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todo jénero, los intereses de toda especie, las preocupaciones, los hábitos, las instituciones desempeñan en este sistema el mismo papel que en el otro los climas, los vientos, los mares, los rios, los llanos, los desiertos, los alimentos.

Si hubiéramos de prestar asenso a los defensores de esta doctrina, los descubrimientos, las batallas, los trastornos, todos los grandes acontecimientos que han modificado la condicion de los pueblos, llevándolos a la prosperidad o a la ruina, son evoluciones, luchas, triunfos de las influencias sociales, en las cuales la intervencion de los individuos es completamente nula.

La historia es así concebida como el desenvolvimiento o el choque de grandes corrientes de ideas i de intereses, jamas gobernadas por una porcion mas o ménos numerosa de personas, que serian impotentes para desviarlas de su curso.

IV.

Como se ve, cualquiera de estos dos órdenes de influencias, tales como son descritas, sería suficiente para quitar a uno o mas individuos toda direccion en la serie inalterable de los sucesos humanos. ¡Cuánto mas se la quitarán los dos reunidos!

Efectivamente, si el poder de las influencias físicas i sociales es tan irresistible como se pretende, el titulado rei de la tierra queda reducido al triste oficio de monarca holgazan, sin tener sobre los seres inferiores que le rodean otra ventaja que la de observar el inmenso movimiento que le arrastra junto con ellos.

De aquí resulta que la ponderada superioridad del hombre sobre el resto de la creacion se limita a conocer que es llevado no sabe a dónde, i sin

ninguna participacion suya, por un formidable torbellino de fuerzas estrañas.

La conciencia protesta contra una conclusion semejante.

Esa voz interior, que todos escuchamos en el fondo de nosotros mismos, i cuyo testimonio no podemos declarar engañoso sin renunciar a nuestra propia personalidad, nuestro mayor tesoro, es mas convincente que todos los raciocinios de la injeniosadialéctica, i mas elocuente que todas las suposiciones de la osada i sublime fantasía.

A pesar de cuanto se diga para intentar demostrar lo contrario, cada uno de nosotros se siente dueño de todos sus actos, al tomar cualquiera resolucion, sea la mas pequeña, o sea la mas grande.

Este es un primer hecho incontrovertible que destruye las doctrinas por las cuales se trata de presentar al hombre como irremediablemente sujeto a las fuerzas físicas i sociales.

"Yo quiero, luego soi una personalidad" es un axioma tan fundamental como el famoso "Yo pienso, luego existo."

V.

En seguida, nuestra propia esperiencia, i la observacion de lo que sucede a nuestros semejantes, nos hacen ver que si bien es cierto que las influencias de la naturaleza i de la sociedad ejercen un poderoso imperio sobre la condicion humana, tambien lo es que con frecuencia una reunion de individuos, i en ocasiones, aun individuos aislados logran dominar esas influencias, imponiéndoles una direccion.

Sería pretender negar la realidadde los hechos si desconociéramos la existencia de causas jenerales,

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físicas o morales, que imprimen amenudo a los acontecimientos un cierto carácter i una cierta marcha.

Sin duda, las peculiaridades del clima i del territorio favorecen o dificultan las acciones de los hombres; los obligan aun por largo tiempo a someterse a su yugo.

Sin duda, los antecedentes históricos, las ideas admitidas, los intereses existentes, señalan a las sociedades un camino por el cual son impulsadas a seguir de preferencia.

Dadas ciertas premisas, en la historia como en otras partes, lo lójico es que se deduzcan ciertas consecuencias.

Esto es lo que permite prever la realizacion próxima o remota de ciertos sucesos.

Sería por demas aventurado el sostener que todo se gobierna aquí abajo por el capricho individual. Aquello de que la suerte del mundo haya alguna vez dependido de la nariz de Cleopatra solo puede ser aceptado como una paradoja injeniosa.

Pero si no nos sería posible negar la existencia de las fuerzas físicas i sociales, no podemos tampoco desconocer razonablemente la poderosa iniciativa del hombre.

Ahí está la historia para demostrarlo.

A la verdad, la naturaleza es mui formidable; i el hombre, al parecer, relativamente mui débil; pero con esos dones preciosos de la intelijencia i de la voluntad, el hombre ha sabido ir poco a poco sometiendo la naturaleza a su dominio, i haciendo servir a sus planes aquello mismo que se miraba como un obstáculo.

Sería escusado detenerse a enumerar en la segunda mitad del siglo XIX las espléndidas i fructuosas victorias de la ciencia sobre la materia.

¡La imajinacion se deslumbra cuando entra a contemplar hasta dónde pueden llegar!

Pero apartemos la vista de las tinieblas de lo porvenir para fijarla en la esperiencia de lo pasado, i en la realidad de lo presente.

Se habla mucho del irresistible predominio de las fuerzas físicas sobre la condicion de las sociedades humanas.

I mientras tanto, vemos comarcas en que se han ensayado i prosperado unas en pos de otras todas las formas de asociacion i de gobierno.

I mientras tanto, vemos que en las comarcas de los antiguos aztecas e incas destinadas, segun se decia, por los accidentes físicos a servir de teatro a sociedades de estilo asiático i teocrático, se organizan sociedades en que prevalece el elemento europeo, i donde están en via de realizarse, talvez en tiempo no mui remoto, las utopias de los filósofos del viejo mundo, a ejemplo de la gran república del Norte fundada en un suelo que hace unos tres siglos solo era recorrido por tribus nómades.

Lo que se aduce contra la omnipotencia de las fuerzas físicas puede aplicarse del mismo modo a la pretendida omnipotencia de las fuerzas sociales.

En este segundo caso, como en el primero, la teoría contraria a la iniciativa humana se halla desmentida por el testimonio irrefutable de los hechos.

Así como el hombre ha logrado hacer servir para la satisfaccion de sus necesidades las fuerzas de la naturaleza, los rios, las montañas, el mar, los istmos, el vapor, la electricidad, así tambien ha sabido modificar a veces para su provecho, a veces para su desgracia, las influencias sociales.

El mundo, en mas de una ocasion, ha ofrecido el espectáculo de asociaciones sólidamente trabadas, que las creencias relijiosas consagraban, que los in

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tereses creados bajo su amparo protejian, que el hábito parecia haber hecho inconmovibles. Recuérdese la organizacion feudal.

Recuérdese la organizacion monárquica de la Francia en el siglo XVII.

Sin embargo, el hombre ha trasformado todo eso, a pesar de las creencias, de los intereses, de los hábitos; como ha distribuido los rios en canales, abierto los istmos, perforado las montañas, despreciado con el vapor las tempestades del océano, puesto los continentes en comunicacion instantánea por medio de alambres eléctricos; como ha organizado sociedades análogas, dotadas de los mismos recursos de civilizacion i de progreso, en todos los climas, bajo todas las latitudes.

A la vista de tales resultados, no puede pretenderse con fundamento que el hombre esté privado de toda participacion en la direccion de los acontecimientos.

El testimonio de la historia se une a la voz del sentimiento íntimo para negar una asercion semejante.

VI.

Indudablemente, el hombre no es un dios en la

tierra.

Por una parte, las fuerzas de la naturaleza, i por la otra, las opiniones e intereses creados por sus semejantes en la asociacion a que pertenece, cooperan o se oponen al logro de sus designios.

Tiene que sostener una porfiada lucha de todos los dias, de toda la vida, contra esas fuerzas aterradoras de la naturaleza i de la sociedad, cuando son contrarias al ideal que se ha formado.

A veces triunfa; a veces sucumbe; pero en todo

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