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las mismas pasiones, siempre las mismas cualidades. Solo el hombre fue en su concepto tan débil i tan desgraciado que debia estar expuesto a embrutecerse con el calor, i a mejorar su espíritu con el frio. ¿No os reís de tan grandes desatinos? ¿Podría darse un disparatar mas desentonado? ¿La misma experiencia no os está diciendo, que toda esa influencia tan ponderada es un absurdo el mas grosero, el mas desvergonzado, el mas bribon del mundo? Claro está que si; pero si por acaso no lo entendeis bien, os lo meteré por los ojos a pesar de vuestra torpeza.

Si fuese el frio quien hace activos i pensadores a los hombres, vosotros en el invierno cortariais un pelo en el aire, i si el calor trajese la pesadez i la torpeza, en el verano seriais unos postes andando: pero yo no veo, ni vosotros vereis tales diferencias. Cuando hace frio os envolveis en el poncho, os arrimais al fuego, os engullis unos mates tras otros, i no hai santos ni demonios que os muevan del brasero. Cuando hace calor, os quitais el poncho, os poneis en mangas de camisa, os tendeis a la birlonga, i dormis unas siestas tan largas como noches, i unas noches tan largas como siestas. Para vosotros el frio i el calor son una misma cosa: vuestras pasiones, que son la desidia i el mate, del mismo modo os esclavizan en invierno que en verano. ¿No es esto así, carísimos paisanos mios? Pues lo mismo sucede en todo el mundo. A la jente desidiosa lo mismo se le dá del frio entre las nieves de Noruega, que del calor entre las abrazadas arenas de la Libia. Yo he visto pueblos laboriosos en medio de la zona torrida, bajo un calor inaguantable, i los he visto mui holgazanes en la zona templada bajo el clima mas benigno; siendo esto solo bastante para

hacerme creer, que no es el clima el que forma el carácter de los hombres, sino otra cosa que nos hiere con mas fuerza. La historia nos convence lo mismo i de un modo incontestable. Ella nos presenta unos pueblos heroicos en una época, i miserables i abatidos en otra: bajo un mismo clima, dentro de unos mismos muros los romanos fueron en un tiempo los hombres mas zelosos de su libertad, i pasados algunos años cayeron en el mayor abatimiento i en la mas degradante servidumbre. Aquellos romanos, que conquistaron todo el mundo con su valor e intrepidez, se vieron muchas veces humillados temblando de un muchacho torpe como Neron, i de otros débiles tiranos, que en otros tiempos no hubieran dominado un dia. Los fenicios, los griegos, los indios, en una palabra, todos los pueblos han tenido sus dias de gloria i sus dias de oprobio. Casi en nada se parecen los hombres de un siglo a los de otro: una jeneracion se diferencia de la que le antecede i de la que le sigue. El clima es invariable, i las costumbres siempre distintas. ¿Qué puede hacer, pues, esta diferencia? ¿Serán las aguas, o los vientos? ¿Serán los brujos, o los diablos? No Cayo amado. No hai mas clima, mas calor, mas frio, mas agua, mas viento, mas brujos, ni mas diablo que el gobierno. Este, este es el que hace a los pueblos sábios o necios, enérjicos o apáticos, débiles o fuertes, laboriosos u holgazanes, virtuosos o viciosos. De aqui es, que cuando un pueblo ha tenido un gobierno sábio, laborioso i virtuoso, todos los hombres gobernados por él han amado estas virtudes i las han imitado constantemente; pero cuando el gobierno ha sido un burro, o un sacre, los gobernados se aborrican i asacran. Esto es mui fácil de observarse en la historia: durante los

buenos gobiernos se manifiestan los pueblos dignos de la atencion del mundo, i pasados aquellos, volvieron estos a la oscuridad i al olvido. ¿No habeis oido decir a vuestros curas: cuando caput dolet, cætera membra dolent? Pues esta es la razon porque asi suceda. Ese latin dice, que cuando la cabeza anda mal, el resto del cuerpo no puede andar mui bien. El gobierno es la cabeza del pueblo, es aquella parte que dirije a todos los miembros, que somos los que obedecemos. Si la cabeza no nos sabe dirijir, claro está que dará con los pobres miembros en un precipicio de los muchos que se presentan a cada paso. Si la cabeza es una cabeza de loco, o de tonto, es preciso un gran milagro para que los miembros no hagan locuras o tonterías. En una palabra, si la cabeza está durmiendo a todas horas, los miembros no pueden estar en un contínuo movimiento; i este sueño es el verdadero calor, que hace flojos i abatidos a los hombres, asi como la vijilancia del gobierno es el verdadero frio, que hace ajitar a los súbdi

tos.

Ya ves, querido Cayo, como me hubiera yo insinuado con mis lectores para que tomasen de pe a pa la leccioncilla, i no podrás tu negar, que aunque tu estilo podia lucir mejor que el de esta carta en una academia, el mio hará mas impresion en aquellos para quienes se escribe. Por esto te ruego, que si crees que la elocuencia es el arte de hacerse entender, i de persuadir lo que se quiere, no te olvides nunca de que es preciso acomodarse al jénio i al gusto de aquellos que quieres que lean. Ten un poco de consideracion con tus lectores, i no quieras dar a los que supones ignorantes las mismas ideas i la misma comprension que tiene un sábio, o a lo menos un

hombre ilustrado. Acomodate a sus pequeñeces, i lograrás hacerlos grandes, o medianos. No dejes tampoco a tus discípulos sacar la consecuencia, que debe deducirse de tus principios, porque si alguno se toma el trabajo de pensar en lo que tu quieres, los mas no gustan de entrar en estos cuidados, i acabando de leer el papel, o de oir el sermon, vuelven la vista hácia otro lado, i se llevan con sus ojos todas sus potencias. Para evitar este inconveniente, despues de haber desmentido la opinion de los Montesquieus, i de haber sentado la de que el gobierno es quien solo puede influir en las costumbres que forman el carácter de los hombres, debiais haber descendido a nuestros negocios particulares, i exponiendo nuestros vicios te podias haber ocupado un rato en describirnos el remedio. Sin esto, todo lo demas es una baratija, unà charla estéril, una miserable teoría, nada nos da, i nos quita el tiempo que podiamos emplear en una docena de mates. Mas ya que tu no has querido hacerlo asi, déjame que yo te diga como lo hubiera desempeñado.

que

En primer lugar habria dibujado con un carbon bien negro el cuadro de nuestras costumbres, la indolencia, la socarroneria, el orgullo, el interes, la envidia, la adulacion, el abatimiento, la bambolla, i todo esto, sobre un gran campo de ignorancia i presuncion, nos daría una pintura fiel de nuestros vicios. El patriotismo debia aparecer despues en el cuadro todo entumido i como avergonzado, sin atreverse a acercarse a ningun lado: de todas partes lo desechan, i él no encuentra sino enemigos en cuantos le rodean. Yo me hubiera empeñado por divertir a mis lectores haciéndoles ver la lucha del pobre patriotismo con tantos enemigos: si se acerca a la

indolencia i quiere darle actividad, se vence con sus mismos esfuerzos i luego cae en el abatimiento: allí le acomete la adulacion con palabras mui dulces i lisonjeras; el orgullo le amenaza con un tono imponente; la envidia le muerde con crueldad, la socarronéria le exaspera, el interes le propone mil viles ventajas, la ignorancia le envuelve en sus tinieblas, i la presuncion le ofusca los sentidos. Asi debia aparecer el patriotismo mui flaco i maltratado, sostenido sobre unas robustas muletas, lleno de parches i bragueros; asi como un valiente soldado que ha sostenido solo una guerra contra muchos enemigos.

Despues de esto pedia el retrato infernal una explicacion, que podia hacerse sobre poco mas o menos asi. De todos los pueblos que han hecho voto del patriotismo, ninguno ha adelantado menos que el nuestro; porque esta virtud social no puede amasarse bien con los feisimos vicios que forman nuestro carácter. Queremos que el patriotismo fomente nuestras pasiones bajas, que nos sirva de impunidad para cometer todos los crímenes, que nos autorize para destruir la misma patria; i este es un desatino mui gordo, i una cosa que no puede suceder, aunque hagamos pacto con el diablo. De esta suerte, sobre ser tan viciosos como somos, nos haremos los hombres mas desgraciados, i donde quiera que vayamos, iremos arrastrando la ignominia i el odio de todos los hombres sensatos. Mas ya veo que exasperados los lectores deben preguntarme: ¿i qué remedio, señor crítico, para curar estos males? Aquí viene la aplicacion de tu razgo sobre la influencia del clima. Debias responder: el gobierno, señores mios, el gobierno. ¿I qué tiene que hacer el gobierno? Os lo diré: vamos despacio.

El gobierno debe conocer los vicios de los pueblos,

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