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"Con el principio de este año de 1630, le dió don Francisco Lazo de la Vega a su gobierno. Halló al enemigo victorioso i ufano de tantas empresas, i con entera resolucion de morir para eternizar su nombre, i renovar las proezas del amor a su patria i a la libertad, que a semejanza de purísimo oro habia sido apurada, pero no estinguida en las llamas del valor español. Juzgábase este rebelde dueño de la campaña i de toda la tierra, con ánimo de bajar a la ciudad de Santiago, corte de aquel reino de Chile, donde asiste el sagrado dosel de la real audiencia. Caso es grande que llegase la altivez i arrogancia de este bárbaro a repartir entre los suyos la jente i las haciendas de nuestras ciudades, como si ya las tuvieran por despojo de sus victorias.

"Los indios de paz, que llamamos amigos, que sirven de soldados en la guerra, estaban poco firmes en la lealtad, dudosos en el intento. Pension es grande de aquella guerra, que siendo estos amigos el nervio principal de ella, tengan la estabilidad en el aire; son hijos del mismo tiempo, unos abortos de la novedad: ¡así fueran firmes como son valerosos!" (1)

Puedo suministrar pormenores completamente inéditos acerca de las inquietudes que padecieron las autoridades i vecinos de Santiago en aquel lance descrito solo de una manera mui jeneral por el cronista Tesillo.

Estamos en marzo de 1630.

Dos correos despachados sucesivamente por el presidente Lazo de la Vega, que se hallaba en la frontera, vienen a advertir a la audiencia que hai

(1) Tesillo, Guerras de Chile; causas de su duracion; advertencias para su fin, año de 1630.

datos para temer un ataque de los indios contra Santiago.

Inmediatamente, el teniente gobernador sale a situarse en la ribera del Cachapoal con toda la tropa que puede reunir.

Santiago queda sin ninguna guarnicion.

En estas circunstancias, avisos recibidos, unos en pos de otros, de la Ligua, de Quillota, de Colina, comunican que hai datos para recelar por todas partes una sublevacion jeneral de los indíjenas sometidos.

Un indio habia pronunciado unas palabras mui sospechosas.

Un negro habia proferido otras semejantes.

¿Habria alguna confabulacion entre los indios i los negros para acometer a los españoles, i para intentar apoderarse del país?

I mientras tanto, la capital del reino se hallaba enteramente indefensa.

La audiencia se componia entónces de los oidores doctor don Cristóbal de la Cerda, licenciado don Pedro Machado de Cháves, doctor don Gaspar de Narváez i Baldelomar, licenciado don Rodrigo Carvajal i Mendoza, i fiscal doctor don Jacobo de Adaro i San Martin.

El 13 de marzo de 1630, habiéndose reunido en acuerdo para deliberar acerca de tan grave materia, convinieron en tomar diversas medidas de precaucion.

El único de los oidores que no se manifestó alarmado fué don Pedro Machado de Cháves; pero debe saberse que, segun parece, éste acostumbraba llevar el contra a sus colegas.

-¡Son temores vanos! dijo.

Al siguiente dia 14 de marzo, la audiencia volvió a reunirse.

El doctor Baldelomar puso sobre la mesa cuatro memoriales.

-¿Qué significan estos papeles? preguntó el licenciado Machado.

-Son las listas de los relijiosos de armas tomar en caso necesario que hai en los conventos, dijo el doctor Baldelomar, que en secreto he pedido a los respectivos prelados conforme a lo que ayer tuvo a bien encargarme la audiencia.

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-Todos estos son puros temores que solo sirven para amedrentar la tierra i dar ánimos a los negros i los indios que tengan mala voluntad, respondió el licenciado Machado. No debemos atribuir importancia a hablillas vulgares, ni alterarnos porque un indio dijo esto, i un negro repitió aquello. Me parece mal, agregó, la dilijencia que el doctor Baldelomar ha practicado en los conventos. Yo no entendí que ayer se hubiera determinado tal cosa; i si lo hubiera entendido, lo habria contradicho, como lo contradigo ahora. Ya se verá el escándalo que esto va a producir. Lo que se está haciendo solo sirve para desautorizar al gobierno.

-Yo recuerdo perfectamente, replicó el oidor Carvajal, que se cometió al doctor Baldelomar la dilijencia que ha practicado; i entónces como ahora, me parece mui oportuno saber cuántos relijiosos hai de armas tomar para que, si es preciso, defiendan la ciudad.

El doctor Baldelomar se espresó entónces en tono grave i sentencioso, como sigue:-En tiempo de alteraciones, los que tienen mano para ello deben por obligacion prevenir los remedios. Esto es tener, no miedo, sino prudencia i buena disposicion de gobierno, pues el que tiene miedo no se acuerda de tales precauciones, sino que huye i se esconde.

-La ciudad se halla sin la correspondiente custodia, continuó Baldelomar; i mientras tanto, es indispensable defender las mujeres, las casas, i todo lo demas. Así creo que el arreglo que se ha ajustado con los relijiosos a fin de que estén apercibidos para el combate, es de la mayor importancia. Tal ha sido tambien el dictámen del ilustrísimo señor obispo i de los reverendos prelados de las comunidades.

Don Cristóbal de la Cerda se adhirió a los votos de los señores Carvajal i Baldelomar.

El contradictor don Pedro Machado de Cháves quedó, pues, el único de su opinion.

Inmediatamente se mandaron distribuir arcabuces i municiones a los frailes de los conventos.

Junto con esto, se hizo volver la mayor parte de la tropa, que estaba en Rancagua, inmediata al Cachapoal, para que viniese a guarnecer la ciudad de Santiago, dejándose solo en la ribera del rio treinta hombres encargados de guardar el paso i de vijilar al enemigo (1).

Sea que los indíjenas perdieran ánimos al ver descubierto su plan con anticipacion, sea que les impusieran el armamento de los relijiosos i las otras medidas del supremo tribunal, ello fué que se mantuvieron quietos.

Sin embargo, los vecinos de Santiago no se recobraron con facilidad del susto que habian esperimentado; e inventaron arbitrios para ponerse a cubierto de cualquiera tentativa de alzamiento.

El 30 de abril de 1630, el alcalde de la hermandad, Francisco Alvárez Berrío, pidió a la audiencia que prohibiera a los indios andar a caballo

(1) Libro de votos de la Audiencia de Santiago de Chile, acuerdos de 13 i 14 de marzo de 1630.

sin licencia de sus amos por los delitos que de otro modo cometian.

Los oidores hicieron notar que esta solicitud estaba ajustada a las leyes vijentes, que no permitian a los naturales el uso del caballo.

Apénas lo oyó el licenciado don Pedro Machado de Cháves, lo contradijo con su vehemencia acostumbrada.

-Su Majestad el Rei Nuestro Señor, i su consejo, esclamó, espiden gran número de cédulas que no proveerian si conocieran bien lo que sucede en estas apartadas rejiones; pero cuando despues son debidamente informados, agradecen a aquellos de sus ministros que no ejecutan dichas cédulas por dañosas i desaforadas, i los honran por ello. Las cédulas que se citan son mui antiguas; fueron dictadas cuando se estaba conquistando la tierra; nunca se guardaron, ni pueden guardarse. Todos los dias ordena Su Majestad que los indios sean bien tratados, sin diferencia ninguna, como sus vasallos de Castilla i de Leon, i para esto ha establecido las reales audiencias. Mientras tanto, parece que todo se hace de un modo contrario a lo mandado, destruyendo a los indios, i no dejándolos vivir ni gozar de lo que Dios ha criado para todos los hombres, i haciéndolos esclavos de la mas mala esclavitud que se ha leído, oído o visto, como es aquella de que al presente se trata, pues teniendo los indios caballos, i viviendo a tan largas distancias, que deben recorrer cuatro, cinco i seis leguas para asistir a cualquiera de sus ocupaciones, sus amos se los quieren quitar i robar a fin de que los pobres indíjenas sean mas que esclavos para acabar con esto de atraer la ira de Dios sobre nosotros.-Yo propongo, dijo en conclusion el oidor Machado, que se consulte todo es

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