de causa ordinaria. Así lo declararon preguntados separadamente; i por eso aunque mi jenio naturalmente sospechoso de los achaques que padece la verdad profanada en las bocas del vulgo, no me inclina a que dé lijeramente asenso a estos portentos, - pues es cosa diversa que Dios pueda favorecernos, i de hecho nos favorece a veces con milagros, o que estos los vulgaricen con menoscabo de aquella veneracion relijiosa que se debe al abismo de sus ocultas disposiciones, con todo eso es para mí tan justificada la creencia de que tratamos, i tan apoyada

(1) Córdoba i Figueroa, Historia de Chile, libro 2, capítulo. 1.o

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con graves testimonios i argumentos, que me pareciera irrelijiosidad negarla o desconocerla" (1).

IV.

Apénas habían trascurrido cuatro años desde el portentoso acontecimiento que queda mencionado, cuando el cielo quiso volver a manifestar en Chile con un nuevo milagro su predileccion a las tropas del rei de España que habian acometido la conquista de este país.

Trasladémonos al 23 de abril de 1554.

El gobernador Valdivia habia perecido en Tucapel; i la ciudad de Concepcion habia sido arrasada hasta los cimientos. Toda la tierra de Arauco estaba rebelada.

Caupolican i Lautaro marchaban con sus huestes victoriosas contra la Imperial.

Estaban ya acampados a tres leguas de la ciudad,i determinados a tratarla como a la infortunada Concepcion.

Segun el poeta Ercilla, la Imperial se hallaba defendida por una mui escasa guarnicion, i desprovista de armas, de municiones, de vitualla.

La pérdida de la ciudad parecia irremediable. Los caudillos araucanos dieron la señal de la marcha contra la consternada poblacion.

Junto con principiar a ponerse en movimiento, sobrevino una espantosa tempestad de relámpagos, truenos, agua, granizo, piedras.

A lo que cuenta Ercilla en sus bien medidas octavas, Epanamon, o sea el dios de los araucanos, o mas propiamente el diablo, se presentó en medio

(1) Olivares, Historia Militar, Civil i Sagrada de Chile, libro 2, capítulo 10.

de aquel horrible trastorno de la naturaleza a sus adoradores bajo la forma de un fiero dragon de enroscada cola, envuelto en fuego, i les ordenó con ronca voz que se precipitaran sin pérdida de tiempo sobre la Imperial, donde entrarian fácilmente, i que la entregasen al cuchillo i al fuego sin dejar hombre a vida ni muro alzado.

En seguida, la atmósfera se despejó.

Al primer prodijio sucedió inmediatamente otro. Vióse venir por el firmamento en una nube una mujer cubierta de un hermoso i limpio velo, i tan resplandeciente, que en la mitad del dia la claridad del sol era delante de ella, lo que la de una estrella sería delante del sol.

La acompañaba un viejo cano i grave, un santo por las apariencias.

-Volveos a vuestra tierra, jente perdida, dice la mujer desde la nube a los araucanos con voz blanda i delicada; no lleveis la guerra a la Imperial; Dios quiere ayudar a sus cristianos para darles el imperio sobre vosotros.

La vision desapareció.

Los indios, segun el poeta, quedaron mirándose los unos a los otros como quien despierta atónito, i no se hablaban una palabra.

Inmediatamente, sin que nadie se lo mandase, tomaron el camino de su tierra, sin llevar ningun órden de marcha, lijeros como el viento; les parecia que un fuego sensible les quemaba las espaldas; i a fin de escapar a él, corrian con mayor impetu.

Aunque Ercilla no lo dice, el ardor que los araucanos aterrorizados sentian por las espaldas debian ser las lanzas de los soldados de la Imperial que habian salido en su persecucion, i los dientes de una jauría de perros de presa adiestrados en la

caza de indios que los feroces españoles llevaban consigo, i azuzaban contra ellos.

Ercilla tiene cuidado de advertir como Olivares que es mui escrupuloso para prestar asenso a milagros, pues creia que en su tiempo no eran tan frecuentes como en la edad pasada, porque habia pocos santos, i porque la lei cristiana estaba ya autorizada.

Pero agrega que el portento contado no puede ponerse en duda desde que ocurrió a presencia de tanta jente, segun se ha informado de muchos para no escribirlo inexactamente.

Temiendo que aquello pudiera atribuirse a imajinacion de poeta, afirma por último que se ha esmerado en narrar solo la verdad tal como se sabe de los bárbaros, sin adornarla con finjimientos que no caben en semejante materia (1).

Sin embargo, otro escritor contemporáneo, el capitan Mariño de Lovera, que se hallaba a la sazon en Chile, a donde Ercilla aun no habia llegado, refiere de otro modo este maravilloso suceso. "Habiéndose aprestado el campo del capitan Lautaro, cuenta, fué marchando con mucho órden hacia la ciudad Imperial, pareciéndole que la tenia ya sumerjida debajo de la tierra, diciendo algunas bravatas semejantes a las que decian los portugueses que iban con el rei don Sebastian sobre las Molucas, cantando por aquellos caminos al son de las trece mil guitarras que llevaban (si es verdadera la fama): haga Dios otra Morería, que ésta ya está rendida. I mientras ellos caminaban con este orgullo, estaban los españoles de la ciudad puestos en consulta sobre si sería acertado salir al encuentro a los lautarinos, o estarse a pié quedo en defensa de sus

(1) Ercilla, La Araucana, canto 9.

casas. I pareciendo ser mejor acuerdo el aguardar a los agresores, se pusieron en órden de pelea doscientos i cincuenta i dos hombres que se hallaron aptos para ello, entre los cuales habia muchos que habian tenido conductas, i otros caballeros de calidad i esperiencia en las cosas de consejo i armas, i en particular en este reino. I estando todos aguardando por horas a los contrarios con deseo de que llegasen para mostrarse quién era cada uno, sucedió un caso con que fué la obra bien mojada a fuerza de fuego; i fué que estando el ejército contrario cerca de la ciudad, cayó del cielo un copo de fuego, que anduvo un rato por entre los indios con no pequeña admiracion i espanto suyo; i comenzando los agoreros a adivinar dando en mil dislates i devaneos, sobrevino un animal de especie incógnita a manera de algalía, que hizo sudar mas gotas de algalía a los adivinos, viéndole zarcear entre ellos sin poderle cojer a manos; ni aun habia hombres que no las tuviesen caídas para cojerle. Con esto se dobló su temor, i cayeron en mas ansiosa perplejidad, así en acertar con el pronóstico, como en lo que dello resultaba, que era determinar si convenia retroceder desistiendo de la guerra, o pasar adelante a efectuarla. I fué tanto el miedo de los hechiceros, que lo pusieron a los demas, persuadiéndoles a que se volviesen a sus casas si no querian ser todos perdidos. Obedecieron los capitanes puntualmente i sin réplica a los hechiceros; i sin aguardar mas perentorias se volvieron en el mesmo órden que llevaban, sin otro fruto mas que el cansancio i gasto que habian hecho. Supo esto Pedro de Villagran, i salió tras ellos con cien hombres de a caballo, por ser tal el temor que llevaban metido en las médulas, que un escuadron de niñas bastaria a desbaratarlos. I alcanzándolos brevemente fué picando en

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