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blicanas durante el largo espacio de mil trescientos años.

Estos documentos que nos presenta la experiencia de los siglos nos hacen ver, que las repúblicas solo pueden florecer por las virtudes de los ciudadanos, i que es el mayor error pretender el establecimiento de un gobierno republicano en un pueblo vicioso i corrompido. La Francia nos acaba de convencer con el último ejemplar, que tenemos de esta especie. En ninguna parte se presentó el jénio de reforma con un aparato mas grande ni mas terrible; pero al mismo tiempo era injusto i sangninario. La destruccion de la patria se equivocaba a cada paso con el amor a la libertad. La licencia, la irrelijion, el desenfreno, i la torpeza, se queria que supliesen por todas las virtudes. Asi fué, que apenas los franceses habian salido de la opresion de los Borbones a costa de mas de dos millones de víctimas humanas, cayeron otra vez en la misma, o mas dura sujecion bajo el yugo de los Bonapartes, que fueron los únicos mortales que sacaron el provecho de tantos infortunios. El pueblo frances se destruia a sí mismo, sin saber que habia un hombre que se debia aprovechar de los errores que cometia una nacion tan poderosa. No hubiera sido asi seguramente, si los republicanos hubieran tenido mejores costumbres, i mas exactas ideas de los intereses de los pueblos. Con la moderacion conveniente hubieran ellos tal vez conquistado en favor de su república a todas las monarquías vacilantes de Europa; pero el terror, que derramó sobre el globo el espectáculo sangriento de aquel estado, retrajo a todos los sensatos i a todos los filósofos de repetir tan arriezgadas experiencias.

De todos estos ejemplares deduciremos la necesidad

que hai de refrenar por una parte la licencia dañosa de los pueblos, i por otra quitar a los gobiernos la facilidad de ejercer el despotismo. Pero si es cierto, que con esta medida bastaria para alcanzar la seguridad de la república, tambien lo es, que no puede presentarse una cosa mas difícil a la meditacion de los filósofos. En vano seria inventar un nuevo método de manejar los resortes complicados del estado, con una nueva armonía, i con un secreto maravilloso que todo lo dirijiese hácia al bien público: la malicia de unos, i la ignorancia de otros habia de dar necesariamente en tierra con tal establecimiento. Asi yo creo, que el mas firme apoyo de las repúblicas, es la ilustracion i la virtud; i con dolor de mi alma siento, que aquel pueblo en donde no se encuentran estas cualidades, ni puede ser republicano, ni le conviene pensarlo: ese tal solo debe ser menos infeliz cuando se halle rejido por un déspota.

El hombre libre debe ser justo, para no atentar contra la libertad de otro: debe conocer los derechos del estado en jeneral, i de cada individuo en particular: debe aborrecer el vicio, no solo en la persona de un enemigo, o de un extraño, sino tambien en la de un amigo i en si mismo. Pero si en lugar de tener estos conocimientos, i estas virtudes, se quiere que la república proporcione un vasto campo a las pasiones bajas, al egoismo, al partido, al engrandecimiento de una casa, o de una familia, es preciso prepararse para ver todos los crímenes, todos los exesos, todas las violencias, i todos los males que trae consigo la disolucion del interes jeneral. Entonces la patria no es otra cosa que un verdugo desapiadado, i sus resultados son la miseria, la desolacion i la esclavitud.

Este es el asunto mas importante para los pueblos, que procuran ser libres, i como no debe quedar reducido a la esfera de las teorías, es necesario que lo ventilemos bastantemente, para que huyamos de sus peligros, i conociendo sus verdaderas ventajas, las abrazemʊs con resolucion i entusiasmo. No sea, chilenos, que saliendo del horroroso abismo de la arbitrariedad de un rei, caigamos miserablemente en otra mas terrible, en que sean innumerables los tiranos.

Si una monarquía no presenta mas objeto en su administracion que el despotismo del rei por una parte, i el abatimiento vergozoso de los vasallos por otra; i si en esta forma de gobierno se puede conciliar de algun modo la tranquilidad i la paz con la opresion i la miseria, en una república es absolutamente imposible conservar el órden sino por el órden mismo. La razon de esto es mui llana. En la monarquía no hai mas que una fuerza, una voluntad, una pasion dominante i poderosa: todo cede al imperio de los caprichos de un hombre, que hace temblar con su presencia a los buenos i a los malos; todas las pasiones toman en aquel estado la forma que conviene a los intereses del déspota; i solo el camino de la adulacion es el que conduce a los ambiciosos al destino que apetecen. En las repúblicas no hai otro poder, que el que compone el pueblo vasallo, i soberano al mismo tiempo: en ellas no hai que temer otro despotismo que el de ellas mismas, ni hai que esperar otras felicidades que las que ellas mismas se proporcionen; pero cada miembro de los infinitos que componen el poder jeneral tiene quizás sus pasiones particulares, diversos intereses, diferentes costumbres, i opuestas inclinaciones. Una lucha contínua de tantos enemi

gos es preciso que destruya el cuerpo político, si no se trata de que todos reconozcan ciertos principios de justicia, que deben refluir en beneficio de la conveniencia individual.

En las repúblicas se advierten a primera vista tres poderes independientes, en que se pretende sostener el órden público. La lei, que arregla los negocios interiores i exteriores del estado; la ejecucion de esa lei; i la administracion de la misma en los negocios domésticos o civiles, son las tres partes del gobierno republicano, i los tres poderes, que deben balancear la propension de unos al despotismo, i de otros a la anarquía. Al primero de estos poderes toca dar las reglas para la organizacion del gobierno; para determinar sus facultades; para hacer inviolable la voluntad jeneral; para juzgar las contiendas de los ciudadanos, i para que los jueces cumplan con su ministerio. Este, que es el mayor de los objetos de las repúblicas, debiera siempre residir en el pueblo, como árbitro soberano de su suerte, i como el mejor celador de sus derechos i de su conservacion. La ejecucion de estas leyes solo se debia cometer a aquellos individuos, que por su conocida virtud i patriotismo alejasen toda sospecha de abuso en sus facultades. Asi mismo la administracion de la justicia no debia encomendarse a otros hombres, que a aquellos que mereciesen el concepto público por su ilustracion i probidad. Sin mas que esto el gobierno republicano seria el único que se vería sobre la tierra; porque todos los hombres se convencerian de su conveniencia. Mas debiendo ser todo esto asi por su naturaleza ¿cómo es que lo vemos tan distinto en la ejecucion? ¿Cómo es que casi siempre se colocan en los empleos mas importantes i peligrosos a los

hombres menos aparentes? ¿Cómo es que el gobierno i la justicia se hallan de ordinario en manos ineptas, corrompidas, venales, i viciosas? ¿Cómo es finalmente que hasta en la misma lejislacion se introduce la intriga, el interes particular i las miras ambiciosas? Todo esto nace del abuso, de la falta de virtud, i de la ignorancia de los pueblos.

El gobierno cuyo objeto solo es ordenar los negocios públicos, no se mira ordinariamente sino como un medio de alcanzar los fines particulares. Para esto se emplea toda suerte de intrigas i de bajezas, i se forman los partidos que abren el camino para llegar al mando, de que saca el ambicioso todos los medios de poner en ejecucion sus planes miserables. La fuerza del estado, que solo debia servir para asegurarle de sus enemigos interiores i exteriores, entonces solo se emplea en protejer la usurpacion, el desórden, i las violencias. Los fondos públicos, compuestos de una parte de las propiedades de los ciudadanos, i que solo se debian emplear en los objetos del beneficio público, en aquel caso no se destinan a otra cosa que al lujo, al vicio, i a los caprichos de un déspota inmoral i poderoso. La libertad entonces solo es para los viles aduladores del tirano, que quieren aprovecharse de sus desperdicios. La enerjía del pueblo se manifiesta en los semblantes tristes i angustiados; pero la debilidad se conoce en que todo el tiempo que debian emplear en sacudirse del yugo indigno que les abruma, lo consumen inútilmente en murmurar en los rincones de sus casas. Asi los unos se convienen con la esclavitud, i los otros se hacen sordos a los estímulos de la conciencia.

Para evitar estos desastres es necesario que la socie

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