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Los españoles cargados con sus armas i bagajes no podian subir i bajar por entre rocas, matorrales i despeñaderos con la ajilidad de sus enemigos, que, conociendo palmo a palmo el terreno, i habituados a tales ejercicios, podian atacarlos con suma ventaja en tan peligrosas incursiones. Para evitar en cuanto se pudiera estos inconvenientes, concluyeron por confiar lo mas duro de tales operaciones a los indios ausiliares, aunque sin eximirse por esto de la molestia i fatiga que les causaba la inspeccion personal e inmediata con que velaban por la acertada ejecucion de ellas.

Si se quiere tener una idea de la manera como se practicaba esta obra de devastacion i esterminio, véanse los términos en que la describia al rei el año de 1621 don Cristóbal de la Cerda: "Descubriéndose por delante, o por uno i otro lado, cualquiera sementera, hacía que hiciese alto el ejército, i enviaba tantos indios amigos i yanaconas, cuantos parecian necesarios para la tala, i con ellos uha compañía de arcabuceros en su resguardo; i el ejército a la mira en cuanto se hacian todas las dichas talas; i así en tres meses veinte i dos dias de parte del verano a que alcanzó mi gobierno hasta que llegó el sucesor que me envió el marques (de Montes Claros, virrei del Perú), hice talar todas las comidas i legumbres, sin desgracia alguna, de casi todos los términos de los indios de guerra; i taladas a todos, no tenian que partir con otros sino lágrimas por los daños que todos habian recibido; i así de cuantas provincias habia, todos eran mensajes de paces que me ofrecian".

Sin embargo, el gobernador Cerda se engañaba, como sus antecesores, si creia que la guerra estaba próxima a su fin; los indios mentian como siempre si era que todos ellos ofrecian la paz, i no habia

en tal aseveracion una exajeracion de Cerda para desacreditar a su sucesor, a quien acusaba pocos reglones mas abajo de haber perdido por neglijente i remiso el fruto de sus victorias contra las mieses i legumbres.

Lo que habia de cierto era que la rebelion un momento comprimida se levantaba despues igualmente formidable.

La estremada sobriedad de los araucanos, que los dejaba satisfechos con un escaso alimento, i su astucia, que les sujeria los medios de proporcionárselo, hacian insuficientes las terribles medidas de sus adversarios, que con la hoz en la mano i el arcabuz a las espaldas arrasaban periódicamente sus campiñas.

En 18 de octubre de 1656, escribia don Diego de Vibanco al rei: "La guerra ha de hacerse a fuego i a sangre, como se ha hecho hasta aquí, entrando dos veces al año con todo el ejército a campear sus tierras en tiempo que estén las sementeras en berza, i en espiga se les vayan talando, i abrasando las comidas i rancherías con que viven; con que conocidamente se irán retirando hasta que no tengan tierras en que sembrar, i viéndose faltos de bastimentos, sin poderse unos a otros favorecerse, les ha de obligar la necesidad a sujetarse, porque el hambre es el mayor enemigo, como se conocia cuando dieron las paces".

A la verdad, aquella clase de hostilidades era una de las mas rudas i eficaces que podian inventarse; pero el orgullo de los araucanos, su amor a la independencia, eran tan profundos, que jeneralmente lo soportaban todo, inclusas las mas espantosas estremidades de la escasez i miseria, i aun del hambre, ántes que rendirse.

La excesiva sobriedad a que estaban habitua

dos les facilitaba el sufrimiento de esta especie de penalidades.

Segun Vibanco, entraban en campaña sin traer consigo mas bastimentos, que una mochila de harina tostada.

"Llevan matalotaje para quince dias, dice don Alonso de Solórzano i Velasco, hijo de aquel oidor de quien he hablado en el primer volúmen, con una taleguilla de harina colgada a el lado de seis a siete libras, i un calabacillo en que deshacen dos veces a el dia una poca i la beben: bastante mantenimiento para conservar su robustez. Válense de algunas frutillas i yerbas, que no son de alimento para los nuestros, como son murtilla, marisco, piquepique, avellanas, piñones, i apénas hai yerba que haga tallos, o raíz gruesa que no coman".

Pero prescindiendo de esta estraordinaria sobriedad, eran mui capaces de sobrellevar gustosos cualquiera privacion, ántes que doblegarse a los estranjeros que pretendian imponerles la lei, la mui dura lei de la servidumbre.

El amor entrañable a su independencia salvaje podia en su corazon mas que el grito imperioso del hambre.

La privacion no los abatia, sino cuando llegaba al punto en que el sufrimiento es ya insoportable, en que faltan las fuerzas, en que se veian obligados como Ugolino a comerse sus hijos.

I todavía entónces se rendian solo momentáneamente, i mientras se les presentaba ocasion de alzarse otra vez.

IV.

Si se destruian por sistema, i con tanto rigor,

los sembrados hasta no dejar en pié ni una mashorca de maíz, a fin de que los horrores del hambre hicieran que aquellos indómitos indíjenas se sometieran, se comprenderá sin dificultad, que los conquistadores españoles, los cuales no sobresalian por la humanidad, desplegaran contra las personas de los indios alzados que caian en sus manos, una crudelísima severidad.

La guerra que se hizo a los araucanos fué espantosa, terrible, una de las mas sangrientas que rejistra la historia en sus tristes anales; "es una guerra mas caribe que la de Flándes, dice don Diego de Vibanco, como lo han declarado algunos que han militado en una i otra parte; i tratándose de esta materia, se lo oí decir a un gran soldado de Flandes don Francisco Lazo de la Vega, que por sus grandes servicios i victorias que en él dió a Vuestra Majestad es mui digno de traerlo aquí a la memoria". ¡La guerra de Arauco fué mas tremenda, que la de los Países Bajos! Esto lo dice todo.

No quiero hablar de los indios muertos, o mas bien asesinados, en las correrías i batallas; no quiero hablar de los indios a quienes se cortaban las manos i las narices para que sirviesen de escarmiento a sus compatriotas; no quiero hablar de los centenares de indios ahorcados que se dejaban pendientes de la soga en los árboles de los caminos hasta que caian al suelo putrefactos; no quiero hablar de los indios quemados o torturados con rigor inaudito. Me limitaré a citar un solo ejemplo suministrado por un testigo ocular, actor en esta desapiadada guerra, cuyo testimonio no puede ser tachado de parcialidad en favor de los indíjenas. Véanse las providencias que tomaba un señor Serrano, gobernador de Chillan, para des

cubrir los autores i cómplices de una supuesta conspiracion.

......Sin razon ni fundamento
Prendió algunos caciques principales
Con otros muchos bárbaros leales.
En ásperas prisiones los metia,
De donde uno a uno los sacaba;
Con grandes amenazas les hacía
Decir lo que jamas se imajinaba;
I a quien confesar cosa no queria
Con horrenda crueldad tormentos daba,
De las partes secretas i viriles
Colgándolos con látigos sutiles.

Al uno de los indios principales
En aquestos tormentos tan crueles,
Las binzas i los miembros jenitales
Le arrancó retorciendo los cordeles;
Sin merecer, señor, aquestos males,
Que, como tengo dicho, eran fieles.
A los demas domésticos services,
Les cortaba los piés i las narices.
Aquestas i otras hórridas crueldades,
Cual las que voi tratando aquí al presente,
Hizo mudar las firmes amistades
En aborrecimiento i odio ardiente.
Han sido tan infandas las maldades
De la española cruel i airada jente,
Que como el cielo de ellas es testigo,
Justamente al exceso envió el castigo (1).

¿No es cierto que esto horroriza?

Por vituperables que fuesen estos atentados, al cabo las víctimas eran hombres, que sabian o podian dar la muerte en caso oportuno, i que cuando a ellos les tocaba, la sufrian con serenidad; pero lo que habia abominable era que no se perdonase sexo ni edad, que se matase a las mujeres, que se matase a los niños.

(1) Alvárez de Toledo, Puren Indomito, canto 14.

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