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cho, escribió al virrei que le exonerara de su comision, pues no conseguia otro resultado que perder el crédito con los araucanos; pero el conde de Monte Rei le ordenó que perseverase todavía por algun tiempo.

En cumplimiento de este mandato, el jesuita acompañó todavía al gobernador en una espedicion que hizo a Arauco a fines de 1605.

Cierto dia, tuvieron una conferencia con un jefe indíjena llamado don Miguel de la Imperial, a quien se dió al efecto un salvoconducto.

-Os conviene someteros, le dijo entre otras cosas el gobernador, porque cuando estais de paz, podeis gozar de vestra ropa, de vuestro ganado, de vuestra hacienda.

-La libertad es superior a todo eso, replicó el indio.

El padre Valdivia le leyó entonces la carta en que el virrei hacía tantas promesas a nombre del soberano.

-El rei, contestó el indio, despues de haber escuchado con mucha atencion, es mui bueno, i da mui buenas órdenes; pero los gobernadores i capitanes no las cumplen, i no hacen justicia..

El padre Valdivia, convencido mas i mas de que nada podia hacerse, se apresuró a obedecer el llamamiento que en aquel tiempo le hizo el conde de Monte Rei para que fuese al Perú a informarle del estado de Chile.

Cuando llegó a Lima, el conde habia muerto.

El jesuita Valdivia, a quien este desgraciado accidente quitaba la esperanza de poder realizar por entónces algo en favor de los indíjenas de Chile, se dedicó, aguardando una mejor oportunidad, a hacer imprimir varias obras que mas tarde podian servir para su conversion: un arte de la lengua

araucana, dos catecismos, un confesonario i un Vocabulario (1).

IV.

Por este tiempo, estaba trabajando en la corte de Madrid con laudable celo en defensa de los oprimidos indios don Juan de Salazar, portugues de nacion i avecindado en el Tucuman, que para conseguir el alivio de ellos habia resuelto soportarlo todo i gastar cuanto poseia.

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Desgraciadamente, sus pasos i memoriales fueron desde luego infructuosos.

Hacía meses que estaba jestionando inútilmente, cuando acerto a entrar en relaciones con el jesuita Diego de Torres, que habia ido de procurador jeneral de los relijiosos de su órden en el Perú a España i a Roma.

El padre Torres, que conocia personalmente los hechos por haber vivido algunos años en América, apreció en sumo grado la santidad de la obra del hidalgo portugues, i le alentó para procurar llevarla a cabo sin desmayar.

"Me sentí avergonzado, decia mas tarde el padre Torres aludiendo a esta entrevista, de que un hombre seglar se me hubiese adelantado en tratar esta materia importantísima al divino servicio, i no haberla emprendido por mí mismo con calor". Sin embargo, no pudo prestar a Salazar su cooperacion personal, porque tenia precision de pasar a Roma; pero, ya que esto no le fué posible, le proprocionó recomendaciones i apoyos que le ayudaron mucho en la corte.

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(1) Tribáldos de Toledo, Vista jeneral de las continuadas guerras; dificil conquista del gran reino provincias de Chile.

Dos años mas tarde, en 1604, se encontraron los dos en Panamá, volviendo el uno de España; i el otro, de Roma.

-¡Gracias a Dios! dijo Salazar al padre Torres, he gastado toda mi hacienda; pero Su Majestad se ha servido nombrar un oidor visitador para que vaya a desagraviar a los indios del Tucuman; i ha tenido a bien restablecer en Chile la audiencia para que vele por el cumplimiento de las leyes que ordenan el buen tratamiento de los indíjenas, i la abolicion del servicio personal.

Sin embargo, por distintos motivos, las dos providencias tardaron todavía en realizarse.

La audiencia de Chile no vino a instalarse hasta el 8 de setiembre de 1609.

Pero ántes de que este tribunal principiara a funcionar, ya el padre Tórres habia trabajado, i mucho, en favor de la causa cuya defensa se habia avergozado de no haber tomado empeñosamente con prioridad a Salazar.

Habiendo sido nombrado Tórres primer provincial de los jesuitas en Chile, el jeneral de la órden Claudio Aquaviva le encargó que consultase con los padres mas doctos i espertos de Lima, sí sería lícito conservar para el servicio del colejio de Santiago varios indios que con este objeto habian dado algunos devotos.

El provincial Tórres, no solo lo hizo así, sino que cuando emprendió el viaje para Chile al traves de las provincias del Perú i Tucuman, vino pidiendo su dictámen sobre la materia a los eclesiásticos graves i a los teólogos que encontró al paso.

Todos ellos opinaron que el servicio personal de los indíjenas era contrario a las leyes humanas i divinas.

Apénas llegado a Santiago, el padre Torres convocó una congregacion de los relijiosos que venia a dirijir, a los cuales, entre otras, les sometió la cuestion mencionada, poniendo en su noticia los dictámenes que habia recojido.

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Los miembros de aquella corporacion se adhirieron a la misma conclusion, declarando que era mui gravoso para la conciencia el servirse de los indios contra su voluntad i sin pagarles el' justo precio de su trabajo, con desobediencia de lo mandado por el rei.

En vista de estos antecedentes, el provincial Tórres resolvió en abril de 1608 que se recompensasen debidamente sus servicios a los indios del colejio de jesuitas de Santiago; i que solo se les retuviese en contra de su gusto hasta que se publicasen las reales cédulas que se estaban esperando acerca de esto.

"I para que se conociese cuán agradable habia sido a Nuestro Señor la disposicion del padre provincial, dice un historiador de la órden, el mismo dia que dispuso la libertad de los indios, le envió Dios caudal con que el colejio pudiese pagarles sus salarios, porque movió a un mercader llamado Juan de Sigordia, natural del reino de Navarra, a que le enviase de limosna mil i doscientos patacones, i dentro de dos meses entregó tambien su persona a la Compañía en el humilde estado de hermano coadjutor; i otro caballero vecino de Santiago, que otorgó aquel propio dia su testamento en peligro de muerte, dejó al mismo colejio un legado de seis mil pesos, enseñando a todos su Divina Majestad con estas providencias cuán a su cargo corria la recompensa de lo que por cumplir con la propia obligacion, perdia el colejio en la suelta de los indios, i en resarcirles lo que por el pasado tra

bajo de los años antecedentes pareció justo" (1).

V.

A pesar de todo, la leccion no aprovechó a la jeneralidad de los encomenderos, que censuraron amargamente el procedimiento de los jesuitas, tachándolo de demasiado meticuloso i de perjudicial para la tranquilidad pública.

Léjos de esto, cuando supieron que ya habian llegado a Lima los oidores de la nueva audiencia, i que traían el encargo de hacer respetar las reales cédulas que prohibian el servicio personal, obtuvieron del cabildo secular, que les era favorable, la reunión de una junta o asamblea a que fueron convocados los prelados de las comunidades i los principales vecinos.

En ella se resolvió enviar a España un comisionado especial para conseguir que se dejaran las cosas como estaban.

Mientras tanto, don Juan de Salazar, a lo que parece, pagó con la vida el crímen de haber abogado con tanta decisión por la causa de los indíjenas.limlag

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Aquel hidalgo, perseguido de provincia en provincia por el odio de los encomenderos, vino a buscar seguridad bajo el amparo de la audiencia recien establecida en Santiago.

Conociendo el tribunal las aptitudes i el celo de este sujeto, i agradecido quizá por los pasos que habia dado para su creacion, le nombró juez comisario para la abolicion del servicio personal en la provincia de Cuyo.

(1) Lozano, Historia de la Compañía de Jesus de la provincia del Paraguai, libro 5, capítulo 5.

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