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de restituir a los pueblos su dignidad primitiva, i de dar a conocer el funesto influjo de los gobiernos perversos sobre su carácter i costumbres, conviene observar menudamente la marcha i las operaciones de esta causa de degradacion.

Asombra ver en algunos pueblos tanta indiferencia por los intereses públicos; pero ella es el efecto de una aristocracia envejecida, i del largo uso de no influir ni indirectamente en los negocios del estado. En los mismos aristocratas se nota igualmente, que concentrados en si mismos no les hacen impresion, i aun que los alegran las injusticias i opresiones que ven sufrir a sus conciudadanos. Es cierto que la seña mas clara de estupidez es ser insensible a la iniquidad, i es mostrar una especie de locura reirse i aprobarla. El que no se inquieta con los ultrajes que reciba el mas oscuro de sus conciudadanos; el que solo piensa en si mismo, i no se turba con las vejaciones ajenas, es un estúpido que no advierte los males que tarde o temprano han de venir sobre él. Todo esto proviene de que familiarizándose los hombres con las injusticias, se acostumbran a verlas sin horror.. La justicia es la base de todas las virtudes sociales, i no es mas que el respeto i la observancia de los derechos que a cada uno le corresponden. Con todo, en el mundo es rara esta virtud tan necesaria a la felicidad pública, i sin la cual no hai libertad. Por la costumbre de ver i de sufrir injusticias se persuaden fácilmente los hombres "que siempre es mejor la razon del mas fuerte." De aquí es, que como si hubiésemos nacido trayendo en las cabezas principios bárbaros i salvajes, parece que todos llegaron a persuadirse que el débil estaba destinado por la naturaleza a ser esclavo del mas fuerte, i que

no siendo extraño que la sociedad se compusiese de opresores i oprimidos, se debia obedecer como a un enviado de los cielos, a quien tuviese la fuerza, porque ésta es el fundamento del poder. Los que solo tienen por lejítimos a los gobiernos viejos, como si tambien a los gobiernos hiciesen venerables las canas; los que no admiten derechos en los pueblos para alterar sus constituciones políticas i establecer un nuevo sistema, cuando es necesario para su prosperidad; los que califican de insurjentes a los pueblos que ponen los cimientos de su libertad; todos estos, i otros no menos absurdos modos de pensar i de ver las cosas, han nacido de la desgraciada costumbre de oir tratar como insolencias i atentados execrables a las reclamaciones mas justas de los débiles. En verdad, en los gobiernos despóticos el pueblo es siempre injusto i faccioso en sus pretensiones. Sus clamores son rebeliones sus quejas son sediciones. No le es lícito personarse ni hablar por si mismo: siempre menor de edad, han de hablar por él sus tutores, que aunque conocidos con nombres hermosos, hacen traicion a su confianza. Se creeria que los pueblos al darse a si mismos jefes i gobernantes, perdieron el derecho de pedirles cuenta de sus operaciones: estos, lo mismo que sus ajentes, se juzgan infalibles como la Divinidad. Pero confesemos, que los príncipes i gobernantes conocieron mui bien a los pueblos que mandaban, i que su proceder absurdo debia su eterna permanencia a unas ideas aun mas absurdas. Habria sido inconsecuencia oponerse a las resoluciones de un hombre a quien se miraba, con infeliz locura, como a un Dios; un hombre que, cuando intimaba sus decretos, decia: "Asi es nuestra soberana voluntad;" cuyo nombre se ponian los mandatarios sobre la cabeza cuan

do leian aquellos decretos o cédulas: un hombre que jamas dijo en sus cédulas, que era rei por la gracia i voluntad de los pueblos i de la constitucion; un hombre en fin, que siendo el tormento de los pueblos, ya por la perversidad de sus ministros, ya por el mal caletre de su esposa, era considerado como padre de los pueblos, siendo asi, que los padres alimentan a los hijos, pero este desollaba a los pueblos i les quitaba el pan de la boca, no solo para mantenerse él, sino para el fomento de un lujo i de una corrupcion imponderable.

(Del mismo.)

Sábado 6 de Noviembre,

N los pueblos esclavos es raro el mérito i los talentos. Como los empleos i las recompensas se reservan para la intriga, i se distribuyen por el capricho, mas cuenta tiene hacerse intrigante. Pocos se ocupan del bien del estado, cuando los que reparten las gracias, lo pierden de vista, i no atienden a la honradez i las fatigas de los que sirven a la patria. Las recompensas que se niegan al ciudadano que las merece, privan al estado no solo de sus servicios, sino de la actividad i talentos de todos los que le habrian imitado. No puede haber emulacion en los paises donde la medriocridad, la intriga, i el favor comprado, destruyen los derechos del méríto i de la virtud. De aqui es, que abundan en las repúblicas hombres eminentes, cuando están en el poder ejecutivo hombres ilustrados, desinteresados i sin faccion alguna ni miras pequeñas. Por esta razon, entre otras, es escaso el

mérito en las colonias, tan distantes de la metrópoli, donde reside la fuente de las gracias. El hombre de mérito mas relevante se daba por mui bien servido, si obtenia un informe en favor suyo de un virei o de un presidente, que de nada le servia. Muchos obtuvieron estas costosas recomendaciones para mitras i otros cargos, i si ellas no fueron acompañadas de remesas cuantiosas, llevaron al sepúlcro deseos i recomendaciones estériles.

Afirmemos pues jeneralmente, que nada corrompe con mas eficacia a los hombres que elevar i recompensar la bajeza i sufocar la elevacion i la grandeza del ánimo. Los hombres siempre tienen por blanco de sus acciones el honor o la fortuna; si ven que se honra i se premia el de- lito i la adulacion, se vuelven malvados i viles. De aqui es, que bajo una administracion corrompida, hai una larga cadena de corrupcion que desciende desde el docel hasta el ínfimo pueblo. Por consiguiente, esta corrupcion debe ser mayor i mas palpable en los que cercan la primera autoridad. Ello es, que las mas veces no tienen otro mérito que el de adular, diverțir i alhagar las pasiones de un déspota, i adormecerlo acerca de sus mas importantes deberes; i son jueces bien incompetentes de los talentos, del mérito, i de la virtud. Diremos que estas son jeneralidades, pero ellas han existido, i los que vivieron en los últimos reinados, son testigos de que existieron, i ellos sufrieron sus consecuencias. Un déspota siempre quiere tener cómplices, e instrumentos de sus crímenes: como vicioso desea tener cerca de su persona hombres viciosos. La conciencia de su incapacidad le haria temer ser eclipsado por un hombre de bien i de luces. Si recorriéramos la historia de los gabinetes, abundarian los déspotas. I cada déspota nece

sita tener a su lado un déspota auxiliar. En verdad, cada ministro necesitaba de muchos ministros, que debian tener a su frente a otro primer ministro, i bajo un déspota este debia ser un hombre diabólico, sin humanidad, ni equidad, i fecundo en arbitrios i proyectos destructores. Por eso se dijo en cierto tiempo: un ministro debe tener el corazon de bronce i la cara de acero. Efectivamente, él no debe compadecerse jamas de las miserias de los pueblos. Su cabeza desgraciadamente injeniosa ha de tentar i arrostrar imposibles, i hallar i descubrir cada dia nuevos recursos para satisfacer una rapacidad insaciable.

Depende de todas estas causas que donde existe el despotismo, existe tambien una cadena o una serie interminable de tiranos, de los cuales, cada uno en su esfera, hace sufrir al pueblo vejaciones i concusiones. I no es esto solo, sino que, como si no fuesen suficientes para arruinar i conducir a la desesperacion a los infelices pueblos la incapacidad i la indolencia del monarca, nunca falta una reina pródiga, i descabellada. Entonces el monarca, los ministros, i todos los ajentes de la corte obedecen i alhagan los caprichos de una cabeza débil i atolondrada, cuyos deseos ruinosos no hallan imposibles, i necesitan ministros injustos i violentos, i que solo se confien de hombres perversos, hábiles en llamar a la corte todas las riquezas del estado, i en labrar su propia fortuna.

He considerado aquellas cosas suponiendo en el trono a un príncipe incapaz e indolente; que cuando lo ocupa un Augusto, o un Tiberio, un Luis XIV. o un Felipe II. entonces son de otra especie las desgracias públicas, entónces corre mas sangre i mas lágrimas.

(Del mismo.)

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